Debemos ser autocríticos y aceptar que este país es lo que es (para mal) también por culpa de nosotros los profesionales de la (des) información nacional.
Los seres humanos somos felices clasificándonos y separándonos: hombres-mujeres, niños-adultos, ricos-pobres, lacios-crespos, peludos-calvos, inteligentes-tontos… En el periodismo colombiano pasa exactamente lo mismo: hay unos periodistas-buenos (“periodistas periodistas”, dijo una propagandista) y periodistas-malos (bodegueros).
Soy periodista y soy bodeguero. O sea, de los malos. Menos mal…
El gremio de los profesionales de la información es como cualquier otro grupo asociativo de humanos: hay envidias, tramoyas, malas leches, lealtades, mentiras, confianzas y subjetividades. Los encontramos en un partido político, en un cónclave vaticano, en una facultad universitaria o en las redacciones de medios.
Ante eso, hay unos periodistas que se consideran faros de la moral, dómines de la verdad que es, además, propiedad exclusiva de ellos y sus similares (de universidad, de nivel intelectual, de clase social, de empleados en poderosos medios). Por eso, sus comentarios tienen el peso de “palabra de Dios”, de “verdad revelada”, porque desde micrófonos, pantallas digitales y televisores, confunden opinión con noticias y pasan de una a otra con desparpajo que da la altanería de creerse “la crema de la crema”.
Esta élite informativa pontifica sin ningún temor de rechazo y creen que el artículo 20 de la Constitución nacional es patente de corso para destruir honras y mentir con impunidad, cobijados por esa norma. Gracias a eso hemos visto cómo RCN emitía imágenes de protestas diciendo que eran celebraciones durante el paro nacional de 2021, o que Caracol mostrara una noticia de una denuncia que hizo un exlíder chavista que en realidad no ocurrió y que obligó a su director a presentar una disculpa sin decir quién fue el ofendido, aunque sí lo dijeron en la nota mentirosa.
Los medios son empresas y como tales exige que den ganancias. Antes los medios tradicionales dependían tanto de empresarios como de movimientos políticos, encargados de defender sus intereses por encima del bien general.
Basta unos ejemplos: si se abre el Tapón del Darién (pulmón verde urabaense limítrofe con Panamá) como puede ocurrir o la construcción de Puerto Antioquia en esa región, no es tanto por el beneficio generalizado a los antioqueños o al país en general, sino para valorizar las propiedades de los grandes terratenientes, empresas mineras y productores de banano, que han sido sus dueños tradicionales. Sus beneficios son presentados como los del departamento y el país.
Nada más alejado de la realidad.
Desde el pedestal de periodistas periodistas, miran con desdén a lo que no han alcanzado su excelso nivel, que consideran sus comentarios proféticos y cualquier rechazo o molestia es propio de fanáticos enceguecidos, que no están a su nivel de comprensión. Lo de ellos es claridad mental, epifanías indiscutibles que no aceptan réplica ni mácula. Una especie de “¿usted no sabe quién soy yo?” intelectual. Y si tiene apellidos “nobles”, extranjerizados o sale en medios que se consideran “hegemónicos” y “tradicionales” cuenta con un cheque en blanco para opinar y decir la verdad (su verdad).
Del mismo autor: Con F de falso, de fin, de futuro
Y los medios hegemónicos vendiendo la idea de que Hernández es un viejito excéntrico y bonachón. Que es mejor porque hasta ha sido empresario, como si con eso escondieron que es abusivo, explotador y miserable con los trabajadores. Y no vamos a elegir al primer recreacionista de la nación, así Iván Duque y el Centro Democrático haya llevado a un payaso al Solio de Bolívar.
El ingeniero es un peligro, un salto al vacío institucional. Un dictadorzuelo como le gusta al expresi (dente, diario) para mantener su impunidad por criminal.
Por supuesto la opinión es respetable. Y clave en una sociedad y una democracia (imperfecta como la nuestra). Pero muchos de estos profesionales de la comunicación confunden noticia con opinión o si los hechos no se acomodan a su realidad, pues le tuercen el cuello para que coincidan con sus percepciones o subjetividades.
Un caso cercano pasó con la indecisión fajardista. Intelectuales, periodistas y artistas defendieron al excandidato amparados en esa posición de no crear polarizaciones cuando ellos mismos estaban polarizados. Ahora que el excandidato tuvo un frustrado acercamiento al “loco del pueblo” Hernández, se presenta como alguien que sigue como hace cuatro años: sin tomar posición definitiva ni comprender el momento grave de nuestra democracia.
Varios periodistas y defensores miran con desdén a esos que desde medios nuevos (blogs, youtubers, tiktokers) alcanzan más impacto en una audiencia ávida de información y opinión. Que Levy Rincón tenga miles de seguidores y les encante oírlo soltar lisuras ofensivas o que Beto Coral se le meta al rancho en Miami a los militantes del partido de gobierno no los vuelve bodegueros pagos, organizados e irracionales.
Ya está buena esa pelea estéril. Los medios y sus trabajadores estamos para ayudar a construir nación no a seguir dividiéndonos y atacándonos. Aún si se agarran como Darcy Quinn y Daniel Coronell con el tema de la tesis, el mal ejemplo cunde y se multiplica.
Le falta grandeza al periodismo colombiano. No solo acceder a los medios me hace mejor persona ni modelo a seguir. Debemos ser autocríticos y aceptar que este país es lo que es (para mal) también por culpa de nosotros los profesionales de la (des) información nacional.