Economía de guerra

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Son tiempos oscuros y no sabemos con claridad sobre qué territorio estamos volando; no tenemos visibilidad en la aproximación y los instrumentos pueden fallar con cualquier mala decisión. Estamos en una dicotomía entre asignar una renta básica universal y la necesidad de reactivar nuestra economía para evitar el caos, el hambre o el desespero, mientras aprendemos cómo enfrentar a un enemigo al que el mundo nunca ha combatido.


Por: Andrés Felipe Gaviria

Siempre entenderé que luchar contra una pandemia es una cruenta guerra, incluso mucho peor que un mismo conflicto bélico.

¿Por qué? En una guerra entre ejércitos se puede suponer y entender con más facilidad cuándo será la caducidad del caos y hasta se entendería que existen distintos entornos que ayudan a que el dolor sea más pasajero y a que de alguna manera esto despierte el espíritu combativo de cada persona.

Sin embargo, en una batalla como la que se libra actualmente contra el covid-19 seguimos sin saber a qué nos estamos enfrentando; peleamos contra un enemigo del que poco o nada conocemos.

No sabemos cómo se mueve ni cómo lo hace, desconocemos a través de qué se mueve; no podemos verlo, y de hecho, no conocemos si desaparecerá solo o si una vacuna podrá funcionar.

Desafortunadamente no sabemos nada sobre el coronavirus y la incertidumbre es quizás el peor fenómeno que pueda afrontar cualquier nación del mundo.

Una economía de guerra, por lo general, siempre se plantea luego de confrontaciones bélicas y se centra en reconstruir países a través de cambios en el modelo económico y de sociedad, buscando así salir avantes luego de las nefastas consecuencias que trae una guerra.

Es decir, por medio de una economía de guerra todos los esfuerzos económicos se pondrán en marcha para movilizar a una sociedad en virtud de la reconstrucción de su territorio.

A través de esa construcción, que aplica en todo sentido, se empieza a activar la economía. Así pasó con Gran Bretaña durante la primera fase de la II Guerra Mundial.

Está comprobado que los países con economías de guerra pueden emerger más fuertes y sólidas, incluso superando la que tenían antes. Estados Unidos, Japón y Corea del Sur son ejemplo de esto, pero lo cierto es que hoy tenemos realidades que nos hacen ver con mayor cuidado cómo lo pueden afrontar países como Colombia.

Sin lugar a duda aquí será clave la ayuda de Estados Unidos, una de las grandes naciones del mundo, además de un aliado principal y estratégico de Colombia.

Desde la administración Trump ya nos han empezado a tender una mano a través de una especie de ‘Plan Marshall’.

No en vano, Colombia ha sido uno de los países más beneficiados en la región por parte de Estados Unidos, quienes han hecho importantes donaciones para combatir el coronavirus.

No obstante, el problema para Colombia está en que antes del coronavirus, las cifras de economía y desempleo en nuestro país mostraban saldos en rojo.

De hecho, la tasa de desempleo se había vuelto corriente normal en dos dígitos y la generación de empleado venía cayendo según el mismo Dane.

Cuando comenzó esta pandemia, se pensó que algunos sectores como los supermercados, las farmacias, e incluso, el sector salud, iban a ser los grandes beneficiados de esta crisis, pero la realidad es que no están operando como lo hacían antes y sus ventas también han bajado.

Hablar de empleo y empresas cuando nunca se ha creado una de estas es muy fácil; desafortunamente en Colombia abundan esas personas.

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Pocos saben lo que cuesta crear una empresa y un empleo; saben que si destruyen los dos, volverlos a recuperar será un hito titánico y muy difícil de alcanzar.

Acá es cuando uno reclama sensatez del Gobierno en un tema tan elemental como la suspensión del pago de la prima de junio.

Si esta se sustenta en que es una manera en la que los empresarios comparten sus utilidades con sus empleados, tomando esa misma base y teniendo que muchas empresas llevan hasta 3 meses sin generar ingresos, se preguntaría uno, ¿Qué es lo que van a repartir?

Otro capítulo aparte merece los bancos, quienes siempre tienen utilidades y en Colombia irresponsablemente han repartido esas utilidades, incluso, cuando la FMI dice que no lo pueden hacer.

Claramente el Gobierno no puede patear la lonchera de sus aliados, los bancos, y por el contrario, los ha fortalecido mientras estos han sabido quedarse con el dinero habilidosamente, que por cierto, aún no llega a las personas.

Siguiendo con cifras, de acuerdo con la OCDE, Colombia tiene uno de los peores balances entre vida y trabajo.

0 es el peor equilibrio y 10 el mejor; Colombia tiene 0,9 mientras Japón, Corea del Sur y Turquía aparecen con 4,6; 4,1 y 3,1 respectivamente.

Por otra parte, según el mismo Dane, en marzo de este año la tasa de desempleo estaría ubicada en 12,6% (en marzo del año pasado estaba en 10,8%), mientras que la tasa de ocupación en ese mismo mes fue de 51,7% vs 56% del año pasado.

Los indicadores de calidad de vida en nuestro país nos muestran que las personas mayores a 42 años estaban siendo las más perjudicadas al momento de conseguir un empleo.

