Esta publicación hace parte de la tercera edición de la Revista 360, lacual puede encontrar en el siguiente enlace: https://issuu.com/revista_360/docs/revista_360_edicion_3-2
Por: Roberta Flaborea Favaro – Docente investigadora Universidad Externado de Colombia
Para nadie es un secreto que la educación debe ser un elemento central en la inversión de recursos de cualquier país que quiera promover la democracia, la justicia y la equidad. Lo anterior ya se tornó un cliché entre nosotros en Latinoamérica. Sin embargo, en un campo tan grande llamado “educación”, pocos saben realmente dónde realizar esta inversión, principalmente en un país con gigantescas necesidades en esta área, como es el caso de Colombia. Seleccioné tres puntos que realmente valen la pena reflexionar sobre la educación en el país:
• Garantía de los derechos a la educación de calidad
El primer punto, y seguro el más complejo y profundo, es el derecho a la educación de calidad. Garantizar que los niños estén dentro de una institución educativa, no es garantía de que tengan acceso al conocimiento. Cuando se habla de los derechos a la educación de calidad, estamos hablando desde el campo educativo, de que los niños puedan tener herramientas reales y concretas para construir conocimiento. Lo anterior implica el material didáctico, herramientas pedagógicas, docentes bien formados, estructura física adecuada, alimentación apropiada, entre otros elementos.
Sin embargo, es importante pensar sobre el concepto de “calidad de la educación”. Aunque no hay un consenso general en la literatura, la “calidad”, puede ser pensada y referida a los elementos que realmente promuevan que los niños y jóvenes, desde sus contextos, construyan conocimientos a partir de sus singularidades.
Lo anterior puede generar cierta confusión y tensión en definir qué es la calidad educativa en Colombia. Propongo que centremos el concepto desde el ser en formación llamado estudiante, niño, joven, entre otros, que será nuestro futuro ciudadano. Si nos enfocamos en lo que es mejor para los niños y jóvenes, centraremos las mejores acciones en estos sujetos.
• Formación de los docentes
No se puede pensar en educación de calidad sin la debida formación de los docentes, y esto implica altos estándares de preparación. Cuando menciono la formación de maestros, me refiero a pregrado-licenciatura; la formación en el trabajo, y los posgrados. Muchos estudios a nivel mundial hacen referencia a que una excelente formación inicial de maestros y en servicio repercute en mejores prácticas profesionales, lo que claramente incide en la construcción de conocimientos, competencias y habilidades de sus estudiantes. Pero, desde distintos estudios investigativos realizados en el país, se concluye que la formación a nivel de pregrado está enfocada en la formación disciplinar.
Por otro lado, algunos gobiernos han traído experiencias formativas de otros países para replicarlos aquí. Aunque podamos inspirarnos en el modelo de Finlandia, Inglaterra o Singapur, las sociedades y las culturas son distintas y hay que realizar un proceso de reflexión profundo para la adaptación de estos modelos, desde las necesidades sociales y educativas locales y regionales, situaciones únicas de cada maestro y cada niño.
Ahora bien, para los docentes del país tener una excelente formación, pero al tiempo no tener recursos para que se pueda realizar un buen trabajo, es algo muy complejo. Si los niños llegan con hambre al colegio, no pueden aprender. Si los profesores no tienen una buena estructura escolar, tampoco pueden realizar un buen trabajo. Si no hay colegialidad en la institución educativa, poco pueden aprender en servicio. Es decir, por más que el docente tenga iniciativas, puede estar inmerso en situaciones sociales complejas.
• Investigación en educación
El último elemento a ser destacado, aunque no el menos importante, es la investigación realizada desde las universidades y desde los propios colegios. La inversión no solamente financiera, sino también de recursos como el tiempo de los profesores, es algo clave para repensar y proponer nuevos elementos educativos para la mejoría de la calidad de la educación. No me refiero solamente a la inversión para la investigación académica, sino también la investigación pedagógica, donde los docentes puedan intercambiar conocimientos, proponer nuevas situaciones educativas, entre todos, formándose entre sí.
La investigación en educación, mencionada desde un concepto macro, es todavía un punto poco concretado en el país y debe ser apalancada desde distintos ámbitos: políticas públicas, universidades, pero también desde los colegios públicos y privados, y principalmente, desde los propios maestros.
Desde lo anterior, está claro que estos son los gigantescos retos y deben ser afrontados por los próximos gobiernos nacionales con toda seriedad. La educación no debe ser un área pensada desde un gobierno, restricto a cuatro años, sino a un plan de nación: ¿Qué país quiere ser Colombia a corto, mediano y largo plazo? Esta es una pregunta que debe ser hecha en este momento que se puedan plantar las semillas para de las próximas generaciones.
Invertir en educación es promover un país más competitivo, que tenga más registros de patentes, que pueda exportar tecnología, que tenga desarrollo de la industria y del comercio y, de esta manera, que sea visibilizado a nivel mundial. También es invertir en un país más justo, equitativo y con mayores oportunidades para todos. La educación es un pilar fundamental de desarrollo y debe ser elemento central de discusión y fomento de acciones en sus distintos niveles.