“¿Ministerios reales o de mentiras?” Columna de Ruben Dario Barrientos

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¿Ministerios reales o de mentiras?

 

El presidente Santos le dijo al país, que si era reelegido para un nuevo tramo presidencial, iba a “crear” el Ministerio de la Seguridad Ciudadana, para combatir arduamente la delincuencia común. Resulta que hubo Santos II, pero literalmente no hubo ministerio en tal sentido. Podría enrostrar “Juanpa” una aproximación, pues al general Naranjo lo atornilló como Ministro consejero posconflicto, derechos humanos y seguridad. De igual forma, ante la Andi, el presidente descartó la creación del Ministerio de industria. Para ambos eventos, no se podía por arte de birlibirloque salir a firmar nombramientos de auténticos ministros, sin agotar las vías del Congreso. Habría que tomar ello como una intención, con cara de promeserismo.

 

A raíz del nombramiento de cuatro “ministros” asesores, a saber: del ya aludido consejero de posconflicto, derechos humanos y seguridad; de consejero de gobierno y sector privado; de consejero de comunicaciones y el flamante de la presidencia (que recayó en el jurista Néstor Humberto Martínez), se ha desatado una polémica jurídica de si ello era viable hacerlo legalmente o requería votación y aprobación del Congreso de la república. Los que defienden la tesis permisiva, dicen que lo que operó fue una reorganización (reestructuración) de la presidencia. Así mismo, los que disienten de lo sucedido, enfilan baterías en cuanto que los nombrados emergieron bajo el inconfundible rótulo de ministros, usurpándose las funciones del Congreso.

 

Digamos que, en efecto, la Constitución Nacional dice que la creación, supresión o fusión de ministerios, así como en su denominación, corresponde al Congreso. Es también real, que el ejecutivo puede reordenar y adecuar la estructura de la administración pública. Hasta aquí hay dos verdades. ¿Dónde nace el galimatías? En suprimir “altos consejeros” que tienen resorte presidencial, para pasar a “ministros consejeros” que tienen obligadamente origen congresional. No puede omitirse que el prefijo del cargo es el de “ministro”. Me sitúo, pues, en el grupo de personas que creen que lo que hizo Santos no es lícito. Él creó ministerios, a su imagen y semejanza, y su intrépida decisión la anestesió con un sufijo distractor.

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Es verdad de a puño, que “Juanpa” quedó agobiado de compromisos, luego de recabar su reelección. Se avizoraba que burocráticamente tenía que entregar cuotas y repartijas  para llevar a las mieles del gobierno, de manera encumbrada, a muchos personajes que coadyuvaron en la campaña. Sorprende, sí, que Néstor Humberto Martínez haya sido ungido como Ministro de la presidencia, porque su tarea será la coordinar a la constelación de nominados, cuando uno podría pensar que Vargas Lleras lo hubiera hecho, de igual manera. No debe estar muy contento el nieto de Carlos Lleras con esta pérdida de protagonismo y de poder, aunque él se reserva la entrega de casas gratis. Y máxime, que periodísticamente a Martínez (el hijo del inolvidable humorista Humberto Martínez Salcedo), ya le dicen el “superministro”.

 

Puede ser que se trate de una discusión semántica y que los “ministros consejeros” no sean más que “asesores del jefe de estado”. Pero, entonces, ¿para qué los llama con rimbombancia ministros?  Es innegable el rango ministerial. La jugada política hizo que Santos pasara de 16 ministros a 20. El analista Vicente Torrijos, dice que “lo que se puede generar es un fenómeno de gabinete paralelo por los ministros clones, ya que hay funcionarios investidos con poder ministerial, cuando las altas consejerías eran más flexibles”.

 

Álvaro Uribe Vélez, fusionó ministerios (Justicia que se integró con el Interior; Trabajo que se unió con Protección Social y Medio Ambiente que acogió funciones de vivienda y desarrollo territorial) y para ello solicitó al Congreso facultades. Hubo ahorros por $ 3.000 millones de pesos. Juan Manuel Santos, derrocha ministerios y todos tranquilos. Sigue la mermelada.

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