¿Derechos humanos universales?

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Por: Sofía Gaviria Correa


Los Derechos del Hombre tienen que ser los mismos, en Uganda, en Sri Lanka, en Suecia y en los Estados Unidos, y su violación debe ser juzgada con el mismo rigor, sin importar el origen ideológico de los victimarios.

El Gran Premio Humanitario de Francia, que recibiremos el sábado, en París, es la plataforma que requieren las víctimas de Colombia para que se escuche la verdad sobre su situación frente al acuerdo de La Habana, muy distinta a la que el Gobierno de Santos y las Farc han querido venderle al mundo.  Es mentira que las víctimas sean el centro de este acuerdo: el centro son las Farc.  Son los victimarios quienes resultan beneficiados con inmensas prerrogativas y, sobre todo, con la impunidad, mientras las víctimas no gozan de la más mínima reparación material ni psicológica.

Los europeos, que han liderado en los últimos decenios, las principales batallas mundiales contra los crímenes de lesa humanidad, contra las dictaduras y contra las violaciones a la libertad y a los derechos humanos, tienen que entender que las Farc no son unos guerreros románticos al servicio del pueblo, sino terroristas que, durante más de medio siglo, sistemáticamente desplazaron a campesinos de sus tierras, despojaron de sus bienes a ciudadanos, sembraron minas antipersona, traficaron con narcóticos, desarrollaron minería ilegal, arrasaron las selvas y contaminaron las aguas, reclutaron a miles de menores (arrebatándoles la niñez, la adolescencia y la vida), violaron a niños y a niñas, forzaron a abortar a mujeres, torturaron, secuestraron, asesinaron y masacraron, y que lo siguen haciendo a través de las llamadas “disidencias” y de sus muchos “combatientes” que hoy tienen uniforme del Eln.  Ningún ciudadano del mundo que se diga defensor de los derechos humanos puede estar de acuerdo con que, como se pretende en Colombia, a estos crímenes, que han dejado a millones de colombianos en la miseria, en la tristeza, en la enfermedad y en los cementerios, no les sea aplicada la justicia que la mayoría de las naciones, de común acuerdo, han determinado para tales circunstancias.

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En todo el mundo, tenemos que hablar un mismo lenguaje en cuanto a los Derechos Humanos. Los Derechos del Hombre tienen que ser los mismos, en Uganda, en Sri Lanka, en Suecia y en los Estados Unidos, y su violación debe ser juzgada con el mismo rigor, sin importar el origen ideológico de los victimarios. Este precepto, que implica una ruptura conceptual con el antiguo régimen de privilegios legales para unos pocos, fue desarrollado, precisamente, en Francia (país del Gran Premio Humanitario que se nos otorga) durante la Ilustración, en el siglo XVIII, especialmente por Rousseau, quien reflexionó sobre el mismo, en 1755, en su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, y en 1762, en su Contrato social. Desde entonces, este es un principio intrínseco de la democracia francesa.  Por ello, el Código Penal de ese país garantiza la igualdad de las personas ante la aplicación de la ley, cuando dispone que: “Las personas que se encuentren en condiciones similares y que sean juzgadas por las mismas infracciones deben ser juzgadas según las mismas reglas”.  No podemos olvidar que la Revolución Francesa clamaba por “Libertad, igualdad y fraternidad” y que este sigue siendo el gran lema del humanismo francés.

En nuestra anterior gira por Europa hablando con líderes de ese continente sobre el acuerdo con las Farc, nos dimos cuenta de que, cuando se les dice la verdad, estos líderes se sensibilizan con el drama de Colombia y se ponen del lado de las víctimas.  Imposible defender la impunidad para las Farc, mientras condenan con fragor los crímenes de lesa humanidad en la antigua Yugoslavia, o en África y urgen a sus mandatarios a perseguir sin descanso a los terroristas culpables de los atentados ocurridos en Europa, cuyas víctimas no equivalen ni al 1% de las víctimas de las Farc.

Ningún gobierno europeo, mucho menos en los países socialdemócratas, como los escandinavos o la misma Francia, permitiría que por un “sí” o un “no” en un plebiscito, se estableciera la impunidad para los responsables de crímenes apenas comparables con los de los nazis.  Pero, en Colombia, Juan Manuel Santos nos ha hecho regresar al maniqueísmo del “sí” o el “no”, del blanco o el negro, de la guerra o la paz. Esta división tiene que ser superada y avanzar hacia que todos comprendamos que la igualdad y la justicia son los principios fundamentales sobre los cuales reposa la democracia. La mayoría de los colombianos lo tienen claro y por ello se pronunciaron en el plebiscito en contra de la impunidad, de la elegibilidad política y de cuantiosos beneficios para las Farc, a pesar de toda la maquinaria, del poder económico y mediático y de la fortaleza en relaciones internacionales de las fuerzas del “sí”.  Juan Manuel Santos desobedeció el mandato del pueblo y procedió a firmar la obscena renuncia de Colombia a ser Estado de Derecho, a pesar de que para todos es claro que un acuerdo, mucho menos si se hace con un grupo criminal, no puede pasar por encima de los principios universales.

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Juan Pablo II aconsejaba: “Si quieres la paz, trabaja por la justicia” y el presidente estadounidense  Dwight D. Eusenhower aseveraba que “La paz y la justicia son dos caras de la misma moneda”. Nuestro compromiso, al recibir este premio, es reafirmar que, a partir de ahora, nuestra agenda será la de mostrarle al mundo la realidad de las víctimas y del acuerdo con las Farc, para que el próximo Presidente, sea cual sea, entienda que el acuerdo tiene que reubicarse en lo que se vendió internacionalmente, que era que el centro iban a ser las víctimas, que existe la necesidad de buscar la paz, pero sin violar atrozmente los Derechos Humanos y que la paz no se construye con uno solo de muchos actores violentos, ni, mucho menos, dejando a los criminales en el paraíso de la impunidad.

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