Colombia atraviesa una encrucijada política, pero quienes deberían ofrecer alternativas claras desde la derecha han optado por el camino más fácil —y el más irresponsable—: lanzarse todos al agua sin dirección, sin programa, sin ideas. Más de 50 precandidatos de derecha han llenado la ya ridiculizada “piscina”, pero no con propuestas ni con visión de país, sino con egos, improvisación y una desconexión dolorosa con la realidad nacional.
La escena política de la derecha parece anclada en el pasado, como si aún estuviéramos en el año 2002. Muchos de estos aspirantes creen que la seguridad, como consigna única, sigue siendo suficiente para ganar el corazón de los colombianos. Se equivocan. La gente ya no solo pide seguridad —que por supuesto sigue siendo fundamental—, sino también justicia social, oportunidades económicas, educación de calidad, salud digna y una reforma profunda del Estado. Las nuevas generaciones no nacieron para repetir las guerras de sus padres. Exigen algo más.
La ciudadanía cambió, pero la derecha no. Mientras el país habla de equidad, sostenibilidad, inclusión y reformas estructurales, ellos insisten en campañas hechas con los mismos libretos de hace dos décadas. Como si Colombia no hubiera despertado, como si la ciudadanía no estuviera ya cansada de los discursos reciclados que no hablan ni con el corazón ni con la verdad.
Y mientras tanto, en el otro extremo, algo nuevo comienza a tomar forma. En la centroizquierda ha empezado a gestarse una alternativa real. No una aventura populista, ni una suma de intereses individuales, sino un proyecto que nace del consenso, del diálogo y del encuentro con quienes han sido históricamente excluidos. Se ha dejado de lado la arrogancia política para abrazar la empatía como herramienta de transformación.
En medio de ese proceso, empieza a emerger una figura distinta. No ha saltado aún a la piscina, pero ya ha hecho olas. Un líder que no necesita levantar la voz para hacerse escuchar, porque sabe escuchar. Que no impone, sino que propone. Alguien que, en los pocos escenarios de debate en los que ha participado, ha demostrado que es posible unir, construir acuerdos, y sobre todo, liderar las reformas que este país lleva décadas esperando. Su nombre aún no se ha inscrito formalmente, pero su presencia ya se siente. Representa una esperanza tranquila, seria, reformista. Un puente entre la razón técnica y la sensibilidad humana.
Hoy, mientras los precandidatos de derecha se ahogan en una piscina saturada de ambiciones personales y diagnósticos obsoletos, una nueva ola comienza a formarse desde la centroizquierda. No grita, no insulta, no divide. Solo escucha, organiza, y prepara el terreno para un cambio duradero.
Porque Colombia no necesita más ruido. Necesita rumbo
Por: Juan Nicolás Pérez Torres – @nicolas_perez09
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