Al oído del Ministro

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Nos parece muy bien que el Ministro de Defensa que se estrena, Diego Molano, haya nacido en el Hospital Militar. Y que haya estudiado bachillerato en el Colegio Patria. Y que haya pasado una temporada de su infancia en un lugar del Tolima, con toda su familia. Todo eso está bien. Pero valdría que supiéramos cuáles son sus conocimientos y experticia en materia militar.


Por: Fernando Londoño

Cómo le fue con sus estudios de la Historia de Grecia en las guerras médicas, su vecindad con los Comentarios de César a la guerra de las Galias, con la obra napoleónica y su apoyo diplomático en Talleyrand, con la guerra franco-prusiana y las dos guerras mundiales, con la Guerra Fría y cómo pudo gestarse en Yalta y Potsdam, y desarrollarse dramáticamente en la guerra de Corea, donde nuestros soldados fueron bravos entre los bravos. Para que sepamos si vale el diagnóstico suyo sobre el presente militar en Colombia.

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El doctor Molano dice, por ejemplo, que combatirá las ollas del microtráfico, instaladas en todos los municipios de Colombia. Magnífico. ¿Pero de qué se nutren las susodichas ollas y que significa que anden instaladas en Colombia entera?

El doctor Molano no quiso ir al tema del origen de nuestros males y peligros. Tal vez sea pura estrategia. Un recurso para despistar al enemigo. Pero desde nuestra ladera crítica, nos vemos en la obligación de decirle al Ministro, con el respeto debido y la simpatía que le profesamos, algunas cosas que pudieran serle de interés.

Acaba de revelar la prensa que en Venezuela viven cómodamente instalados cinco mil guerrilleros, o bandidos, del ELN y de las Farc. Pobre Venezuela con ese lastre y pobre Colombia con ese peligro. Pero ese hecho, Ministro, nos lleva a una cuestión esencial: ¿de qué viven esos cinco mil hombres, allende nuestra frontera? ¿Con qué se les compran cinco mil fusiles, que no valen menos de cinco millones de pesos por unidad? ¿Con qué se les compran botas y vestimentas, con qué se los alimenta, con qué se los divierte, con qué se los disciplina, adoctrina y entrena?

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Hablamos de cifras gigantescas, que se expresan, al final, en que nuestra frontera es una bomba lista para estallar en cualquier momento.

Pero el Norte de Santander y Arauca no son los únicos problemas. El Pacífico causa angustia verdadera. Buenaventura es un campo de batalla. Cada noche repica en la ciudad el tableteo de fusiles y ametralladoras. Se ignoran los muertos de esa contienda sin final. ¡La selva y el mar se tragan tantos cuerpos!

Más al sur, en el Pacífico caucano y nariñense, no vienen mejor las cosas. Habrá visto el Ministro la dolorosa estadística de los homicidios en un pueblo que se llama Argelia. Supera a Caracas, a Acapulco, a las peores ciudades del mundo en violencia. ¿Allá, quién mata y por qué?

Por orden superior, que no entendimos ni entenderemos, se insiste en combatir todo aquello con erradicaciones manuales de cultivos. Perdemos muchos hombres y vemos morir pobres jornaleros que se baten inermes en esos campos cocaleros. Los resultados no pueden ser más lamentables. No bajan los cultivos, pero sí sube la producción. Lanzamos cada año al mercado más de mil trescientas toneladas de cocaína.

Al conocido precio de cien dólares el gramo, llegamos a la cifra que explica toda nuestra tragedia. Que no solo se mide en litros de sangre, sino en pobreza. Porque parte de esa cocaína, bien se sabe, vuelve convertida en dólares y parte se aplica a traer de contrabando millones de toneladas de bienes que destruyen la empresa industrial, azotan el campo y vuelven pedazos la Nación.

No se equivoque, Ministro ilustre. Cocaína es el nombre del juego y no hay que enfrentarla, al final del proceso, en las ollas de los pueblos o en los camiones que circulan cargados de mercancías, sino en las cabeceras del río, en la siembra y el cultivo de la coca. Y eso no se logra, y no crea otra cosa, sino con la aspersión aérea con glifosato.

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Si no asperja, pierde la partida, Ministro. Si lo hace, le lloverán los enemigos, las investigaciones, la persecución más implacable. Pero no hay alternativa.

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Si no asperja, pierde la partida, Ministro. Si lo hace, le lloverán los enemigos, las investigaciones, la persecución más implacable. Pero no hay alternativa. Sus antecesores, incluido el que usted entra a reemplazar, prometieron y no cumplieron. La Corte Constitucional siempre tiene una condición imposible de llenar. Como la consulta a los cocaleros para que digan si quieren que les quiten el negocio. Pero no hay alternativa. Y le diríamos que tampoco hay excusa. El Gobierno, del que usted es parte tan decisiva, lleva dos años y medio mamando gallo con la fumigación. Si usted hace lo mismo, la Historia no se lo perdonará. Si fumiga, no se lo perdonarán los mamertos y el Santismo. Usted escoja.

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