Apocalipsis económico

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Hay que leer de todo. Acorde con el espíritu de la Semana Santa, me dediqué a dos libros que son muy populares en las estanterías y en las versiones electrónicas.

Por: Miguel Gómez Martínez


ay que leer de todo. Acorde con el espíritu de la Semana Santa, me dediqué a dos libros que son muy populares en las estanterías y en las versiones electrónicas. Son textos de una nueva línea de publicaciones que predicen un apocalipsis económico. Dos de ellos atrajeron mi atención: La gran caída: ¿cómo hacer crecer su riqueza durante el colapso que se aproxima?, escrito por Jim Rickards (Ágora Publicaciones), y ¿Por qué los ricos se vuelven más ricos?, de Robert T. Kiyosaki (Aguilar).

Este es un género muy frecuente en la literatura estadounidense, en el cual se mezclan análisis estadísticos parciales con teorías conspirativas, todo ello enmarcado en recomendaciones financieras de personas que han entendido lo que los demás no hemos podido comprender. Como sucede con este tipo de escritos, hay páginas que son muy válidas. Varias interpretaciones son ciertas. Pero también pululan los simplismos, abundan las falacias, falta de mesura en las afirmaciones y sobra el mesianismo propio del iluminado.

Llama la atención en los dos textos el carácter inevitable del colapso económico. El fin del sistema económico está escrito desde hace décadas. Para Kiyosaki, el principio del fin empezó el 15 de agosto de 1971 cuando el presidente Richard Nixon dio muerte a lo que quedaba del patrón oro, desvinculando al dólar del metal precioso. A partir de ese momento se inició la pérdida de valor de la divisa mediante expansiones monetarias sucesivas, que tuvieron como efecto generar un crecimiento del valor de las acciones. Como en el período se presentaron frecuentes caídas de la bolsa, las autoridades monetarias continuaron inyectando liquidez para evitar el derrumbe de los mercados financieros, lo que postergaba el colapso del sistema, pero lo hacía cada vez más inevitable.

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Según los autores, las expansiones monetarias cuantitativas que se implementaron para superar la crisis financiera del 2008, por su tamaño, crearon las condiciones de la próxima debacle. Facilitaron la generalización de instrumentos cada vez más complejos y riesgosos como los derivados que Warren Buffet calificó de “armas de destrucción masiva financiera”. Reabsorber este volumen de dinero solo se puede hacer con una contracción cuyo impacto será mayúsculo.

A este factor de inestabilidad hay que añadir el efecto de las transformaciones de la economía mundial, en el cual la robotización y la globalización siguen destruyendo las formas tradicionales de la producción. Una economía en la que el empleo se vuelve un lujo y la manufactura es un proceso automático y permanente, es un escenario que produce temor. La velocidad con la que avanzamos en esta dirección también genera ansiedad. Los sistemas educativos no están anticipando lo que esta evolución implica. Tampoco parecemos entender el impacto que tendrá sobre la ética del trabajo, los sistemas de asistencia social y la productividad.

Lo que me inspira más desconfianza en estos textos es que estos gurús quieren compartir desinteresadamente la estrategia que nos permitirá evitar que el derrumbe de la economía mundial nos afecte. Algo no me suma en esta ecuación. A medida que envejezco estoy menos seguro de las cosas que consideraba ciertas cuando terminé mis estudios universitarios. Algunos dicen que es porque tengo un espíritu muy dubitativo. Otros creen que he madurado y que el tiempo me hace reconocer con claridad las limitaciones de mi conocimiento.

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