El cambio de modelo

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Por: Cecilia López Montaño


Si alguna frase produce pánico en Colombia entre los dueños del capital y la derecha recalcitrante –entre las élites e incluso sectores de clase media– es la frase que anuncia ‘un cambio de modelo’. La razón es que se interpreta, primero, como si la actual forma en que se genera y, sobre todo, distribuye el crecimiento económico fuera perfecta.

Esta es una gran mentira, pues, a pesar de haber tenido crecimiento constante –a veces mejor, y ahora lento– y mejorado indicadores de pobreza, la concentración de la tierra y del ingreso en pocos sectores es una gran vergüenza nacional. Si esta tendencia no se cambia, ahora que podemos entrar en un tiempo de pos**conflicto, se crearán las bases de lo que Frances Stewart denomina ‘desigualdades horizontales’, semilla de nuevas confrontaciones. Pensar que nuestro modelo de desarrollo es perfecto es mentira. La razón de su permanencia es que aquellos que más se benefician de esta forma de crecer, obviamente no quieren cambios y ellos son los que mayor poder ostentan.

De lo anterior se desprende un segundo punto. Es obvio que ese modelo de desarrollo requiere ajustes de fondo y eso no quiere decir olvidarnos que la combinación perfecta es como afirmó hace mucho tiempo Konrad Adenauer: “Tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”. Nadie sensato se atrevería a acabar con el rol del Estado o con el otro extremo, olvidarse del mercado como asignador de recursos. Cuando esta combinación se olvida, los resultados son desastrosos.

Pero lo más interesante, y que demuestra nuestro poco nivel de análisis, es que muchos de esos ajustes no vendrán por el lado de la política, que es lo que más se teme. A pesar de las debilidades de nuestras instituciones, las únicas realmente fuertes son las que tienen la responsabilidad del manejo económico, la independencia del Banco de la República y la fortaleza histórica de nuestros Ministerio de Hacienda y Departamento Nacional de Planeación: obviamente, cuando el presidente no interviene, desvirtuando su función, como sucedió bajo la presidencia de Álvaro Uribe.

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Quién lo creyera, especialmente entre los ortodoxos, pero el ajuste del modelo colombiano vendrá de nuestro ingreso a la Ocde, que tanto alaban y que probablemente serán los perdedores. Me explico. Las mayores diferencias actualmente con los promedios de los países que conforman este exclusivo club, del cual ahora somos parte, tendrán que ser en dos áreas, cuyas debilidades han sido precisamente las que han permitido esta absurda concentración de ingresos y de privilegios que han favorecido a sectores de muy altos ingresos.

En primer lugar, el gasto social en educación, salud, y especialmente protección social, cuyo cierre de brechas puede significar en los próximos 12 años un gasto adicional de 2,5 por ciento del PIB en el 2017, con una tendencia creciente a partir del 2018, hasta llegar a 4,9 por ciento del PIB en el (CiSoe y PMA, 2017). Antes de que salgan sus defensores a protestar, solo miren los niveles de pobreza entre los promedios Ocde, los gastos por persona en educación, salud y protección social, que se traducen en que la calidad de vida promedio de un europeo, por ejemplo, comparada con la de un campesino de nuestra región Caribe, no tengan nada que ver.

Pero, en segundo lugar, viene el tema sobre el cual se escucharán protestas. Salomón Kalmanovitz lo muestra muy bien en su columna. Solo están viendo los poderosos de Colombia que allí los impuestos a las empresas serán menores, pero no se dan cuenta de que en los países de la Ocde los individuos ricos, no los asalariados, son los que pagan los impuestos más altos, de manera que el peso de impuestos sobre PIB es muchísimo mayor que el que tenemos en Colombia: 35 por ciento versus 14 por ciento.

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Por eso, la distribución de ingresos cambia sustantivamente en estas naciones una vez se aplican los tributos, mientras que en Colombia sigue exactamente igual. Ya escucharemos sus lamentos cuando en vez de sacar olímpicamente su riqueza a paraísos fiscales o poner todos sus gastos personales a sus empresas, les toque pagar altos gravámenes.

Lo paradójico, entonces, es que sí vendrá un cambio de modelo, que como siempre traerá ganadores y perdedores, y esto será por cuenta no de nuevos liderazgos en la política. Así llegue la izquierda a la presidencia de la República, no podrá ningún gobierno, destruir totalmente la institucionalidad existente, no solo porque habrá un Congreso variopinto, en el cual la oposición será muy fuerte, sino porque muchos de los que hoy definen, por ejemplo, la política monetaria, seguirán en sus cargos.

La euforia de los que podrían perder más si no nos ajustamos como país –no a Noruega, sino al promedio de países de la Ocde–, demuestra la poca capacidad de análisis, cuando no el arribismo de las élites de este país, para quienes lo más importante es pertenecer al club de los mejores del mundo. Típico colombiano, y después dicen que son nuestras clases medias las que sufren este mal.

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