Cuarenta años después de la avalancha que borró del mapa a Armero, el municipio tolimense sigue siendo un símbolo de resistencia, Lo que una vez fue un territorio próspero arrasado por el lado y la ceniza, hoy se transforma poco a poco en un escenario de recuperación económica y social. Desde su nueva cabecera, Armero Guayabal, la comunidad buscan reconstruir no solo la infraestructura, sino la confianza en su propio futuro.
Tras la tragedia que marcó a miles de familias, la agricultura se consolida como el principal motor de desarrollo. De acuerdo con un informe desarrollado por Visión Tolima 2050 de la Gobernación del Tolima, los cultivos permanentes, aquellos que producen varias cosechas sin necesidad de replantearse, son el eje de la economía local. Entre ellos destacan la lima, con una producción anual cercana a las 950 toneladas; el aguacate, con 850 toneladas; y el plátano, con 769 toneladas.
A 40 años de la tragedia, Armero Guayabal impulsa su economía agrícola y reconstruye su identidad desde la resiliencia
A esto se suma la fortaleza de los cultivos transitorios, como el arroz, que alcanza las 37.059 toneladas y continúa siendo el producto insignia del municipio; le sigue el maíz con 15.468 toneladas y el algodón con 205 toneladas. Según el exministro de Agricultura Andrés Valencia, antes de la tragedia, Armero era reconocido por su papel clave en la producción arrocera y panelera, así como por la diversidad de cultivos frutales y de algodón. Cuatro décadas después, esa vocación agrícola ha sido la base sobre la cual se ha reconstruido la vida económica local.
En materia educativa, el municipio ha mostrado señales de avances, en el 2020, la cobertura neta en primaria alcanzó el 93,81%, mientras que en secundaria llegó al 85,4%, cifras que lo ubican por encima del promedio de municipios vecinos como Honda, Mariquita o Fresno. Este progreso refleja el esfuerzo institucional y comunitario por fortalecer la educación rural como herramienta para la transformación social.
No obstante, el acceso a servicios públicos aún es un reto. La cobertura de acueducto se ubicaba en 64,46%, y la de alcantarillado en 64,43%, cifras que evidencian brechas frente a municipios como Falan o Palocabildo, donde el servicio llega al 100% de los hogares. La conectividad digital también sigue siendo limitada: solo el 11,8% de los habitantes contaba con internet fijo, aunque la llegada de nuevas redes y programas de conectividad rural han comenzado a mejorar ese panorama.

Un desastre con huella económica profunda
El impacto financiero de la tragedia aún se considera uno de los más graves del país. Un estudio realizado por el Banco Mundial, la Agencia Colombiana de Cooperación Internacional y el Departamento Nacional de Planeación (DNP) estimó que la catástrofe representó el 2,05% del PIB nacional de 1985. De esa cifra, los daños materiales equivalieron al 0,70% del PIB, mientras que los costos de la emergencia, rehabilitación y reconstrucción sumaron alrededor del 1,35%.
Más allá de las cifras, el desastre obligó a repensar la gestión del riesgo en Colombia y a fortalecer los sistemas de alerta temprana. Hoy, esos aprendizajes son parte del legado de una tragedia que cambió la manera de entender la relación entre el territorio y la naturaleza.
Una identidad forjada en la tierra
Armero Guayabal ha aprendido a transformar el dolor en propósito. Entre cultivos de arroz, aguacate y maíz, nuevas generaciones de campesinos y emprendedores han decidido quedarse y sembrar futuro. La producción agrícola no solo sostiene la economía local, sino que también se ha convertido en un acto simbólico: cultivar para recordar, producir para no rendirse.
Cuatro décadas después, Armero sigue siendo una lección de memoria y resiliencia. Aunque el progreso avanza con pasos medidos, la tierra que alguna vez fue arrasada hoy vuelve a florecer, demostrando que incluso en medio de la pérdida puede germinar la esperanza.
