Antioquia no es Uribe: «Esta tierra es fértil para ignaros y racistas, de pensar conservador y retrógrado, camanduleros de doble moral que se creen el cuento de que sin los nosotros el país estaría en la quiebra y que Antioquia y su clase política lideran la modernización y el desarrollo nacional…»
Por: Wilmar Vera Zapata
La foto es hermosa. En medio de decenas de trabajadores del astillero Blohm + Voss, en Hamburgo, un hombre permanece con los brazos cruzados. A su alrededor, otros de gorra y saco quedaron inmortalizados alzando el brazo derecho haciendo el tradicional saludo nazi. (Antioquia no es Uribe)
Se llamaba August Landmesser y era el único que no gritó “Sieg Heil”, ni “Heil Hitler” ese 13 de junio de 1936. Su historia y drama se conoció hace pocos años, cuando una de sus hijas lo reconoció y narró cómo Landmesser fue castigado por ese gesto, detenido y al parecer falleció luego de 1941, cuando fue enviado al frente de batalla. Su delito: amar a una judía en época de las leyes racistas de Nuremberg, por traidor a su pueblo y no seguir las fantasías de raza superior que pregonaba el nacional socialismo alemán.
Es muestra de la valentía de un hombre con dignidad, que se atrevió a no vender sus ideales, su amor ni de dejarse llevar por lo que “muchos” consideraban la verdad revelada por un líder, autoproclamado ser supremo y amo de la vida de la nación y de sus ciudadanos.
Hoy esa escena es similar en Antioquia. En las últimas décadas este departamento ha sido el bastión del jefe del Centro Democrático, quien se creyó el cuento de que la tierra de José María Córdova, Tomás Carrasquilla, Fernando González o Estanislao Zuleta es su pequeño reino y protectorado medieval.
En las elecciones presidenciales o de autoridades locales, por ejemplo, este montaraz terruño rompe la unidad y a veces se convierte en piedra en el zapato del desarrollo y el progreso nacional. No en vano, cada final de escrutinios resalta el perfil de Antioquia como hueco que vota por el verdugo en el escenario nacional; muchos bromean seriamente con la idea de que Colombia sería mejor si se independiza de los antioqueños.
Esta tierra es fértil para ignaros y racistas, de pensar conservador y retrógrado, camanduleros de doble moral que se creen el cuento de que sin los nosotros el país estaría en la quiebra y que Antioquia y su clase política lideran la modernización y el desarrollo nacional. Y si a eso le sumamos los discursos de varios medios regionales que pregonan -con igual ignorancia- una supuesta superioridad social, racial y moral, signado por valores que los hacen mejor que los otros. Xenofobia, aporofobia y racismo, pilares de una cultura que se empobreció más hace 50 años con ese cuarto caballo del apocalipsis: el narcotráfico.
Como si fuera poco, hay entre algunos de sus dirigentes y empresarios la idea de que son “clase superior”, un grupo elegido de aristócratas convencidos que encarnan a la real Antioquia y lo que le conviene a ellos es lo que le conviene a departamento. Y viceversa. Hasta se creen sus cuentos, príncipes maquiavélicos por sus rancios apellidos, por poseer fortunas heredadas desde la Colonia o por una industrialización epopéyica que se basó, en ocasiones, por la explotación económica y la destrucción del medio ambiente.
Hoy algunos de ellos, identificados con una versión de fascismo mazamorrero y montañero, parece que el tiempo les pasó por encima y se tragan sus propios discursos sin masticar. Ahora sí tienen las soluciones a los problemas que crearon: “aplicar capitalismo social”, “desarrollar economía cristiana”, “lucha frontal contra la corrupción”, “aumento de salarios para los trabajadores”, “mantener un Estado austero y reducido”. Frases huecas que no pasan de eslóganes políticos que no aplicaron tras más de 20 años de Gobierno. No son más que, como dicen en la calle con sabiduría, “pura carreta”.
Hoy somos miles los que no levantamos el brazo ni gritamos -como autómatas- loas al líder elegido, al expresi (dente, diario) que se cree el padre y abuelo de la sociedad paisa y colombiana. El que tiene la respuesta a las dificultades que pregona. Hay que desnazificarnos y en 2023 demostrar en las urnas que ellos son historia, tristeza y trauma social superado y que Antioquia no es (ya) Uribe, nie wieder (nunca más).