En un escenario político saturado de nombres —más de 80 precandidatos que buscan llegar a la Casa de Nariño en 2026—, uno de los discursos más ruidosos, polémicos y estratégicamente provocadores es el de Abelardo de la Espriella, abogado, empresario y figura mediática que encarna la voz más dura de la derecha colombiana. Su irrupción no solo agita el tablero electoral, sino que también pone a prueba el pulso de un electorado cansado de la ambigüedad ideológica y la ineficacia institucional.
De la Espriella se presenta como un outsider que conoce el poder desde los márgenes: ha defendido a personajes controversiales —entre ellos Alex Saab, paramilitares y exguerrilleros— y ha participado en algunos de los casos judiciales más mediáticos de los últimos años. Él mismo dice que aquello fue parte de su labor profesional como abogado, pero esas defensas lo persiguen ahora en la arena política. Incluso voces cercanas a su corriente, como Vicky Dávila, lo han cuestionado públicamente. Esa sombra judicial mediática será, sin duda, uno de los mayores desafíos de su campaña.
El relato del orden
Su discurso gira en torno a cuatro ejes: seguridad, salud, economía y lucha contra la corrupción. Pero su bandera principal es el orden, un concepto que busca rescatar de la crisis de legitimidad en la que, según él, cayó el Estado. De la Espriella propone fortalecer la Fuerza Pública, reactivar la aspersión aérea sobre cultivos ilícitos y endurecer la respuesta frente al crimen organizado.
Su narrativa es una extensión del uribismo clásico, aunque él mismo intenta marcar distancia: “Hay más uribistas que militantes del Centro Democrático”, ha dicho, dejando entrever que busca capitalizar esa identidad política sin depender directamente del
expresidente Álvaro Uribe ni de su partido.
Esa estrategia es arriesgada, pero efectiva: intenta reactivar emocionalmente a la derecha radical, un electorado que se siente huérfano tras la fragmentación del uribismo, el desgaste del petrismo y la falta de liderazgos coherentes. Su tono —confrontativo, moralista y disruptivo— busca encender pasiones, no conciliarlas.
La estrategia del impacto
La campaña de De la Espriella es, en esencia, una campaña de impacto. Su narrativa es corta, contundente y cargada de simbolismos patrióticos. La estética visual —uniformes, banderas, videos en blanco y negro con tono épico— recuerda las campañas de la derecha radical latinoamericana.
Su estrategia de comunicación digital, centrada en videos de alta carga emocional y mensajes sin filtros, tiene como objetivo generar conversación y viralidad más que consenso. De la Espriella no busca agradar; busca resonar. Y en una era dominada por la
atención digital, esa puede ser una ventaja táctica.
Sin embargo, la línea que separa la disrupción del extremismo es delgada. En una contienda donde el centro busca reconstruirse y las alianzas de moderados ganan terreno, su retórica de “mano dura” y “extrema coherencia” puede aislarlo del voto de centro. Desde la izquierda y la centroizquierda ya se han articulado voces que anticipan que, si De la Espriella llegara a segunda vuelta, difícilmente lograría apoyos transversales: su discurso es percibido como demasiado polarizante.
El camino por recorrer
Aunque cuenta con el respaldo del partido Salvación Nacional, su primer reto será lograr las firmas necesarias para oficializar su candidatura. En un panorama donde la mayoría de precandidatos busca alianzas amplias, De la Espriella parece decidido a recorrer el camino solo. Esa apuesta a la independencia puede reforzar su imagen de outsider, pero también limitar sus márgenes de negociación política.
Su desafío más grande será convertir la indignación en estructura, la retórica en movilización y el ruido digital en votos reales. En un país donde la política tradicional aún controla buena parte del territorio, las redes sociales pueden hacer ganar atención, pero no necesariamente elecciones.
Abelardo de la Espriella representa, en esta carrera presidencial, la cara más audaz de la derecha radical: la que promete orden frente al caos, identidad frente al relativismo y autoridad frente a la debilidad institucional. Pero también simboliza los riesgos de una política de extremos, donde el conflicto reemplaza el consenso y la visibilidad sustituye la legitimidad.
El tiempo dirá si su apuesta por el impacto y la coherencia le alcanza para pasar del ruido digital a la realidad electoral.
Esta columna hace parte de una serie de análisis sobre los candidatos presidenciales rumbo a 2026. En próximas entregas exploraremos las figuras de la centro-derecha, el centro político y el frente amplio, para entender cómo se está configurando el nuevo mapa del poder en Colombia.
Por: Juan Nicolás Pérez Torres – @nicolas_perez09
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