Economía colombiana: entre el discurso y la realidad

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Por: Carlos Alberto Montoya Corrales


Calificar de crítica situación de la economía colombiana no es para nada exagerado, y muy por el contrario constituye un llamado de atención para que la misma reciba un adecuado tratamiento, y deje de estar sometida a una serie de frases grandilocuentes que terminan por soslayar la realidad y de paso haciendo de la misma un problema estructural que amenaza con extenderse en el tiempo. Esto es precisamente lo que deriva de la idea que en el país la economía no está mal: el Gobierno niega la realidad y afirma que la pobreza se sigue reduciendo, se genera empleo, se invierte en infraestructura; lo que no es del todo cierto. Las consecuencias de esta forma como el Gobierno entiende la economía es que termina haciendo poco por cambiar la situación, y no se puede salir adelante haciendo las mismas cosas y con los mismos funcionarios que han generado la compleja condición que exhibe la economía colombiana, cuyos síntomas de malestar no sólo se perciben al interior, hoy son consultados por los organismos internacionales y agencias calificadoras que han decidido mantener al país bajo observación.

En el inventario de preocupaciones está un balance macroeconómico caracterizado por déficit en materia fiscal y déficit comercial que no logran corregirse, y una creciente dependencia del Gobierno de los recursos provenientes del financiamiento externo. De otra parte, se registra una inquietante caída de sectores como la construcción que tendrá una de las tasas de crecimiento más baja de los últimos años, para el 2017 será de tan sólo el 0.7 %; la industria mantiene los niveles más bajos en materia de clima de negocios y cerrará el año sin crecimiento alguno; entre tanto la confianza en el consumo de las familias cerrará el año  con una tendencia negativa, la misma que se viene prolongando desde el 2016; al tiempo que el sector externo no levanta cabeza y sigue el país sometido a las presiones de un precio bajo del petróleo en los mercados internacionales, mientras las exportaciones netas contribuyen negativamente al crecimiento del PIB, que apenas logrará superar el 1.5% para este año.

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De continuar la falta de confianza de los consumidores y los inversionistas, y un comportamiento esquivo por parte del sector externo, es difícil que tenga lugar una reanimación vigorosa de la demanda privada, y por ende de la economía; más aún si se considera el deterioro continuo de la base industrial colombiana, sumida en una significativa recesión que no parece preocuparle demasiado al Gobierno Nacional, quien permanece autista ante la pérdida de importancia del sector, su enorme rezago tecnológico y la falta de políticas e instrumentos que mejoren su competitividad; aspectos que se confabulan para terminar comprometiendo a sectores tradicionalmente representativos como lo son  la producción de equipo de transporte, metalurgia, hilatura,  textiles, confecciones,   curtimbres y calzado, bebidas, entre otros muchas más, para quienes el balance del año será realmente negativo.

En estas condiciones el crecimiento potencial de la economía en periodos  recientes estimado entre 4.5% y 4.7% es una ilusión, como igual será el bienestar de los colombianos que parece depender cada vez menos del buen desempeño de la economía y las oportunidades que de ella se deriven; y muy por el contrario haber quedado ancladas en los buenos augurios y el humo blanco que ha de desprenderse del avance del acuerdo con  las Farc; todo esto en momentos en los cuales apenas el Gobierno Nacional empieza a entender el enorme reto de la paz y reconocer un costo estimado para el postconflicto de 150 billones de pesos, que deberán adicionarse al presupuesto nacional en los próximos 15 años. Recursos que sólo están en los malabarismos macroeconómicos del Gobierno.

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