Complejo comprender

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Complejo comprender: Con el cambio de gobierno sólo quedó demostrada una cosa: en Colombia la política todos la hacen igual. En este punto, la única diferencia entre derecha e izquierda es que unos se quejan del dólar y los otros del peso.


Autor: Orlando Buelvas Dajud

La promesa del cambio se añeja cada vez bajo peores condiciones. Si se atiende a un recuento corto encontraremos, en la historia reciente del país, las ansias políticas de virar el rumbo a un futuro prometedor, de llegar desde Egipto a Israel para por fin ser libres de los males que nos aquejan, con cada candidato presentándose como el Moisés de turno.

Lo más preocupante no son esos delirios bíblicos de nuestros dirigentes, sino la disposición servicial que caracteriza al común de la ciudadanía. Cada región del país parece estar sometida al silente servicio de posiciones políticas que poco representan los verdaderos intereses generales, hasta el punto en que la defensa de ideales se ha convertido en un tema antológico, reservado para los pocos marginados que se han interesado, en algún momento, en comprender qué es lo que defienden.

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Orlando David Buelvas Dajud, Twitter.

Con el cambio de gobierno sólo quedó demostrada una cosa: en Colombia la política todos la hacen igual. En este punto, la única diferencia entre derecha e izquierda es que unos se quejan del dólar y los otros del peso. Pero al fin, todo sigue igual. No se necesita una tabla comparativa, ni un detallado documental para entrever que las marañas de un gobierno pasan a otro, solo que con otro nombre y con guiños a otros sectores.

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Pero de nuevo, reluce el carácter del pueblo. Según cuentan, entre los años 1828 y 1829, cuando la independencia aún era reciente y las provincias se enfrentaban en batallas sin fin entre sí y contra los líderes del interior del país, Bolívar se trató de imponer como “Presidente Vitalicio” y aunque no lo logró, el desastre interno conllevó a que se terminara asentando casi como un dictador. Pero el poder a Bolívar no le sobrevivió a la rebelión de Obando y López, permitiendo que se negociara una nueva constitución; era un triunfo republicano para un territorio que se hizo república antes de entender lo que ello implicaba.

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Sin embargo, siendo el pasado el mejor reflejo de nuestro presente, cuando el país fue sacudido por las fuertes mareas políticas del momento, fue evidente la falta de un líder. Por lo que el pueblo de la Gran Colombia concluyó la incesante necesidad de un nuevo dirigente.

Sin más, la solución de los recién independizados fue acudir a las delegaturas europeas, por medio de los ministros, para consultar si, por casualidad, había algún príncipe europeo que aceptara ser Rey de la Nueva Granada. La sociedad que regó su sangre por la democracia pedía de nuevo un Rey.

Décadas después se iniciaba la acometida entre conservadores y liberales, que se mantiene en nuestras conciencias coloniales, consumado como un proceder legítimo para la vida en sociedad, para que, hasta el día de hoy, sea necesario rifarnos a la espera de un líder que lo cambiará todo. Triste ilusión.

Tal vez solo estamos pagando el precio de vivir en sociedad. Colombia no ha sido el único pueblo afectado por sus propios hijos. En la edad media los ejércitos romanos estaban cargados de germanos que combatían a su propio pueblo; los francos se traicionaron entre sí durante décadas; los musulmanes tomaron España, según se cuenta, con la ayuda de godos aburridos que querían cambiar de líder. Y así, entre miles de crueles acontecimientos, se teje la historia.

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El gran problema parece ser la identidad. Colombia, los colombianos, no tienen una identidad. Un ethos. Cada quien avanza según su conveniencia, esperando la aparición de un héroe mesiánico que cambie la historia de un país que aún no se pone de acuerdo sobre sus propios intereses. No es tan difícil ver, que todo sigue siendo igual.

@orlandobuelvasd

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