La credibilidad de las encuestas

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Los resultados de las encuestas son incomprensibles. Los colombianos no creen en nada y quieren un gran revolcón a ver si barajar de nuevo les da un juego mejor.


Por: Saúl Hernández Bolívar

A pesar de que son más las encuestas que fallan que las que aciertan, solemos creer en ellas ciegamente. Se supone que son instrumentos estadísticos confiables, basados en las ciencias matemáticas y, por tanto, exactos y verificables.

Pero eso que debería darse en teoría no se da en la práctica porque la fuente de los datos no es perfecta sino claramente variable, voluble, inconsistente. Errar es humano, y humano es el origen de los datos con que juegan las encuestas. Además, el encuestado no siempre vota, como tampoco el activista de redes sociales. Para la elección de los Consejos Municipales de la Juventud, en diciembre, estaban habilitados para votar 12 millones de jóvenes, pero solo lo hicieron 1,2 millones, el 10%.

Dada nuestra naturaleza, es perfectamente factible que alguien pueda calificar mal a un gobernante aunque recién acabe de cobrar las transferencias monetarias que su gobierno le ha adjudicado, o a pesar de que pueda disfrutar de una nueva autopista de doble calzada, con modernos túneles y viaductos, o de que haya recibido oportunamente la vacunación contra el covid-19 u otra atención en salud.

Un camarógrafo de un canal de televisión de Medellín sufrió de covid severo y tuvo que estar hospitalizado —en UCI— más de 200 días en los que se hicieron todos los esfuerzos para mantenerlo con vida. No solo lo entubaron, sino que le brindaron la avanzada y costosa terapia Ecmo. La cuenta fue alta, más de 1.500 millones de pesos asumidos hasta el último centavo por el sistema de salud que algunos quieren desmantelar. ¿Qué opinará él de dicho sistema, de los gobernantes, del país en general?

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Razones para criticar la situación actual hay muchas, Pero también abundan las cosas que merecen resaltarse. Un pueblo maduro no puede jugar a arreglar lo malo destruyéndolo todo. Hay que preservar las cosas buenas, y mejorarlas, al tiempo que se trabaja para corregir lo que está mal.

Los resultados de las encuestas de los últimos meses son incomprensibles; dan cuenta de que los colombianos no creen en nada y quieren un gran revolcón a ver si ese barajar de nuevo les proporciona un juego mejor. No les importa que lo más seguro es que se los empeore. Llevamos casi diez años padeciendo la tragedia venezolana en nuestras calles, pero no escarmentamos.

De las leyes, Bismark decía que eran como las salchichas: deliciosas, pero es mejor no ver cómo se hacen. De esos chorizos que son las encuestas podría decirse lo mismo, porque no hay forma de explicar que mientras los alcaldes de Bogotá, Cali y Medellín salen merecidamente tan maltrechos, su mentor Gustavo Petro ni se moja ni se mancha; se ha hecho intocable, se forró en teflón.

En efecto, estamos frente a uno de esos casos en los que se ha llegado al punto en que nada de lo que diga o haga el personaje, lo afecta. La gente que va a votar por él no va a cambiar su percepción sin importar lo que pase: puede salir borracho o proponer cualquier locura y su imagen, incluuso, mejorará en las encuestas. Es cierto que ha tocado techo, pero el resto del país parece seguir tan dividido que no hay otro candidato que lo pueda equiparar

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Según las benditas encuestas, al país nacional le importa poco que el PIB haya crecido en 2021 un histórico 10,6%, o que el ataque a piedra al Foro de Madrid, en Bogotá, sea una dulce muestra de cómo será el gobierno de Petro con todo el que se atreva a contradecirlo; el desfile de exiliados comenzará con sus críticos, mucho antes de que sean sus propios electores los que emigren, lamentando haber perdido lo que tenían.

Solo resta esperar lo que a muchos les parece un milagro, que las urnas —la verdadera encuesta— den otro veredicto y los encuestadores tengan que salir a ofrecer excusas arrodillados en pepas de durazno.

@SaulHernandezB

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