Cuando las situaciones que cada persona, organización o estado enfrenta en la vida son adversas o antipáticas, se tiende a valorar como un oasis en el desierto a quienes hacen lo correcto, o lo medianamente correcto. Claro, no es lo ideal. Lo ideal sería un cumplimiento del 10 sobre 10. Pero como dice el refrán popular, «del dicho al hecho hay mucho trecho». Y es que no se le puede quitar al exministro Bonilla, a pesar de la reciente polémica por presuntos casos de corrupción que esperamos pueda aclarar, era bien recibido, aunque siempre con algunos reparos, por muchos gremios económicos, empresariales y sociales del país.
Bonilla era una persona con la que, incluso el presidente Petro, para sorpresa de muchos, podía tener diferencias, pero siempre encontraba la vía del diálogo y el consenso, tratando de actuar lo más responsablemente posible. Insistimos, no en el escenario ideal, pero sí en el ideal dentro del contexto de lo que se temía para la cartera de Hacienda. Ahora que se ha producido el cambio de ministro, esperamos que esos temores no se materialicen, sobre todo porque lo que más inquieta son las recientes declaraciones y posturas del nuevo ministro de Hacienda, quien se ha autodefinido como un economista heterodoxo, o antiortodoxo. Ha dicho que la inflación “no importa”, que es «lo de menos», que está a favor de imprimir dinero y que es enemigo del Banco Central. Este tipo de posturas nos hacen pensar que Bonilla podría ser extrañado, porque con él nunca estuvimos frente a debates de tal calado. Más allá de algunas críticas al manejo del Banco de la República, nunca vimos a Bonilla entrar en ese tipo de polémicas.
Afortunadamente, el Banco de la República existe en Colombia y sigue siendo independiente, aunque a menudo llega tarde a los ciclos económicos, ya sea alcistas o bajistas. Ha sido crucial para mantener la salud económica del país. Sin embargo, esperamos que el nuevo ministro anteponga el raciocinio, la responsabilidad y la sensatez en sus decisiones durante el año y medio restante de gobierno, porque hay que decirlo: Colombia no está bien económicamente. Pero, afortunadamente, podríamos estar en una situación peor. A pesar de todo, parece que estamos en un proceso de recuperación, aunque es un avance tímido, casi como si estuviéramos pedaleando en una bicicleta estática. Lo importante es preservar una economía que sea capaz de recuperarse a futuro y evitar que se fracture por completo.
Por eso, aspectos como la inflación, que sigue siendo demasiado alta y una de las más altas del continente, deben ser tratados con urgencia, sin poner en riesgo la economía. Ojalá se logre reducir al rango entre 3.4% y 4% para 2025, siendo conservadores, aunque un milagro sería deseable. Insistimos, sin afectar a una economía que aún no se encuentra en su mejor momento. Se prevé que este año el crecimiento económico sea solo del 1.6% y para 2025, varios organismos internacionales estiman un crecimiento del 2.5%, mientras que nuestra proyección es del 2.2% o 2.3%. Estas tasas de crecimiento no son favorables para un país como Colombia.
La inflación y el crecimiento económico son esenciales, pero hay un tema que a menudo escapa del foco de la opinión pública: la deuda de la nación. La deuda no puede seguir creciendo, es insostenible y absolutamente irresponsable. No podemos permitir que funcionarios públicos, que pronto dejarán el cargo, sigan incrementando la deuda, que podría ser invertida en nada o quedar estancada en fiduciarias inactivas por la falta de ejecución, como sucede con el Ministerio de la Igualdad. Esto sería un error gigantesco que perjudica la salud financiera del país.
En segundo lugar, el presupuesto y los gastos del gobierno deben ser revisados a fondo. El gobierno tiene que entender que no solo los gastos de inversión pueden recortarse, sino también los gastos de funcionamiento. El presidente Petro y su ministro de Hacienda deberían hacer una revisión consciente de las entidades, gerencias, agencias, direcciones, ministerios y empresas del estado, muchas de las cuales no son más que un barril sin fondo de despilfarro. Es urgente reducir la burocracia estatal, aunque entendemos que esto podría ser un desafío. Sin embargo, pedimos mesura y responsabilidad para proteger lo que queda de la economía, ya que su recuperación será costosa y, si se daña irremediablemente, la tarea de sanarla será titánica.