Hay que tumbar al régimen

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Por: Abelardo De La Espriella

Un pueblo embravecido en las calles es más fuerte y contundente que cualquier ejército bien armado. Que nadie se equivoque: Colombia no es Venezuela. En el hermano país, la gente ladra pero no muerde; aquí hacemos las dos cosas. Todos estamos asqueados y hasta el cogote con la corrupción y el cinismo de un gobierno que no representa a nadie, más allá de a unas cuantas élites que buscan mantener su poder y robarse los pocos recursos que quedan, luego de seis años de saqueo e ineptitud.

La descarada y retadora confesión de Roberto Prieto se constituye en la prueba reina de las innumerables fechorías en las que incurrieron Santos y sus compinches para elegirlo a este y llevarlo a ostentar un cargo para el que nunca estuvo capacitado (amén del rosario de delitos que han perpetrado para gobernar). Investigaciones periodísticas independientes y serias han develado el entramado de pagos y dineros de Odebrecht que ingresaron en las campañas del presidente (hasta los bandidos de Interbolsa colaboraron con la vaca). Por algo similar -en ambos casos el origen de los recursos es producto de un ilícito-, más de una veintena de congresistas y altos funcionarios del Estado fueron a parar a la cárcel en la aciaga época de Samper y el 8000. A Prieto y compañía no se les podrá medir con otro rasero, por más buenas relaciones que tengan.

Como en el pasado reciente, la justicia no alcanzará con su espada al primer mandatario. La única manera legal de hacerlo es a través de la Comisión de Acusaciones de la Cámara, entidad entregada a Santos y manejada por un expolicía ladrón y un sirviente de Eduardo Montealegre. En consecuencia, por esa vía es un imposible tramitar el inicio de un juicio de indignidad y mucho menos un proceso penal. Tampoco se le puede revocar el mandato al régimen, pues esa figura no está contemplada en nuestro ordenamiento jurídico.

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Y así tengamos un Consejo Nacional Electoral, parecido al de Venezuela, mediocre, comprado y genuflexo (con algunas honrosos excepciones entre sus miembros); un mando militar pusilánime, vacilante y cobarde; la mayoría de medios “enmermelados” por la pauta oficial y grupos de políticos y empresarios fungiendo de comité de aplausos del régimen, los ciudadanos de a pie estamos obligados moralmente a dar la pelea por la democracia como corresponde, en cada pueblo y esquina de la Patria, porque solo un mar de gente en las calles alzando la voz hasta el cielo ahuyentará el deshonor que se asentó en solio de Bolívar.

Claro que podemos revocar y tumbar a Santos. Que la marcha del 1 de abril sea la primera de muchas. Si el pueblo se muestra unido, decidido y contundente, el régimen será abandonado por sus aliados, que cual ratas saltarán antes del hundimiento del barco. El amor comprado dura lo que el dinero aguanta. Santos está acorralado y escaso de “mermelada”.

La Patria vive un momento decisivo. Depende de cada uno de nosotros sentar un precedente histórico. Así los próximos gobiernos lo pensarán dos veces antes de engañar al pueblo.

La ñapa I: Samper y Santos, cucarachos del mismo calabazo, son representantes de ese “bogocentrismo” que tanto daño le ha causado al país: mientras que para el primero todo fue a sus espaldas, el segundo apenas sí se acaba de enterar. Ambos antepusieron sus intereses particulares y la vanidad, a lo realmente necesario para la salud de la República: sus renuncias.

La ñapa II: Ni siquiera en los tiempos de Samper el país vivió una crisis institucional tan grave como la que hoy padece.

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