La bandera que le cayó en la cabeza a Petro es apenas una señal de que toda Colombia se le está desmoronando a pedazos.
Hay muchas razones para seguir viendo con desconfianza a este gobierno y mantenerse muy preocupado con lo que está pasando. Por ejemplo, durante los primeros días del mandato de Petro van, por lo menos, cinco líderes sociales asesinados, más de siete masacres y alrededor de 900 desplazados por un conflicto de tierras en el Cauca. También hay un grave problema de orden público en Buriticá, Antioquia, donde todo el municipio está sitiado mientras ilegales roban oro de sus minas.
Sin embargo, ninguno de estos hechos parece despertar la misma indignación de antes, cuando se le adjudicaban al gobierno de Iván Duque, lo que demuestra el trabajo sucio que desarrolló el petrismo para «quemar» a su antecesor. De hecho, con Petro será muy difícil que cambie esta situación para convertirnos en «potencia mundial de la vida», porque él no va a combatir los cultivos ilegales, que son el combustible de tanta violencia, y prácticamente autorizó la invasión de tierras.
El «cambio» que prometió Petro tampoco se ve en el ámbito político, como se pudo comprobar en la elección de un contralor de bolsillo, lo que tanto le criticaron a Duque. Para el efecto, la mermelada corrió a rodos como si fuera uno de los ríos que se han desbordado en esta temporada invernal. Incluso, se pudo oír el indiscreto comentario de que estaban «comprando votos», lo que no es de extrañar porque la mayoría de los congresistas son insaciables, incluso más los que apoyan al gobierno, que hasta se niegan a firmar cualquier proyecto que vaya en dirección de bajarles el sueldo, cosa que tanto prometieron.
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El «cambio» tampoco se ve en el manejo de las relaciones exteriores que tanto criticaban por no preferirse a funcionarios de carrera en las embajadas sino usarse como pago de favores políticos. Ahora es peor, nos representan bandidos con líos judiciales como Armandito Benedetti, en Venezuela; León Fredy Muñoz, en Nicaragua, y Camilo Romero, en Argentina. Todos en feudos afines al petrismo y lejos de las cortes que los investigan. Más grave aún que el embajador ante la OEA se ausentara en plena votación contra Nicaragua por la incesante cadena de violaciones de los derechos humanos. Sin duda, la orden vino de arriba, pero eso no es representar a un país sino a una ideología.
Y sigue el gobierno asustando con sus nombramientos: dos terroristas exmilitantes del M-19 fueron nombrados por Petro en cargos clave del Gobierno para que siga quedando claro, por si alguien sigue pensando que el episodio de la espada de Bolívar fue solo una anécdota de la posesión, que fue la guerrilla la que llegó al poder. Es que suena hasta chistoso, un enemigo del Estado es ahora director nada menos que de la Dirección Nacional de Inteligencia, y el otro quedó al mando de la Unidad Nacional de Protección, de la que depende la seguridad de toda la oposición. ¿Acaso no recuerdan que el presidente Duque reversó el nombramiento en ese cargo de Claudia Ortiz por unos simples trinos contra la oposición?
El único «cambio» visible es que pasamos de tener un gobernante competente a uno cuyos estados alterados de conciencia le impiden hasta cumplir sus compromisos, para tener que decir después que fue un dolor de estómago. La bandera que le cayó en la cabeza a Petro es apenas una señal de que toda Colombia se le está desmoronando a pedazos. Y este cataclismo apenas lleva quince días. ¿Quedará algo qué recoger dentro de cuatro años?
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