Por: Wilmar Vera Zapata
He sido profesor de jóvenes y siempre he encontrado en estos años una duda constante: ¿sí vale la pena vivir en Colombia? Como sobreviviente de la guerra contra la sociedad del narcoterrorista Pablo Escobar, de gobiernos tan nefastos como el de Pastrana y su sucesor eterno, he padecido momentos de desesperanza y de ilusión. Hoy, con ellos, comparto sus miedos, pero hay una luz al final del túnel: el 2022.
Los mayores de 50 años en Colombia somos sobrevivientes. Víctimas de todos los males y violencias. Pablo Escobar desde los años 80 se adueñó de la Historia nacional y triste legado ha afectados a dos generaciones ya y sin duda superar su daño demorará muchas décadas (si es que lo logramos). Tras esa pesadilla tuvimos la desesperanza de un gobierno que intentó trabajar en el tema social pero fue elegido con plata del Cártel de Cali, según denunció un experiquero y presunto pedófilo, amangualado con la autoridad del país más consumidor del mundo, haciéndole la vida de cuadritos. Luego, su sucesor, soñó con ganarse el Nobel de Paz y le prometió a una guerrilla envalentonada, sangrienta y ciega todo el oro y el moro con tal de lograr su inserción en la sociedad civil y ser el reconocido como el presidente que logró la paz. Sin embargo, su ineptitud quedó como referente histórico de lo que era un pésimo mandatario y, cuando llegamos al foso, pensábamos que tras él la situación no podía empeorar.
Y empeoró. Colombia es una mala caricatura de la paradoja que representa la Ley de Murphy.
Lo que siguió todos lo hemos vivido: llegó desde abajo un candidato que prometía devolver la seguridad y la tranquilidad del país y no se ha despegado del poder, unas veces en sus carnitas y huesitos, en otras para no dejar gobernar a su sucesor y después en cuerpo ajeno. Ya vamos para dos décadas y la única vez que casi alcanzamos la tranquilidad y un camino de reconciliación se lo tiró Santos con un referendo innecesario que le dio vida a la “culebra moribunda”, usando una metáfora que tanto le gusta a ese sujeto que, como El Monstruo Laureano Gómez, “dejó invivible la república”.
Razones para la desesperanza hay muchas. Basta ver lo que ha representado estos tres largos, larguísimos años con el aprendiz de mandatario que será jubilado de por vida el próximo año por hacer nada. Si con Pastrana creíamos haber conocido un pésimo presidente, Duque le ganó el deshonroso primer lugar. En algo nos ganan los animales, al menos no le dan la dirección de la manada al más inútil y torpe. Punto para ellos…
Cómo no querer irse a buscar un futuro en otros países si aquí el que la hace le pagan. Roban de frente y con sonrisa socarrona nos lo restriegan porque, como cualquier dictadura bananera, tienen plata de sobra para comprar senadores, representantes, los entes de control que no controlan y todos, como el tango, se regodean en la misma porquería. Como con Samper, la comisión lo absolvió porque los investigadores también estaban al servicio del narcotráfico.
DEL MISMO AUTOR: En presidenciables, más de lo mismo
Hagámonos pasito, dicen confiados.
Hoy la desesperanza campea. Millones de colombianos no comen tres veces al día, la miseria creció, ser líder o luchar por un ideal (así sea el ecológico) implica cargar un Inri y el miedo de ser crucificado. La corrupción es la norma general. Los medios afines con el poderoso callan y denuncian lo que les conviene. El país está en manos de clanes que compran votos o amenazan electores. Son Gnecco, Char, Cote, Valencia (caucanos o paisas), Uribe, Gómez, Toro, Guerra, Pérez, Gaviria (del Eje Cafetero o Antioquia), Galán, Lara, Guerra y otros más que se enquistaron en el poder y la industria para su beneficio propio, como si fueran los patrones de una finca llamada Polombia y nosotros sus peones. Medioevo moderno.
Hay esperanza, sin embargo. Con el deplorable show de la moción de censura que se volvió comité de aplausos a la corrupción es hora de que los jóvenes tomen conciencia y actúen. Al poder legislativo no pueden volver más ineptos e irresponsables como aquellos que salieron en defensa de los ladrones y que dejaron a los niños sin conexión y, además, salen a braviar. Hay que cambiar el Senado y luego la presidencia.
Por eso, creo que aún hay esperanza, pero se necesita el castigo donde más les duele: en las votaciones. Si no lo hacemos y en 2022 vuelven con la misma mentira de que nos salvarán de seguir siendo como Venezuela o Perú y que el país se lo entregaron a las Farrr; si ganan ellos de nuevo, significa que este país merece su destino trágico y más que ciudadanos los colombianos son cómplices de sus propios verdugos.
Y ahí sí, a buscar asilo en un país que sí tenga al menos dignidad.