Colombia, entre el duelo y la defensa de la democracia

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Colombia está de luto. El asesinato de Miguel Uribe Turbay nos devuelve a una memoria dolorosa que creíamos superada. Los magnicidios que irrumpen en la vida pública. Más allá de una dolorosa tragedia personal, este hecho es una herida profunda en nuestro tejido histórico y una advertencia de que la estabilidad democrática no puede darse por sentada.

El duelo, en este contexto, va más allá de la tristeza. Es un quiebre que nos obliga a mirarnos al espejo como sociedad, a revisar la forma en que nos comunicamos, juzgamos y actuamos. Este momento nos exige una reflexión en tres niveles:

  1. El duelo humano: la vida como principio innegociable. La vida es inviolable. Protegerla no puede ser solo un derecho esencial, sino una acción diaria y una política. La vulnerabilidad que hoy sentimos colectivamente nos recuerda la urgencia de cuidar la vida con hechos, no solo con declaraciones.

Cuando un líder es asesinado, se apaga una voz y se enciende una alarma que indica que el Estado de derecho y la convivencia están en riesgo.

  1. El duelo cívico: las grietas de la democracia. La violencia política tiene una historia dolorosa en Colombia. Cuando el desacuerdo se tramita con amenazas, estigmatización o balas, no solo se silencia a una voz; se fractura el acuerdo básico que nos permite ser diferentes. Las democracias no se rompen de un día para otro; se agrietan poco a poco.

Cuando normalizamos el discurso de odio y deshumanizamos al adversario, cuando se relativiza la verdad y se atacan las instituciones, cuando la justicia se instrumentaliza y la impunidad se vuelve costumbre y cuando la ciudadanía, cansada y frustrada, se retira de lo público.

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El asesinato de Miguel Uribe Turbay es un recordatorio de que estas grietas, si no se atienden, pueden convertirse en fracturas irreparables.

  1. La responsabilidad ciudadana: del duelo al compromiso La transformación debe comenzar en el lenguaje que usamos y en las promesas que Este no puede ser un momento de resignación, sino de tránsito hacia mejores prácticas colectivas. Como ciudadanos, tenemos cinco compromisos urgentes:
  2. Condenar la violencia de forma categórica, sin importar de dónde venga. No hay peros ni excusas que
  3. Cuidar la palabra pública: líderes, medios y ciudadanía deben disentir con argumentos, no con insultos.
  4. Blindar las instituciones con reglas claras, justicia eficaz y control ciudadano constante. Reformar lo que haga falta, pero siempre a través de las vías democráticas.
  5. Educar para la convivencia: escuelas, universidades y medios deben fomentar el pensamiento crítico, la alfabetización digital y el diálogo
  6. Construir un acuerdo sobre lo fundamental: la vida, la dignidad, la verdad y las reglas del Sin este piso ético, cualquier proyecto político, sea de izquierda, centro o derecha, se vuelve inviable.

No se trata de borrar nuestras diferencias, sino de reconocer que, sin un mínimo ético compartido, ninguna causa es posible. La política debe ser el lugar de los proyectos y las soluciones, no de la muerte.

Que este duelo no nos encierre, sino que nos convoque a la acción. Hagamos del respeto una práctica, del desacuerdo una conversación y de la participación una costumbre.

Colombia ha superado noches más oscuras. Podemos hacerlo de nuevo si ponemos la vida por encima del cálculo, la verdad por encima del rumor y el bien común por encima del rencor. Que el dolor de hoy sea la semilla de un nuevo compromiso: no permitir que la democracia se rompa en nuestras manos.

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Por: Felipe Olaya

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