Del miedo al modelo: El Salvador y la revolución de seguridad que inspira a América Latina

Por: Frank Menjívar Diputado de la Asamblea Legislativa de El Salvador

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En 2015, El Salvador fue catalogado como el país más violento del mundo, con una tasa superior a los 100 homicidios por cada 100 mil habitantes. Las pandillas habían impuesto un régimen de terror en el que el miedo era parte de la vida cotidiana.


Comerciantes, transportistas, estudiantes y familias enteras vivían bajo el dominio de estructuras criminales que dictaban hasta las reglas de convivencia. Aquellos años representaban el punto más crítico de una historia marcada por la posguerra, la pobreza y la ausencia del Estado en los territorios.

Esa realidad comenzó a transformarse en 2019, con la llegada del presidente Nayib Bukele y la implementación del Plan Control Territorial, una estrategia de seguridad integral que marcó un antes y un después. Por primera vez, el Estado recuperó el control de zonas históricamente dominadas por el crimen, fortaleció la Policía Nacional Civil y la Fuerza Armada, e incorporó tecnología e inteligencia en la lucha contra la delincuencia.

La meta no era únicamente reducir los índices de homicidios, sino devolver la paz y la esperanza a millones de salvadoreños que durante años se acostumbraron a convivir con el miedo.

El punto de consolidación de este proceso llegó cuando el país alcanzó una plena gobernabilidad legislativa, lo que permitió ejecutar políticas públicas más firmes, coherentes y sostenidas.

Esa coordinación entre el Ejecutivo y la Asamblea Legislativa posibilitó aprobar reformas clave al Código Penal, al Código Procesal Penal y a la Ley Contra el Crimen Organizado, así como la implementación del régimen de excepción, que permitió desmantelar las estructuras criminales más arraigadas y devolver la autoridad al Estado.

Hoy, tengo el honor de ser parte también de esa Asamblea Legislativa, donde con responsabilidad y compromiso aporto mi voto al proceso de transformaciones que continúan fortaleciendo la seguridad y el desarrollo de El Salvador. Desde mi labor como diputado, respaldo las decisiones que consolidan los logros alcanzados y garantizan la permanencia de un modelo que ha devuelto tranquilidad, confianza y esperanza a nuestra población.

La gobernabilidad no solo facilita la aprobación de leyes: también otorga coherencia, continuidad y respaldo institucional a las políticas públicas. Esa unidad de propósito ha sido una de las claves del éxito salvadoreño: un Estado decidido a proteger la vida de su gente, a hacer cumplir la ley y a demostrar que la seguridad es condición indispensable para el desarrollo.

Los resultados de este esfuerzo son visibles. El Salvador pasó de ser el país más violento del mundo a convertirse en el más seguro del hemisferio occidental. Las cifras de homicidios y delitos se han desplomado, y con ello ha renacido la confianza ciudadana. Hoy, las familias regresan a los parques, los jóvenes vuelven a soñar y los pequeños negocios florecen sin temor a la extorsión. El cambio no se limita a los números; se siente en las calles, en los barrios y en la forma en que los salvadoreños volvieron a apropiarse de su país.

El Pulgarcito de América ha crecido. Hoy, El Salvador es admirado por muchos países que enfrentan realidades complejas y que buscan replicar su modelo de seguridad y transformación.

Gobiernos, analistas y ciudadanos de toda América Latina observan con atención lo que sucede aquí, no solo por los resultados, sino porque ha demostrado que, con liderazgo, visión estratégica y respaldo institucional, sí se puede cambiar la historia. Lo que el mundo ve no es una fórmula mágica, sino la aplicación decidida de una política integral que combina la acción del Estado, la modernización institucional y la visión de futuro.

El Salvador ya no solo se conoce por su pasado de violencia, sino por su capacidad de transformación. Hoy miles de turistas de todo el mundo visitan nuestro país atraídos por su seguridad, sus playas y su cultura. Nos hemos convertido en sede de grandes eventos internacionales, como los torneos mundiales de surf, que muestran al planeta un rostro renovado de nuestra nación. Esta nueva imagen no es producto del azar, sino el reflejo de una estrategia coherente que ha logrado combinar la seguridad con la proyección internacional y el desarrollo económico.

El éxito salvadoreño va más allá de la lucha contra las pandillas: representa una redefinición del liderazgo político en América Latina. Un liderazgo que no teme tomar decisiones difíciles, que prioriza la seguridad de las familias por encima del cálculo político y que asume la responsabilidad histórica de transformar un país desde sus cimientos.

En palabras del propio presidente Bukele, poner a Dios primero ha sido la guía espiritual que orienta cada decisión de gobierno. Gobernar con propósito es entender que la seguridad no es un fin en sí mismo, sino el punto de partida para el desarrollo, la educación y la prosperidad.

Hoy, la responsabilidad es aún mayor. Los salvadoreños han depositado su confianza en nosotros para mantener y profundizar los cambios alcanzados. No tenemos derecho a equivocarnos. Debemos seguir trabajando con disciplina, humildad y compromiso, porque mantener esta transformación es tan importante como haberla iniciado. El

Salvador ha dejado de ser el ejemplo del fracaso para convertirse en el ejemplo del renacimiento. Hemos demostrado que, con voluntad política, cohesión institucional y visión de Estado, es posible transformar incluso las realidades más difíciles.

Hoy exportamos esperanza, mostramos resultados y abrimos camino a una nueva narrativa latinoamericana: la de un pueblo que decidió creer otra vez en su país. Y cuando se gobierna con visión, con justicia y con fe, las naciones pueden renacer. El Salvador es la prueba viviente de ello.

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