Benedetti, el todopoderoso

El excongresista y exembajador, asume como ministro del Interior y, a la vez, jefe de Gabinete. Se convierte en el segundo hombre con más poder dentro del gobierno de Gustavo Petro.

Benedetti, el todopoderoso
Foto: Redes sociales

Armando Benedetti, nacido en Villanueva, ha recorrido cada rincón de la política colombiana. Conocedor de los pasillos y vericuetos del poder, es quizá uno de los políticos más hábiles de los últimos años. Aunque oriundo de Barranquilla, ha dividido su vida entre la capital del Atlántico y Bogotá, donde ha construido una sólida red de relaciones.

Benedetti no solo entiende la política; también conoce a fondo los medios de comunicación, las relaciones públicas y las élites del país, que, pese a la incredulidad de algunos, sí existen y tienen un peso determinante en la toma de decisiones. Comunicador de profesión, su experiencia en los medios le ha permitido dominar la narrativa, ajustar escenarios y medir la temperatura política con precisión. Su mayor habilidad ha sido su olfato político: sabe dónde estar, con quién y en qué momento.

Benedetti conoce a fondo las entrañas del poder en la República: sus avances, sus dolores, sus excesos y las debilidades de muchos de sus excompañeros. Su habilidad para elegir y librar batallas estratégicas lo ha convertido en un jugador astuto en el tablero político. A lo largo de su carrera, ha desafiado a figuras poderosas sin sucumbir, logrando no solo salir indemne, sino incluso fortalecido. En más de una ocasión, cuando parecía estar al borde del suicidio político, terminó emergiendo con aún más protagonismo y control sobre la narrativa.

Nunca ha tenido una mala palabra en contra del expresidente Álvaro Uribe Vélez. Ha procurado públicamente respetar muchas dignidades, así parezca algo incoherente por su dialéctica, su sabor caribe y su forma de expresarse a su manera.

A pesar de haber sido opositor durante el gobierno de Iván Duque, Benedetti mantenía una relación cercana con gran parte del Congreso, incluyendo miembros del Centro Democrático y de otras colectividades afines al oficialismo. Su habilidad para moverse entre diferentes sectores políticos le permitió tejer vínculos incluso con ministros del gabinete y con el propio presidente Duque, demostrando su capacidad para mantenerse influyente más allá de las líneas partidistas.

Su paso por el gobierno de Juan Manuel Santos lo consolidó como un operador clave en el Congreso, junto a Roy Barreras. Ambos fueron piezas fundamentales para la agenda legislativa de Santos, articulando consensos y desactivando crisis políticas. Su cercanía con los medios y las élites le permitió maniobrar con astucia en los momentos más críticos del gobierno.

Ahora, como ministro del Interior, jefe de Gabinete y la segunda figura más poderosa del gobierno de Gustavo Petro a tan solo un año y cuatro meses de su final, Benedetti enfrenta un desafío monumental: asegurarle al presidente y a su administración un cierre ordenado, un soft landing, un aterrizaje suave que mitigue turbulencias políticas y garantice estabilidad en la recta final del mandato.

Petro lo ha nombrado porque sabe que Benedetti hace que las cosas pasen. Lo demostró en la campaña presidencial y lo hará en el Congreso, donde su capacidad de negociación y su pragmatismo pueden facilitar consensos. Incluso entre sectores de oposición hay una mayor aceptación hacia su nombramiento, en contraste con sus antecesores.

El reto es claro: consensuar reformas sin tocar los nervios más sensibles del país. Petro, con elecciones en el horizonte y un desgaste político evidente, deberá ceder en algunos frentes para lograr un cierre de gobierno que no termine en crisis. Benedetti, por su parte, tiene en sus manos la misión de recomponer el ala política del gobierno, exigir eficiencia en la administración y preparar el terreno para 2026, buscando que el proyecto político del petrismo no herede un desgaste insostenible.

El desafío político que enfrenta Benedetti es tan grande como su ambición. Con un tarro de galletas en una mano y una planilla en la otra, sabrá moverse con la destreza que lo ha caracterizado en un Congreso que siempre se quejó de la falta de un interlocutor efectivo. Su llegada, incluso entre sectores de la oposición, ha generado mayor aceptación que la de sus predecesores, lo que se traducirá en diálogos más fluidos, ya sea en despachos oficiales, en conversaciones informales o en brindis discretos.

Su tarea será abrir espacios de consenso para lograr la aprobación de tres o, con suerte, cuatro reformas, evitando aquellas que despierten profundas resistencias. Petro, consciente de que el tiempo juega en su contra, tendrá que asumir concesiones para cerrar su gobierno con ciertos logros legislativos que equilibren la percepción de su gestión.

Benedetti, por su parte, tendrá la misión de reactivar la maquinaria política, garantizar la eficiencia de los ministros y funcionarios, y ordenar las fichas con miras al 2026, evitando que su sector político herede el desgaste acumulado de un gobierno que ha atravesado múltiples dificultades.

Así, Petro queda en manos de Benedetti, y Benedetti enfrenta el reto más complejo de su carrera: ser el artífice del cierre de un gobierno de izquierda en medio de turbulencias políticas, con la presión de cumplir su anhelo de ser ministro mientras lidia con una exposición pública que pondrá a prueba su capacidad de maniobra y su resistencia personal.

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