Este año he tenido la posibilidad de visitar territorios, comunidades y sectores que han estado rezagados de las políticas sociales de los gobiernos locales y el central. Cuando uno entra a preguntar ¿qué priorizaría usted?, la respuesta suele ser un tiro en el pie: una mezcla de imprudencia, torpeza o, digámoslo por su nombre, privilegio.
Como consultor político, el reto más grande al que me he enfrentado se resume en una pregunta simple y compleja a la vez: ¿cómo captar la atención de la gente? Hagan el ejercicio y atrévanse a dar un mensaje político en cualquier esquina; de inmediato se genera una repulsión que, de una u otra manera, debe contrarrestarse. Hoy nos enfrentamos a una ciudadanía más incrédula, desesperanzada y con la sensación permanente de haber sido utilizada, frente a candidatos cada vez más populistas, dispuestos a llamar la atención a cualquier costo.
Una vez leí a Sheri Berman, quien afirmaba que para superar la presión populista se requieren políticas pragmáticas capaces de resolver problemas inmediatos. Esa idea marcó la forma en que venía concibiendo la política y me permitió entender algo fundamental: la ciudadanía termina inclinándose por quien le ofrece soluciones concretas a problemas sensibles. Por supuesto, esto debe ir acompañado de una estrategia de comunicación que conecte y genere impacto en la población objetivo.
En campaña, el mensaje —las propuestas— es la hoja de presentación de un candidato. La intención es hacerlo tan claro y sencillo que transmita inmediatez y seguridad. Pero cuidado con cruzar esa línea delgada entre el pragmatismo y el populismo. No es recomendable sacrificar el interés público a cambio de atención momentánea; ese es, quizá, el principal factor de desgaste de una figura política con el paso del tiempo. Aunque cueste decirlo, la ciudadanía suele valorar más un NO, acompañado de alternativas viables, que a candidatos con ínfulas de salvadores y discursos llenos de humo.
La falta de apropiación de causas, la flexibilización excesiva y la ausencia de rigor en la defensa de ideales terminan generando desconfianza en quien habla, incluso antes de ser escuchado. Si alguna vez ha aspirado —o aspira— a un cargo de elección popular, debe tener claro que su lenguaje debe ser sencillo, sus propuestas concretas y sus soluciones viables. El rodeo no es amigo de la política; solo sobrevive en los debates y los discursos.
Considero que la forma más práctica y sostenible de hacer política es construyendo ciudadanía. ¿Cómo se hace esto? A través de procesos activos, continuos y colectivos que permitan a las personas desarrollar conciencia crítica, valores democráticos y prácticas de participación para incidir de manera responsable en la vida social, política y comunitaria. No importa si es influencer, líder comunitario o un político de vieja data: la mejor campaña se construye generando identidad, valores y defendiendo intereses comunes, sin ningún tipo de contraprestación.
Cuando la gente se siente identificada con lo que usted dice, piensa o defiende, el gesto de desinterés durante un volanteo puede transformarse en un simple “gracias”, y eso ya marca la diferencia. Me gusta la palabra innovación, porque esta construcción solo es posible si se cambian los métodos y las formas: observar cómo reaccionan las personas y ajustar el mensaje en la marcha no es improvisar, es entender a quién se le está hablando.
Por: César Elías Moreno- @juliuscesareeee
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