Lo que va del respeto hacia la burla

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EDITORIAL

Colombia está sumida en una profunda crisis y ausencia  de debates con altura, con argumentos y con la capacidad innata de abordar asuntos que sean de interés y beneficio público nacional.

A lo que estamos acudiendo es a una simple y ordinaria riña entre periodistas, pseudolíderes de opinión, pseudoinfluenciadores, políticos, gobernantes y aspirantes. Cada uno buscando, como siempre, la máxima exposición posible, para ganar adeptos en todas las circunstancias y haciendo lo que se crea en su momento, necesario para llegar a los puestos de supremacía y poder.

Hace más de 10 años que entramos en una estación de continua polarización, insultos, difamaciones, críticas sin fundamento, chismes, calumnias, oprobios, entre otros. Se debería entender que los derechos de cada persona terminan cuando empiezan los de otra, y en virtud de eso y en aras de una sana coexistencia en tan arduo y azaroso país, lo normal sería que todos nos respetáramos y que los debates tengan la capacidad de discernir de una controversia sana y que generen, por lo menos, experiencias enriquecedoras para los involucrados, pero no.

Desde una élite del periodismo se ha venido cocinando una oficina desde la cual lanzan toda clase de persecuciones contra líderes políticos, sociales o de opinión que no caminan ni apoyan sus ideales, a los que simplemente ellos deciden atacar por sus convicciones, por sus creencias religiosas, o por su ideología política. Además, esta oficina se ha dedicado a atacar a esas personas mediante la combinación de distintas formas: por un lado se pueden dedicar a ridiculizar su objetivo, le creans chismes, inventan conductas que no son ciertas, les arman investigaciones con algunos amigos en la justicia y fuera de eso, los tildan sin ningún problema de que son personas dañinas y calamitosas para el país. Pero para ellos no existe el derecho de los otros, solo existe el de ellos.

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Es cierto que a los políticos también les hace falta tacto, que a algunos les hace un poco de altura para debatir y que el error, del expresidente Uribe, por ejemplo, fue no especificar en definitiva de qué clase de violación se traba la de Daniel Samper, sino que dejó una idea al aire que no iba a terminar bien.

Pero lo que llama la atención es como las personas que se han dedicado a menoscabar la honra de tantas personas, hoy exigen respeto, derechos y amenazan con denuncias. Basta ver cómo han acabado incluso la carrera política de muchos ciudadanos por simplemente evitar que lleguen al poder.

Hacemos un llamado general a absolutamente todo el que esté interesado en entrar a un debate, a ese escenario público de la controversia, para que lo hagan de la manera más elegante, diligente, metódica y responsable. Que si se va a intentar atacar a una persona por su aspiración, se haga en el escenario de lo público y en los argumentos tan esenciales para un auditorio, donde en definitiva se acaben los ataques personales y las injurias, y solo se pueda cuestionar a una persona por sus posiciones y quizá por su carencia de fundamento.

No más groserías, no más chismes, no más vituperios, no más cuentas falsas, tengamos la altura de comportarnos como personas mayores que quieren un mejor país.

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