La generación que aún puede salvar a Colombia

Y hoy, frente a unas elecciones que marcarán el destino de Colombia, la pregunta es inevitable: ¿será la juventud capaz de transformar la indignación en dirección?

Compartir

Nacimos cuando el país ya se había acostumbrado a sobrevivir. Cuando la violencia dejó de escandalizar y la corrupción dejó de avergonzar. Crecimos oyendo que “nada cambia”, que “todos son iguales”, y que meterse en política era perder el tiempo. Pero quizá por eso —por haber crecido en medio del cinismo y la ruina— nuestra generación tiene la tarea más difícil de todas: reconstruir lo que otros destruyeron.


Durante años, la juventud fue reducida a un eslogan electoral, a un segmento de marketing político. A los jóvenes se nos prometió participación, pero se nos negó el poder real; se nos invitó a las marchas, pero no a las decisiones; se nos habló de derechos, pero no de deberes. Y hoy, frente a unas elecciones que marcarán el destino de Colombia, la pregunta es inevitable: ¿será la juventud capaz de transformar la indignación en dirección?

Los datos dicen que sí. Más de once millones de jóvenes estarán habilitados para votar en 2026, un bloque demográfico capaz de definir el rumbo de la nación. Pero los datos también advierten algo más inquietante: la apatía. Según el Observatorio Javeriano de Juventud, la mayoría de jóvenes desconfía de las instituciones, percibe la política como corrupta y siente que su voto “no cambia nada”. Esa sensación de impotencia es el virus que corroe nuestra democracia. Y mientras los jóvenes se abstienen, otros —menos, pero más disciplinados— deciden el futuro por todos.

Hoy, en el umbral de 2026, la juventud colombiana puede decidir si será espectadora de otro ciclo de desengaños o artífice de un despertar republicano. Las cifras no perdonan: en el trimestre móvil mayo–julio de 2025, la tasa de desocupación juvenil (15 a 28 años) fue del 15,0 %, una reducción frente al mismo periodo del año anterior (17,2 %) pero aún muy por encima del promedio nacional. Ese grupo poblacional ocupa apenas el 46,6 % del total como tasa de ocupación.

Más aún, el fenómeno de los “ninis” —jóvenes que ni estudian ni trabajan— no es anecdótico: representan el 24,2 % del total de jóvenes entre 15 y 28 años en el trimestre enero–marzo de 2025. En otras palabras: uno de cada cuatro jóvenes está desconectado del sistema educativo y laboral al mismo tiempo. Cuando eso sucede, ¿cómo creer que una generación así será escuchada en un debate de Estado? La juventud no es una masa amorfa: tiene rostro regional, género y desigualdades. En Bogotá, por ejemplo, la tasa de desempleo juvenil en el periodo mayo–julio alcanzó un 13,9 %, muy por encima de la tasa general de la ciudad. Mientras tanto, las mujeres jóvenes con secundaria presentan tasas de desocupación aún más altas que sus pares masculinos con el mismo nivel educativo.  Estas brechas no son casualidad: son indicios estructurales de una economía que margina talento y desincentiva el ascenso social bajo el principio del esfuerzo.

Le puede interesar:  De la promesa al hábito: pagos simples, seguros e interoperables

A fuerza de abandono, la juventud se refugió en la ironía. La política se volvió comedia, los líderes se convirtieron en influencers y los debates en episodios de reality. Hoy vale más un video viral que una hoja de vida, más la indignación que la propuesta. Hemos confundido el ruido con la fuerza y la popularidad con la preparación. Y sin embargo, cuando todo se reduce al espectáculo, los países terminan gobernados por improvisados que creen que gobernar es subir al escenario, no sostener una república.

De ahí la relevancia del estudio publicado por 360 Radio en los días recientes, en el que, con rigor técnico y apoyo de herramientas de inteligencia artificial, se evaluaron las capacidades de gobernabilidad y articulación política de los principales aspirantes presidenciales para 2026. En ese ejercicio, nombres como Juan Carlos Pinzón, Mauricio Cárdenas y David Luna sobresalieron por su solvencia técnica, su capacidad de tejer alianzas y su experiencia real en el manejo del Estado. Y también figura Paloma Valencia, que, aunque con un estilo frontal y sin concesiones, representa una derecha intelectual y cívica capaz de conectar con sectores que buscan orden, coherencia y sentido de país

Ese contraste es brutal: mientras los demagogos venden indignación empaquetada en discursos vacíos, hay políticos que todavía creen en la técnica, en la ley, en la negociación civilizada. Pero son precisamente esos los que menos visibilidad tienen, porque no viven del escándalo, sino del trabajo. Y en un tiempo donde la emoción vale más que la evidencia, ser serio es casi un acto de rebeldía.

Los culpables de este extravío no son un misterio. Son los gobiernos que usaron a los jóvenes como decorado electoral, que confundieron participación con populismo y liderazgo con espectáculo. Son los partidos envejecidos que temen la disidencia juvenil y que la invitan solo cuando necesitan llenar auditorios. Y son las izquierdas que, con su discurso redentor, han hecho de la frustración una industria: ofrecen igualdad, pero siembran dependencia; prometen justicia, pero destruyen mérito; hablan de libertad, pero solo entienden obediencia.

Le puede interesar:  La ironía de la paz: Trump, el más criticado, logra lo que la ONU no pudo

Frente a eso, los jóvenes debemos tomar partido —y no me refiero a siglas, sino a convicciones. Creer en la libertad republicana, hoy, es un acto de fe en el mérito, en la propiedad, en la autoridad legítima y en la libertad como deber, no como capricho. Es creer que la patria no se construye destruyendo lo que existe, sino perfeccionándolo con esfuerzo. Que la educación debe ser un camino de emancipación y no una herramienta de adoctrinamiento. Que la política no es un escenario para exhibirse, sino un deber moral con los que vendrán.

Las elecciones de 2026 no serán un trámite. Serán un examen de madurez para la juventud colombiana. Serán la prueba de si somos capaces de votar con la cabeza y no con el hígado, si preferimos la preparación al show, la gobernabilidad a la utopía. Y en ese examen, la neutralidad será complicidad.

Si esta generación decide despertar, si decide estudiar, prepararse, organizarse y votar con criterio, puede cambiar el rumbo del país. Puede hacerlo no con consignas vacías, sino con convicciones firmes; no con odio, sino con propósito. La historia no la escriben los que se quejan, sino los que actúan.

Colombia necesita una juventud que no adore el caos, sino que ame el orden; que no envidie el éxito, sino que lo conquiste; que no huya del país, sino que lo reconstruya. Porque solo cuando la juventud se decide a pensar con rigor y a actuar con carácter, las naciones dejan de ser víctimas y vuelven a ser repúblicas.

Por: Juan Diego Vélez Forero -@juandiegovelezf

Del mismo autor: Constituyente como bandera electoral

Última hora

Te recomendamos

Le puede interesar