Nunca llegamos a imaginar que el agua se volviera objeto financiero. Pues está ocurriendo y por muchos años, o tal vez por siempre, la veremos altamente cotizada. Por una razón muy simple. Porque es objeto precioso y empieza a faltar en el mundo.
Por: Fernando Londoño
Pocos pueden creer lo que estamos viendo. O a pocos importa.
Cuántas veces dijimos que el Pacífico colombiano era un monumental encarte porque allá llovía mucho. Porque estaba poblado de ríos y de bosques casi impenetrables. Porque no moraban a la orilla de esas aguas caudalosas sino pobres comunidades, negras las más, que prefirieron la insalubridad y la amenaza de los torrentes a las cadenas, los grillos y los azotes. Y estamos descubriendo que esa gente olvidada, humillada, desplazada de cualquiera forma civilizada de vida, puede ser y será de las más ricas de la tierra.
Porque el agua se está acabando y la humanidad se enfrenta al suplicio de Tántalo de la sed. Porque necesita agua más que el oro, que cohetes, que armas, que cualquier cosa.
Pero el agua no se da sola. Tiene la buena costumbre de ser hija y compañera de los bosques. El que dice agua convoca la imagen de la foresta que le da vida y la mantiene. Y la humanidad, está descubriendo, o ya sabe estremecida, que tiene que ir al encuentro de los bosques que pueden alimentarla y darle vida. Así de sencillo.
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El agua y los bosques no viven en el aire, sino en la tierra. Y la tierra con agua y bosques es fecunda. Produce alimentos, sostiene los rebaños, multiplica las posibilidades de supervivencia de la especie.
¿Quién sabe si estas cosas, tan elementales, como parecen, sean abstrusas y lejanas para el entendimiento de muchos, especialmente el de aquellos que se han pasado por generaciones maldiciendo el agua, destruyendo los bosques, burlándose de la tierra y de los que viven aferrados a ella? Que el campo ennegrece, empobrece y embrutece hemos oído repetir muchas veces. Y obramos de conformidad, persiguiendo a la gente del campo y a todo aquel que lo cuida, lo cultiva, lo contempla.
Hace poco, en estudio que nadie ha desmentido, nos decían que Colombia es uno de los poquísimos países del mundo que puede salir en auxilio de una población mundial que va a matar el hambre y va a morir de sed. Y parece que nos importa un bledo esa sentencia, que no es un artificio retórico de algún desocupado, sino la advertencia dramática de los especialistas en la materia.
Somos unos pobrecitos montados en algo mucho mejor que las minas de diamante o los cultivos de las perlas. Tenemos, tierra, agua, bosques, Tenemos vida. ¿Quién paga por ella?
Si fuéramos serios, habríamos dedicado nuestra fortuna, no a alimentar sabandijas parlamentarias ni a alimentar el apetito de ladrones de cuellos varios, sino a defender nuestros tesoros
Si fuéramos serios, habríamos dedicado toda nuestra fortuna, no a alimentar sabandijas parlamentarias ni a alimentar el apetito de ladrones de cuellos varios, sino a defender nuestros tesoros.
Si fuéramos serios, la altillanura colombiana sería un jardín, surcada de caminos, con suelo primorosamente tratado, con toda clase de auxilios y ventajas para quienes quisieran cultivarla. Dicen los expertos, que esa tierra equivale a unas quince veces todo el Valle Geográfico del Cauca.
Si fuéramos serios, todas las tierras cultivables de los Llanos Orientales estarían conectadas, de una vez, con los puertos de donde puedan salir sus productos a todas las regiones de la tierra.
Si fuéramos serios, la Mojana estaría ya llena de canales, de defensas contra aguas excesivas, de ventajas para sus moradores.
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Si fuéramos serios, no cabrían en los dedos de las manos los programas de reforestación de las cuencas de los ríos, que hemos talado y maltratado hasta el extremo.
Si fuéramos serios… no estaríamos llenos de proclamas comunistas, sino de universidades que enseñen a los jóvenes, no las estupideces, mal entendidas, además, de El Capital, pero sí las técnicas para cuidar la tierra, defender los bosques, multiplicar las aguas.
Pero cuando se tiene todo, puede uno dedicarse a no ocuparse de nada serio.
Lo tenemos todo. Nuestro pueblo es indisciplinado y los niveles de su educación están lejos de lo que conviene. Pero no es torpe ni haragán. Puesto a una gran tarea, no resulta inferior a los desafíos que enfrenta.
¿Qué falta, entonces? Tomar la vida en serio con un liderazgo que lo entusiasme y comprometa. Con una política grande y creadora y con liderazgo visionario. No es mucho. Pero no le podemos tomar el pelo a la vida indefinidamente. Se acabaron los espacios para seguir en lo que venimos apostándole a las coronadas de un embarque o a las ventajas de contratos amañados y de componendas repugnantes.
Estamos dejando atrás el año más negro de por lo menos un siglo, lo que no significa que hayan sido superadas las calamidades que nos trajo. Pero lo tenemos todo. Es cosa de no seguir con el despilfarro de nuestras posibilidades magníficas.