Esta publicación hace parte de la tercera edición de la Revista 360, la cual puede encontrar en el siguiente enlace: https://issuu.com/revista_360/docs/revista_360_edicion_3-2
Por: Miguel Silva Moyano – Profesor, Universidad Nacional de Colombia
Los primeros meses del Gobierno de Iván Duque estuvieron marcados por varias tensiones, entre las que se destacan las movilizaciones de miles de estudiantes en las principales ciudades del país, especialmente en Bogotá, exigiendo al Gobierno Nacional que atienda el problema de recursos financieros que enfrentan las Instituciones de Educación Superior Estatales. El presidente decidió delegar el asunto en la ministra de Educación, quien llegó a algunos acuerdos con los rectores de las instituciones. Sin embargo, los manifestantes continuaron bloqueando las vías más importantes de las principales ciudades del país, una vez por semana, señalando que no los satisfacen los acuerdos alcanzados y exigiendo una reunión con el presidente.
Ni el Gobierno, ni los manifestantes ceden. Ni el Gobierno, ni los manifestantes llegan a acuerdos. Al final es un pulso entre un Gobierno de legitimidad cuestionada y un grupo heterogéneo de manifestantes que van desde estudiantes preocupados por el futuro de la educación hasta oportunistas que encuentran en las movilizaciones la oportunidad de golpear al Gobierno. Duque ganó las elecciones pero está lejos de ganarse el apoyo del país. Resultó elegido como antídoto a la incertidumbre y el riesgo que suponían que un tipo como Petro llegara a la Presidencia, pero no porque convenciera. Duque no ha logrado convencer a su propio partido, que en muchos casos lo acompañó porque tocaba. Duque es un presidente aislado que se ha dedicado a hablar de economía naranja, un concepto tan vacío como su Gobierno. Le falta agenda.
Sin embargo, vale señalar que el problema no es Duque, y en esto se equivocan los manifestantes. El sistema educativo vive en crisis desde hace décadas y a futuro el problema será aún más grave y ningún presidente ha asumido el problema de fondo. Se han quedado en la discusión de la financiación y la cobertura de un sistema ineficiente. ¿La razón? Nuestro modelo de educación superior es anacrónico. Fue diseñado a principios de los noventa, para un país con muchos menos bachilleres de los que tenemos en la actualidad. Se han hecho algunos ajustes, pero en términos generales sigue padeciendo algunos problemas crónicos que no se limitan solo a las instituciones de Educación Superior Estatales.
La inflación en el sector educativo es de las más altas en el conjunto de la economía. Buena parte de las Instituciones privadas, cada año aumentan el precio de sus matrículas por encima del IPC mientras los salarios de los profesores y administrativos no aumentan al mismo ritmo. Siguiendo esta lógica, se diseñan programas como ‘Ser Pilo Paga’ que sin duda aumentó la probabilidad de ingreso a la educacion superior de calidad entre los estratos 1 y 2 pero no fue una respuesta al problema de fondo. Fue un placebo. Y por otra parte, miles de jóvenes padecen las deficiencias administrativas y financieras del Icetex.
Al mismo tiempo, las Instituciones Estatales han visto disminuidos sus ingresos en términos reales, mientras se ven obligadas a aumentar cobertura. En general, tenemos pregrados cuya duración, medida en años, es de las más altas del mundo; altas tasas de deserción; dificultades para la inserción laboral; poca formación técnica y tecnológica. En fin la lista es aun más larga pero es solo una pequeña muestra de que el problema de la educación, especialmente de la educación superior, es mucho más complejo.
Los gobernantes colombianos se destacan por su profundo desconocimiento sobre el sector educativo. Se preocupan por aumentar cobertura y en algunos casos obtener mejores resultados en las pruebas de Estado, para sacar pecho y tomarse la foto con números bonitos pero sacados de contexto. Difícilmente entienden el lugar que ocupa la educación en el desarrollo de las sociedades. Lo siguen viendo como un asunto de caridad más que de productividad. Siguen tomando decisiones incrementalistas, para mostrar más resultados que su antecesor, sin importar la sostenibilidad a futuro de su vanidad presente.
Mientras tanto, el mundo entero sigue adaptando sus sistemas educativos al ritmo de la IV Revolución Industrial, dominada por la robótica, la inteligencia artificial, el internet de las cosas, entre otros. Esa debería ser la meta. Ponernos en la tarea de reducir la brecha que nos van sacando el resto de países que han entendido la importancia estratégica de la educación en el contexto de la IV Revolución Industrial.
Un Gobierno responsable, tendrá que revisar el modelo. Convocar a amplios sectores de la sociedad para acordar un modelo mucho más eficiente, flexible y actualizado que responda de manera adecuada a las necesidades de la sociedad. No todo es plata. La pregunta no debe ser cuánta plata sino para qué, y la respuesta la deberíamos acordar como sociedad.