Por más desolador, triste o injusto que suene, la historia de Colombia no ha demostrado que el colombiano deba esperar algo bueno del Estado o del gobierno, algún beneficio. Todo lo contrario: siempre se ha esperado que, cuando el Estado toca a la puerta, es porque viene algo malo.
El Estado no ha sido un bálsamo, ni una solución o un beneficio para la vida del colombiano. Hemos tenido un Estado que ha sido incapaz, a pesar de muchos avances, de garantizar la seguridad en todo el territorio nacional, en los 32 departamentos y el archipiélago. Ha sido incapaz de garantizar una justicia pronta, accesible y eficaz con cobertura. Ha sido incapaz de garantizar servicios públicos domiciliarios en toda la alcaldía del territorio nacional. Ha sido incapaz de promover una economía descentralizada que irradie o difunda beneficios más allá de las tres ciudades principales.
El Estado colombiano prácticamente vino a entender e incorporar un sentido social por allá a finales del gobierno de Ernesto Samper con el Sisbén. Y si bien Ernesto Samper hasta Andrés Pastrana poco hizo por los menos favorecidos, es a partir del gobierno de Álvaro Uribe Vélez, luego de Juan Manuel Santos, Iván Duque y ahora, Gustavo Petro que se ha abierto una gran despensa de ayudas sociales, programas de pensiones, subsidios y transferencias monetarias. Con esto se han creado conceptos como las deudas sociales, las deudas ancestrales, la Colombia profunda, la Colombia olvidada.
No queremos poner esto en una connotación negativa. Lo que queremos decir es que hay una línea que no debería tener color político, aunque sabemos que es pedir un milagro. Pero es imposible. El Estado debe garantizar unos bienes básicos a la ciudadanía en la medida que estos renuncian a dichos bienes lo pagan a través de impuestos y le entregan esa responsabilidad al Estado a cambio de su libertad.
Es decir, el ciudadano dice: “Mira, yo no me voy a armar. Tú no quieres que me arme. Yo no voy a comprar un arma. Yo te voy a pagar impuestos para que tú defiendas mi vida, mi propiedad privada, mi integridad y mi honra. No tengo una empresa. No puedo proveerme de agua, energía, gas u otros servicios públicos domiciliarios. Yo a usted le voy a pagar por esos servicios. Le voy a pagar impuestos y le voy a entregar también mi libertad, mi independencia, para que usted me la provea y garantice el flujo de soberanía e independencia» en la medida que el ciudadano renuncie a esos campos o áreas de la vida. El Estado tiene que entrar a suplirlas y cumplir ese contrato.
Cuando hablamos de los subsidios, cuando hablamos de empezar a maquillar la realidad,y lo decía el presidente Petro en su alocución de 2 años como con se vendió la gasolina por debajo del precio real durante el gobierno de Iván Duque, cosa en la que el presidente Petro tiene razón, lo cierto es que en términos de subsidios, Venezuela maquilló una realidad para no perder la popularidad entre la gente, el apoyo popular. Y a la gente se le empezó a subsidiar en Venezuela la gasolina, el gas, la tarifa energética, los carros y un montón de gastos que todos los venezolanos tenían. Y como vivían en un gran nivel de vida, no querían bajar ese nivel. Lo que ocurrió fue que el Estado, bajo un tirano, y un dictador como lo fue Hugo Chávez y ahora, Nicolás Madura tiene a muchísimos venezolanos, cogidos de pies y manos, donde dependen completamente del Estado.
Ahora muchas preguntas se han reforzado: si cae el régimen, la tiranía de Maduro, ¿están los venezolanos dispuestos a volver a trabajar? ¿Están dispuestos a renunciar a los subsidios?
En Colombia, se han acostumbrado a esos parámetros, y por eso es que montar un subsidio es tan fácil, pero desmontarlo es imposible. Se han incrementado a casi 4 millones de personas subsidiadas en Colombia con este gobierno. Iván Duque incrementó a casi 2 millones y medio de personas subsidiadas, y Juan Manuel Santos había dejado esas cifras en un millón ochocientas mil personas. Se supone que los programas de subsidios deberían medirse en su éxito en la medida que la gente deje de depender de ellos. Pero es todo lo contrario: cada vez aumentan más.
Entonces, es una reflexión impopular, cero provocativa en estos tiempos, pero vale la pena registrarla porque entendemos que, en la medida en que el ciudadano dependa menos de un gobierno, será más libre. Eso es lo que la gente debería entender y no querer acomodarse y entregarse a un gobierno que luego pueda abusar de esa posición.