El bien común o el eterno retorno de lo mismo

Por: Andrés Gaviria - Candidato Cámara por Antioquia

Compartir

Hace poco, en el Metro de Medellín, escuché a dos hombres discutir acaloradamente sobre la salud en Colombia. Uno culpaba al gobierno anterior, el otro al actual. Ambos tenían datos, ambos tenían razón parcial, ambos estaban furiosos. Un tercero los observaba en silencio, con la expresión de quien ya ha visto esta película mil veces. Pensé: aquí está Colombia. Expertos improvisados, debate sin resolución y la vida pasando mientras argumentamos sobre quién tiene la culpa.

Este contenido hace parte de la Revista 360 – Edición 10: El año de las Decisiones, producto periodístico anual y exclusivo de 360 Radio, que analiza los sectores que marcaron el rumbo económico del país en 2025 y los desafíos estructurales que definirán la próxima década.

Ese es nuestro patrón. Nos hemos acostumbrado a hablar de Colombia como si fuera un problema sin solución, y la verdad más incómoda es que hemos llegado a cierta comodidad con esa narrativa. Sobre-diagnosticamos todo: la economía es mediocre, la seguridad se ha perdido, la educación no evoluciona, la salud fue dinamitada. Llenamos paneles de televisión, escribimos informes que nadie termina de leer, compartimos publicaciones en redes que generan likes, pero no generan cambio.


La ironía es brutal: mientras más hablamos, menos avanzamos. Mucha opinión, poca madurez. Mucha rabia dispersa, poco propósito compartido.

Donde se quiebra la conversación

El problema no empieza en los grandes números. Empieza precisamente ahí, en esas discusiones del Metro, en esa necesidad compulsiva de ganar el argumento. He visto cómo una discrepancia legítima sobre economía termina siendo un ataque personal en un grupo de WhatsApp. He escuchado a personas inteligentes descalificarse mutuamente no por la calidad de sus argumentos, sino porque pertenecen a “otro bando”. Es como si hubiéramos decidido, de forma silenciosa, que reconocer una buena idea en quien piensa diferente fuera una traición a la tribu.

Le puede interesar:  “Estamos poniendo la casa impecable para liderar el agro colombiano en la próxima década”: Jeffrey Fajardo

Esa fragilidad emocional nos cuesta caro. Cualquier intento de construir algo en común se dinamita por egos heridos, por el peso asfixiante de los resentimientos, por la necesidad compulsiva de ganar en lugar de resolver. Un activista no dialoga con una empresa porque teme perder credibilidad con sus compañeros. Un funcionario público desecha una propuesta porque viene de la oposición. Un ciudadano común ve a quien piensa diferente y automáticamente lo coloca en el lado del enemigo.

Por eso, el verdadero debate que Colombia necesita en 2026 no es principalmente sobre tasas de inflación o modelos económicos específicos. Esos importan, pero son síntomas. El debate profundo es sobre quiénes queremos ser como sociedad. ¿Debería ser tan difícil que nos pongamos de acuerdo en lo obvio? En que el manejo de la salud en estos años ha sido un desastre que no podemos seguir normalizando. En que la seguridad no puede seguir siendo un componente más del cálculo político, sino el fundamento de cualquier proyecto de país. 

La verdad incómoda sobre el conflicto

Necesitamos también una sinceridad más cruda como sociedad. Las múltiples organizaciones criminales que operan en nuestro territorio no van a “sentarse a dialogar” porque sí. El narcotráfico no es un accidente de la historia colombiana; es el factor que ha alimentado y seguirá alimentando nuestro conflicto mientras lo tratemos como si fuera un asunto secundario. No podemos seguir fingiendo que hay soluciones mágicas o que la paciencia infinita con actores que no actúan de buena fe es sabiduría.

Y hay otra verdad que nos cuesta enfrentar: existe una Colombia de Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga, donde circula la inversión y los beneficios son tremendamente más grandes que en la periferia. Esa periferia donde familias enteras viven en condiciones que no podemos seguir ignorando como si fuera una nota al pie de página en nuestras agendas.

Le puede interesar:  “El Concejo ha sido protagonista de todas las grandes decisiones de la ciudad durante 350 años”

El ruido del resentimiento

Algunos todavía agitan la conversación sobre razas, clases y rencores heredados porque saben que genera aplausos fáciles. El resentimiento es un excelente combustible electoral. Es un pésimo fundamento para un proyecto de país.

Colombia tiene talento real. Tiene recursos. Tiene gente capaz de competir en el mundo. Lo que nos frena no es la falta de potencial. Es la suma de pequeños intereses particulares que se interponen en el camino, día tras día, decisión tras decisión.

Nada de esto es posible sin personas en la política, en la empresa, en la academia, en el servicio público, que entiendan su rol como una responsabilidad genuina y no como una estación en el camino hacia beneficios personales. Personas con convicciones, con criterio propio, con la autonomía mental suficiente para decir “no” cuando es necesario. Mujeres y hombres que amen más a Colombia que a sus propios egos.

Tal vez ha llegado el momento de un acuerdo antiguo que hemos olvidado: que el bien común está por encima del beneficio individual inmediato, que ganar juntos es la única forma de ganar de verdad.

Si logramos recuperar eso, Colombia dejará de girar en círculos. Por fin podrá avanzar.

Lea también: Robots, IA y cuántica: el tren tecnológico que Colombia está dejando pasar

Última hora

Te recomendamos

Le puede interesar