Carrasquilla tiene toda la razón

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Por: Alberto Bernal


Siento mucho aprecio por el ministro Alberto Carrasquilla. Mi tocayo tiene una forma de ver la vida con la que me identifico mucho. Al igual que a mí, muchos críticos nos califican de arrogantes, de antisociales, de neoliberales. Pero esos críticos nos acusan de esas cosas porque NO entienden las realidades de la economía colombiana, y porque tienen esa tara genética de haber sido educados con los postulados expresados por Galeano en las “Venas Abiertas de América Latina”, ese pedazo de literatura barata que tanto daño le ha hecho a nuestra sufrida región.

La tributaria que quiere presentar el Ministro Carrasquilla es la reforma más socialmente justa que ha visto Colombia en su historia reciente. Primero que todo, la reforma es una necesidad desde el punto de vista macroeconómico. El país necesita darle certidumbre a la comunidad inversora de que vamos a mantener una senda de responsabilidad fiscal, no para ayudarle a los banqueros, como dicen los progresistas, sino para asegurarnos de que la inflación no suba en el futuro, pues como todos deben o deberían saber, no hay peor mal para una sociedad que tener una inflación descontrolada.

La reforma del Ministro Carrasquilla busca que Colombia se comience a parecer más a los países nórdicos, aquellos paraísos de paz y bienestar del norte de Europa donde prima la justicia social. Esos países con climas tan fríos, pero con economías tan avanzadas, tienen un denominador común: son países que han logrado entender que las instituciones dentro de la sociedad que generan el empleo, y por lo tanto el bienestar, son las empresas.

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Por esa razón, como argumentaba recientemente en una excelente columna la economista Vanesa Vallejo, un país como Suecia le cobra un impuesto de renta a sus empresas del 22%, muy por debajo del 34% que cobra Colombia, y mucho más bajo una vez se incluye el CREE en la ecuación.

Para poder financiar esos bajos impuestos, Suecia tiene un impuesto de renta máximo para las personas naturales del 60,15% y un IVA del 25%, comparado con el 35% de Colombia en renta y el 19% en IVA.

La otra crítica que le han hecho a la propuesta del ministro Carrasquilla es por atreverse a proponer que se les ponga IVA a los productos de la canasta familiar.

El comentario más típico toca el punto de que ponerle IVA a la comida afecta principalmente a los pobres. Varios puntos. Primero, un país modelo del progresismo, Bolivia, le cobra IVA a la comida.

Dos, la idea es cobrarle IVA a los más privilegiados únicamente. A los menos privilegiados se les va a devolver ese pago mensualmente vía mecanismos similares a los que se usan con familias en acción o adulto mayor.

Tres, si se le cobra IVA a la comida que comen los pudientes, el estado va a poder recaudar $5 billones adicionales, implicando que se podría incrementar el presupuesto del Instituto Nacional de Bienestar Familiar de $2 billones a $7 billones anuales. Traten de imaginarse el bienestar que dejaría en la sociedad el poder invertir más en los niños menos favorecidos.

La reforma de Carrasquilla no busca ayudarle a los banqueros. Lo que busca es ayudarle a los pobres a tener mejores expectativas a futuro. Ya es hora de que Colombia deje de ser tan injusta.

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No puede ser que los pobres le sigan subsidiando la carne barata a los ricos que mercan en el Carulla de la 11 con 76. En serio, pongámonos serios, apoyemos las políticas necesarias para acabar con la infamia de que nuestros niños pobres se acuesten con hambre.

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