El acto que tuvo lugar anoche en Bogotá, donde el alcalde Carlos Fernando Galán inauguró el Centro Felicidad de Chapinero, no solo fue un evento protocolario, sino un símbolo de lo que debería ser la política pública en Colombia.
En un gesto poco común de gallardía y madurez política, Galán reconoció públicamente la importancia de una obra iniciada por Enrique Peñalosa, continuada por Claudia López y que ahora él entrega a la ciudadanía. Este tipo de reconocimiento es una muestra de la trascendencia de las políticas que, bien gestionadas, superan los ciclos de gobierno para servir a la sociedad en su conjunto.
Este es un momento raro en una política local muchas veces mezquina y fragmentada, donde las obras se ven como trofeos personales de cada administración. En el caso del Centro Felicidad, la obra atravesó tres gobiernos con visiones diferentes, pero el resultado fue una obra monumental para Bogotá.
La ciudad requiere más ejemplos de este tipo, donde los intereses políticos de corto plazo no detengan el progreso de proyectos estratégicos. Galán, con su gesto, nos recuerda que las ciudades no pueden reinventarse cada cuatro años según las preferencias del gobernante de turno. Las grandes urbes deben tener continuidad, planearse a largo plazo, y ser objeto de políticas públicas estables.
En Colombia, ha prevalecido la idea errónea de que solo las zonas más necesitadas o los estratos socioeconómicos bajos son merecedores de las inversiones públicas. Sin embargo, las obras de infraestructura y los servicios de calidad no deben segmentarse ni discriminarse por estratos.
Todos los ciudadanos, sin importar su nivel de ingreso, contribuyen al desarrollo de una ciudad a través de sus impuestos y, por tanto, deben beneficiarse de los espacios públicos, los servicios y la infraestructura.
El Centro Felicidad de Chapinero es un excelente ejemplo de una obra destinada a todos los sectores de la sociedad, ubicada en una zona dinámica que incluye más de 57 instituciones de educación superior y más de 10.700 empresas. La idea de que ciertos sectores no merecen inversiones del Estado es una visión que debe erradicarse si queremos una sociedad más equitativa.
El nuevo Centro Felicidad en Chapinero, ubicado en el barrio El Retiro, cuenta con más de 10.500 m² de espacio construido, distribuidos en diez pisos y una altura de 45 metros. Este espacio ofrecerá a la comunidad servicios y espacios como biblioteca, teatro, salas de exposiciones, aulas de formación y múltiples escenarios deportivos y recreativos.
Es un lugar que busca promover la integración social y ofrecer acceso a la cultura y la recreación de manera gratuita, lo que lo convierte en un hito para el desarrollo urbano inclusivo. Con una inversión de 80.000 millones de pesos, esta obra no solo embellece a la ciudad, sino que refuerza la idea de que todos los ciudadanos deben tener acceso a espacios públicos de calidad.
Uno de los grandes problemas en la política colombiana es lo que podríamos llamar el «complejo de Adán», en el que cada gobernante pretende ser el creador de todo, desechando lo hecho por sus antecesores.
Esto no solo frena el desarrollo de las ciudades y regiones, sino que también fragmenta a la sociedad, como hemos visto en el caso del metro de Bogotá, una obra que ha sido motivo de conflicto entre distintas administraciones. Las ciudades deben pensarse para el futuro, y las políticas públicas deben trascender los períodos de gobierno para responder a las necesidades de los ciudadanos a largo plazo.
Si cada nuevo gobierno decidiera cancelar las obras de sus predecesores por razones ideológicas o personales, el progreso se vería gravemente afectado. Es necesario un cambio en la mentalidad política, donde las inversiones y proyectos de largo plazo se respeten, independientemente de quién esté en el poder. La continuidad en las políticas públicas es fundamental para garantizar que las ciudades crezcan y prosperen de manera sostenida.
El acto de Carlos Fernando Galán no es solo un evento simbólico, sino una lección para todos los políticos del país. Bogotá, una ciudad muchas veces dividida por discusiones sobre sus obras, puede aprender de este ejemplo. Si los gobernantes pusieran los intereses de la ciudad por encima de los suyos y trabajaran en conjunto para darle continuidad a las obras públicas, la capital tendría un presente mucho más prometedor, y aún está a tiempo de construir un futuro mejor.
En resumen, la inauguración del Centro Felicidad no es solo la culminación de una obra física, sino también una muestra de cómo la política en Colombia debe evolucionar. Las ciudades no tienen un botón de «on» y «off» que permita reiniciar todo cada cuatro años; deben ser planificadas y construidas con visión de futuro, pensando en el bienestar de todos los ciudadanos. Solo así podremos asegurar un desarrollo sostenido y equitativo, donde las obras trasciendan los gobiernos y sean, en última instancia, propiedad de todos los ciudadanos.
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