A Colombia la pisó un gigante

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Por: Redacción 360 Radio


Colombia recibió la visita de un máximo jerarca de la Iglesia católica por tercera vez en su historia, sin embargo, para esta ocasión, el encuentro tenía un condimento especial: la paz.

Si bien es cierto que el tema de la paz ha dividido al país, es innegable como hecho histórico la dejación de armas por parte de un grupo guerrillero que llevaba 52 años luchando contra el Estado, cuyo conflicto dejó más de 220.000 muertos (82% civiles) según el informe: “¡Basta ya! Colombia: Memorias de guerra y dignidad”, presentado por el Centro Nacional de Memoria Histórica en el año 2013.

Por eso, si algo pudiese unir a los colombianos, sería la fe y la esperanza; valores que parecen esfumarse cada vez más en los habitantes de esta Nación que ven cómo la corrupción se traga al país.

Desde su llegada como sumo pontífice, Francisco significó revolución. Cada una de sus palabras llama al cambio, desde el más pobre hasta el más poderoso, por eso su estilo no se hizo ajeno en un país que necesitaba con urgencia un auxilio espiritual.

Francisco une, y aunque es cierto que Colombia es un país laico (independiente de toda religión) el arribo de un papa como él, nos pondría a prueba como Nación en torno a la visita de un líder que no vino a imponer la cruz, si no a dar un mensaje de esperanza.

Su carisma pareciera no caber en una siempre controvertida iglesia, que a pesar de tener un líder de este calibre, algunos de sus miembros siguen eligiendo otros caminos diferentes al servicio de lo más necesitados y se han empeñado en juzgar a todo lo que no haga comunión cada domingo.

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Desde Medellín, el santo padre, con la revolución de sus palabras, envió un contundente mensaje a una numerosa comunidad católica que lo esperaba, y que por el bien de la iglesia católica y su futuro, deberán aplicar sí o sí.

“Como he dicho ya en otras ocasiones, el diablo entra por el bolsillo. Esto no es privativo de los comienzos, todos nosotros tenemos que estar atentos porque la corrupción en los hombres y mujeres que están en la Iglesia empieza así, poco a poco, luego —nos lo dice Jesús mismo— se enraíza en el corazón y acaba desalojando a Dios de la propia vida. «No se puede servir a Dios y al dinero» (Mt 6,21.24), no podemos aprovecharnos de nuestra condición religiosa y de la bondad de nuestro pueblo para ser servidos y obtener beneficios materiales”, sentencia Francisco en la capital antioqueña.

Esto es sin duda lo que diferencia a Francisco del resto de sus predecesores, una capacidad natural de autocrítica y sensatez, una lucha constante por la transformación y la recuperación de los valores realmente esenciales para la sociedad, dejando a un lado los intereses oscuros de mantenerse más por poder que por real vocación al servicio de Dios. Es eso lo que ha llevado a Jorge Mario Bergoglio a enfrentar líneas duras de un conservatismo arcaico que, inexplicablemente, se empeña en perdurar y evolucionar.

Los colombianos, independientemente si creemos o no en Dios, hemos presenciado la visita de un gigante de la era moderna, de aquellos que aparecerán más adelante como determinantes en el curso de la historia. Así lo confirman Forbes, Wall Street Journal y hasta Rolling Stones, quienes coinciden en llamarlo “el personaje más influyente del mundo” y muy probablemente podría convertirse en “la personalidad más admirada de la década”.

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Colombia, por sus particularidades, mediría el carisma de Francisco, y pondría a prueba su sonrisa y cercanía. Este país sería el mejor escenario para demostrarle al mundo que este papa es real y que su visita no se dio por azar, si no por decisión interna de un gran hombre que vio la urgente necesidad de arbitrar una paz que se desgasta en el tira y afloje político e ideológico que azota a la sociedad colombiana.

Debemos procurar que las palabras del santo padre no sean flor de un día, y entender que un proceso político como el que atraviesa el país, debe ir más al fondo. El tema de la reconciliación y la incesante lucha por una sociedad más equitativa, son pilares para dar el primer paso y los siguientes hacia la solución de los conflictos.

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