Por: Alberto Bernal
La mayoría de los lectores de esta columna saben a qué atenerse cada semana. Generalmente en este espacio o se defiende el capitalismo, o se defiende a un gobierno o una plataforma libertaria (de derecha NO religiosa), se defienden la minería y los hidrocarburos, o se ataca la demagogia izquierdista. En esta ocasión, no hay opción diferente a atacar una de las tendencias más preocupantes que están afectando el mundo: el ahora clarísimo apoyo del presidente Trump al nacionalismo racial. Mejor dicho, la confirmación de que el Presidente de Estados Unidos tiene, aunque sea, un poquito de afinidad con el nazismo. Si el nacionalismo económico era un gran problema para el mundo, pues el resurgimiento del nacionalismo racial es un problema inmenso al que el mundo entero tiene que ponerle coto, y tiene que hacerlo inmediatamente.
Los eventos recientes de Charlottesville, en EE.UU., tienen una explicación muy sencilla. La cuarta revolución industrial está generando un grupo muy importante de perdedores dentro de la sociedad de EE.UU. Estos perdedores son en gran proporción anglosajones con bajo nivel de educación, pero son personas que hasta hace 15 años tenían empleos estables en la industria manufacturera de Estados Unidos, empleos que han ido desapareciendo debido al avance de la tecnología. La caída del ingreso de estas personas que, como decía antes, en su gran mayoría no tienen altos niveles de intelectualidad, ha probado ser un caldo de cultivo perfecto para líderes demagogos y nacionalistas como Donald Trump.
Siempre he considerado que los seguidores de Bernie Sanders son, por definición, personas que no razonan bien. El típico seguidor de Bernie Sanders pide que se redistribuya el ingreso nacional, pero esa persona por lo general NO contribuye al tesoro nacional, porque no gana lo suficiente. Mejor dicho, el seguidor de Bernie Sanders propone redistribuir la plata ajena, no los recursos propios. Pero no hay equivalencia moral entre un demagogo seguidor de Bernie Sanders, y un neonazi que aboga por el exterminio o, en el mejor de los casos, la expulsión de las minorías de EE.UU.
Mejor dicho, el demagogo seguidor de Sanders es por lo general un ser inofensivo, un romántico mal informado, mientras que el nacionalista seguidor de la doctrina racista del Ku Klux Klan es un personaje violento y extremadamente peligroso. No soy el único que se ha dado cuenta de esta realidad en los últimos días. Todos los empresarios relevantes de EE.UU. ya se dieron cuenta de esto, y por esa razón están abandonando al presidente Trump sin reserva alguna. Lo mismo sucede con los líderes republicanos lógicos, aquellos que no comulgan con la ideología del presidente Trump o de su principal asesor ideológico, Steve Bannon.
Confieso que no tengo idea alguna de que pueda hacer en este momento la administración Trump para cambiar esta dinámica tan complicada que se está viviendo en la Casa Blanca. El presidente Trump se está quedando solo, y está perdiendo el único apoyo realmente relevante que ha tenido desde el inicio de su gestión: el de los empresarios. Si la administración Trump sigue enfrascada en la idea de no condenar severamente todo este discurso de odio racial y de aislamiento global, se verá enfrentado a una realidad donde solamente maniáticos como David Duke lo apoyarán. Una última pregunta relevante: ¿Será que estamos ad-portas de ver un relevo en el ejecutivo? ¿Cómo les suena la idea de un “President Pence”?