Colombia se raja bastante en indicadores comparados, por ejemplo, con el promedio que maneja la OCDE.

La tasa de empleo, según los niveles educativos alcanzados, muestra que quienes más tienen empleo son las mujeres con educación técnica profesional, educación media y educación básica secundaria.

En cuanto a los hombres, quienes tienen mayor ocupación son los que tienen educación técnica profesional. Quienes tenían un posgrado apenas alcanzaban el 4%.

De manera que veníamos con una tasa de desempleo significativa. Estaba proyectado que para este año habría 2,7 millones de personas desempleadas, pero eso va a aumentar, especialmente en los jóvenes del país.

Según las cifras que maneja la OIT es que el covid-19 puede acabar con 25 millones de empleos en el mundo y en Colombia no es nada descabellado pensar que estemos próximos a superar el 20% de desempleo.

Si uno mira cifras, como en Cali, existen 3 sectores que son los que más empleo generan: comercio, hoteles y restaurantes. Estos gremios emplean más 390.000 en la Sultana del Valle.

Sin embargo, si juntamos estos 3 sectores con otros como la construcción o las actividades inmobiliarias, estamos hablando que más de 600.000 empleos se pueden ver afectados, solo en la capital del Valle del Cauca.

La situación del sector hotelero sí que es negativa y ni hablemos de lo que está pasando en San Andrés, Cartagena, Santa Marta o Barranquilla, e incluso, Bogotá o Antioquia.

Las agencias de viajes han manifestado disminución en sus ventas en más de un 80%, mientras que el 74% de los viajeros terminaron cancelando sus vacaciones de mitad de año.

De acuerdo con cifras de Cotelco, más de 150.000 empleos directos de este gremio están en riesgo y en junio podrían perderse.

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Estos datos nos muestran y nos dicen que el Estado colombiano debe tomar una conciencia real de lo que estamos afrontando.

La economía de guerra tiene que ser implementada, tenemos que apostar por medidas de ahorro del consumo energético y debemos fortalecer la producción agrícola de manera inmediata.

Hoy tenemos anuncios como el de Donald Trump, quien ya mostró sus intenciones de prohibir la importación de carne en Estados Unidos. Además, es muy seguro que la mayoría de los países van a salir a tener economías proteccionistas masivamente.

De manera que, necesitamos reactivar nuestro campo, que ha estado olvidado por tantos años, y que las personas de los municipios se queden allá y dejen de migrar a las ciudades.

No tengo la más mínima duda de que esta es una gran oportunidad para reactivar este sector en todas las formas posibles.

Ahí jugará un rol importante el Gobierno Nacional, no otorgando créditos, sino hacerlo con verdaderos incentivos y encadenamientos productivos para que ese consumo interno aumente.

Tenemos que controlar la política monetaria para moderar la inflación; se hace menester una reforma tributaria en la que se amplíe una base gravable, claro está, con impuestos diferenciales.

Le tocará al país salir a vender bonos de guerra prácticamente, y por qué no, que se vendan a los propios ciudadanos.

Podría suceder que empresas insignias del país de los sectores más importantes económicos, también lo hagan.

Alternativas hay muchas, la historia puede darnos distintas herramientas, pero acá lo importante es salvar al empleo; pero para salvar al empleo hay que salvar a las empresas, que es lo que no está pasando en estos momentos.

Si salvamos las empresas, se salvarán los empleos y si se salvan los empleos salvaremos a personas, y por ende, a sus familias.

Solo así podremos tener una sociedad sana económicamente, con salud y con un ánimo de consumo y reconstrucción de un país, lo que nos demostraría que estamos yendo en los pasos correctos.

No podemos seguir diciendo que reinventarse es la clave y que todo será teletrabajo; es más que claro que a mayor teletrabajo, mayor será el desempleo y eso no lo pueden negar.

Hoy el sector inmobiliario está fuertemente golpeado; hoy las tiendas en los centros comerciales están a punto de cerrar sus almacenes, lo que significa que más personas estarán desempleadas.

Hablar en Twitter, columnas o entrevistas sobre reinvención, teletrabajo y de creatividad es muy bonito, pero otra cosa es estar en el campo de batalla, en la arena luchando, creando empleos y sufriendo las consecuencias de esto.

Esto es una guerra y hay que afrontarlo como tal. Tenemos que ser realistas, no podemos seguir vendiéndoles humo a las personas con cifras que no existen y con soluciones de burócratas que nunca han creado un puesto de trabajo.

Acá lo que requerimos es salvar las empresas, fomentar el consumo interno, la producción nacional, estar plegados al liderazgo de un país como Estados Unidos, pero sobre todo, dar garantías para que la esperanza regrese a la ciudadanos, quienes hoy tanto la necesitan.

Si seguimos como venimos, las consecuencias van a ser devastadoras y no tardaríamos 10 años en reconstruir lo que hemos hecho; tardaríamos 30 o 40 años en hacerlo.

Estamos al borde de dejar y tirar al traste una serie de avances significativos por no haber tomado decisiones en momentos que lo demandaban.

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