Destruyendo la vida

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Escrito por  Fernando Londoño Hoyos

Más no importa. Por estrategia o por alguna oculta razón pasó Francisco de puntillas sobre los desastres ecológicos de la China, de Rusia, de Europa Oriental, de Corea o de Cuba. Ya habrá tiempo para poner las cosas en su sitio, si es que aquellas omisiones vienen en la Encíclica o son interesada presentación de la prensa izquierdista.

Pero el tema viene que ni pintado para que repasemos los desastres que los bandidos comunistas han desatado en Colombia y que están produciendo en este preciso momento.

La cocaína está irremisiblemente asociada con esta tragedia, y no en corta medida. La destrucción de los bosques colombianos es de dimensiones colosales. Las ciento veinte mil hectáreas que estos bandidos tienen hoy dedicadas al negocio, suponen por lo menos el doble deforestado. Pero si hacemos una proyección a los últimos veinte años, de manos a boca nos tropezamos con una deforestación de millones de hectáreas. En esos bosques nativos la recuperación es casi imposible. Por simple piedad, los especialistas la remiten a cincuenta o más años de paciencia y buen trato. En términos más realistas, la tierra desnuda para la coca no volverá jamás.

Pero no solo matan la tierra por este camino los bandidos. La muerte de nuestros ríos es sencillamente catastrófica. El vertimiento de crudo a los ríos por la voladura de los oleoductos supera por mucho el desastre del Exxon Valdés. De este accidente se habla todos los días. De le pertinaz tarea del ELN y de las FARC para matar las aguas colombianas, no se acuerda nadie. El primer olvidadizo es, por supuesto, el equipo negociador de Juanpa en La Habana. Cuando las FARC hablan de cese unilateral al fuego, impropiedad sobre impropiedad, falacia sobre falacia, nada dicen del cese de los ataques a los ríos. Y de indemnizar semejante daño, ni una palabra, desde luego.

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Pero no solamente volando oleoductos atenta esta canalla contra la vida en el planeta y en nuestra tierra. Porque tienen otra ingeniosa técnica de exterminio, cuando se trata de robar el combustible que requieren para convertir en clorhidrato de cocaína la pasta de coca. Valga ilustrarlo, lector querido, sobre el hecho de que los precursores químicos que se usan en esa empresa son aleatorios, en cuanto que muchos de esos venenos son sustituible y necesarios en modesta cantidad. Solo hay dos elementos de uso necesario, el cemento y la gasolina. El cemento lo hacen llegar sin dificultades, porque la policía y el ejército no tienen instrucciones para interferir su tránsito.

La gasolina empieza por el robo al oleoducto, a partir de una incisión sencilla y sin mayores riesgos. Cuando se han robado el crudo necesario, lo pasan a refinerías artesanales, en cuya preparación son cada vez más expertos. De la refinería llevan la gasolina, por impura que sea, a los laboratorios y asunto concluido.

Pues cualquiera entiende que la pérdida del crudo es inmensa, primero en la extracción, luego en el transporte a los laboratorios y por último en el proceso de fabricación de la cocaína. Ese despilfarro de crudo va derecho a los ríos. Y la cantidad en que se calcula supera lo que se vierte con las explosiones a los oleoductos. Sumadas las dos cantidades, dejamos pálido el accidente en el Golfo de Méjico. Sin que a nadie le importe, va de suyo.

No terminemos esta lista trágica sin olvidar el mercurio que se vierte a los ríos en el infernal negocio de la minería ilegal. No hay otro veneno más deletéreo en el mundo. Y circula por nuestras cuencas, especialmente en la del Pacífico, en cantidades asombrosas. Nuestros ríos se quedaron sin peces y las riberas aledañas sin vida.

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¿Qué importa este crimen? Nada. Ni siquiera engrosa la lista de los delitos de lesa humanidad que aquí se cometen. Y puede ser el peor de todos. Porque no teniendo destinatario específico va contra la vida en cualquiera de sus manifestaciones. Matan la naturaleza estos bellacos. Pero silencio. De La Calle y Jaramillo andan muy ocupados para pensar en detalles y minucias. Lo suyo es mucho más importante. Nada menos que la gloria de Juanpa.

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