Por: Juan Carlos Gossaín Rognini
Soñé que un vecino nos robaba el control de la televisión y desde ese momento en nuestra casa solo veíamos lo que el dispusiera. Pero lo verdaderamente extraño del sueño, era que nos gustaba la programación del abusivo.
Supongo que esta deriva de mi inconsciente, tiene otras formas de proyectarse en los sueños de todos los que han experimentado, recientemente, cambios sustanciales en la rutina de sus vidas. Nada nuevo, diría el doctor Freud. Tan viejo como el jugo de corozo, dirán los filósofos del WhatsApp.
Lo cierto es que estamos cambiando de piel. Por mas inyecciones de optimismo con que queramos recargar nuestro ánimo, sabemos perfectamente, desde ese mismo lugar donde se fabrican los guiones de los sueños, que la realidad que se nos viene pinta como una absoluta y gigantesca mierda.
Que nadie se alarme, lo saben aunque sigan en fase de negación. Cuando los entusiasmos que en su momento despertó el nuevo siglo han quedado sepultados en dos décadas llenas de dificultades, cuando también se han esfumado enormes oportunidades de transformación y ahora se perciben tan lejanos o desgastados aquellos propósitos mesiánicos que daban forma a nuestros sueños del milenio, se va volviendo más necesario prestar atención a las señales del presente, con ellas, quizás podamos inspeccionar la tendencia del futuro que se avecina.
Me da pena decirlo, pero Deepak Chopra aparte de seguir sumando millones con cada edición de sus libros, no ha conseguido hacer que el mundo sea mejor. Las personas siguen siendo lo mismo antes y después de él, como lo fueron antes y después del holocausto y dos guerras mundiales, antes y después de la separación de Panamá, de la masacre del palacio de justicia y todas las bombas que nos pusieron, antes y después de cada tragedia personal o colectiva que hemos vivido en los últimos cincuenta, cien o doscientos años.
Que razones o argumentos hay entonces para suponer que después de este virus de pacotilla, saldremos verdaderamente fortalecidos o “empoderados” ?. Antes de responder, alguien que por favor recuerde cuando fue el ultimo cacerolazo de apoyo, que, desde el balcón, envío a los médicos y enfermeras que continúan en primera línea de batalla.
La solidaridad no abunda por más sobrecarga de publicidad que le hagamos todos los días. No es de solidaridad que se han contagiado y se han muerto cientos de miles de personas durante estos duros meses, ha sido precisamente por falta de ella que se han sumado tantas terribles situaciones que lamentar, sin contar las que aún nos quedan. Solidaridad.
Escribo acongojado, observando estas señales, intentando confirmar si soy el mismo que unas semanas atrás ponderaba virtudes y valores que como sociedad debemos reforzar, dándome tal vez sin saberlo, un último soplo de aire fresco en la cara, que me alejara de lo previsible, el recurso facilòn con que la vida resuelve siempre sus malas historias, ese sálvese quien pueda que aparece al final de los libros mal escritos.
Donde hallar el optimismo? En las palabras del Calígula enfurecido que grita desobediencia o en el gobierno con funcionarios hologramas que dan la impresión de estar presentes, cuando en realidad no lo están?
Donde encontrar humanismo?
En el comportamiento primitivo de los que se gastaron las primas durante el orgiástico día sin iva, o en la bajeza con disfraz de pobreza, de los que, a la orilla de la carretera, roban sin apego a la desventura del accidentado?
Ahora voy entendiendo otro de mis sueños recurrentes, ese en que viajo de polizón en un barco fantasma. Asumo que así se explica la sensación de encontrarme solo y sentirme mal por decir algo que no está bien, algo que la gente no quiere escuchar.
Me llegan desde lejanas e insondables latitudes, las voces de Goethe, recordándome que la tarea de nuestro tiempo es aprender a vivir en nuestros propios zapatos, y la de Kierkegaard, preguntándome si la única posibilidad que tenemos es renunciar a la esperanza. No tengo idea de qué responder.
Cerrando estas líneas, encuentro en las noticias que los bancos siguen ganando dinero a montones, que la vulgaridad ya es lenguaje oficial en algunas ciudades, que los jueces exculpan la infamia, que los periodistas deciden quienes son los buenos o los malos, que la misma gente sigue en las calles y otras se mantienen en sus frágiles refugios caseros.
No se como voy a quitarme esa sensación de llegar a una fiesta a la que no he sido invitado, justo cuando los músicos están recogiendo los instrumentos y todos ya se han ido.
Mejor sigo buscando la forma de llevarme en el próximo sueño el control del aire acondicionado de mi vecino, para darle un curso completo sobre el cambio climático. Devolver atenciones.