El cártel de la (des) información: «Es hora de entender que no existe la verdad y no somos dueña de algo que no existe. Necesitamos aceptar nuestros errores e intentar enmendarlos, aceptarlos y no repetirlos…»
Por: Wilmar Vera Zapata
Salió la semana pasada una denuncia de Juan Pablo Barrientos, periodista de Vorágine, y quien denunció que por un acto de censura decidió renunciar a Caracol Radio, donde tenían una sección de denuncia periodística a la corrupción rampante del sub presidente Iván Duque.
En un acto de ética y valentía, Barrientos narró su experiencia en el portal Vorágine, el cual recibió voces de apoyo y aliento tras el penoso actuar de Gustavo Gómez, director de 6:00 am-10:00 am de esa cadena.
La denuncia era grave: Red +, El Tiempo, Caracol y RCN tienen en un entramado de corrupción a periodistas en su nómina que por $4´5 millones sacaban información para perjudicar a otros.
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Este hecho se suma a actuaciones de otros medios y reconocidos periodistas que laboran en grandes empresas (ojo, empresas) informativas y que configuran ya un rosario de perlas de mal ejercicio del periodismo. El último hecho ocurrió con La W, quien escribió que el presidente electo se reuniría con César Gaviria “en la casa de descanso del presidente electo en Florencia, Italia”.
O Julio Sánchez Cristo o Luis Carlos Vélez asegurando que la trepada del dólar en Colombia no tiene nada que ver con la amenaza económica en EEUU, ni la crisis global o la guerra Ruso-ucraniana, sino porque el mercado global está esperando las palabras tranquilizadoras de Petro para influir en la inestabilidad monetaria.
O peor, Carlos Antonio Vélez, que fue merecedor la semana pasada de una medalla por parte de Duque, en una feria de “ti me defiendes, yo te condecoro”, aseguró en Twitter: “La estrategia del “pacto sabroso” es más que clara; quitar de Netflix a Betty la fea para causar un estallido social y mientras tanto ellos aprobar leyes y reformas vía fast track. Les cae mal Betty porque es de RCN. ¿Me van a sacar del aire a mí también?”. Hasta ahora ese trino no es bulo, por lo que se le atribuye al comentarista de fútbol.
Sí, no es broma, es lo que piensan esos “profesionales de la desinformación”.
Hace unos días, un hijo de dueña de periódico aseguró que quienes no estaban en sus nóminas son “bodegueros”, haciendo alusión a esos bots y creadores de contenido pagos y que reciben órdenes, ya sean de los Gustavos (Petro, Bolívar), el Foro de Sao Paulo, la Unión Soviética o de los Sabios de los Protocolos de Sion.
¿Hasta cuándo esto?, ¿pueden los medios tergiversar, mentir o esconder bajo la máscara de la información su opinión? Ya Petro tuvo como alcalde la férrea oposición de los medios de comunicación, tentáculos de los grandes conglomerados económicos, quienes exageraron, tergiversaron u omitieron noticias para crear una narrativa contraria a los logros de la Bogotá Humana.
Ahora, como presidente electo, Petro y Francia Márquez han sido destinatarios de misiles y ráfagas de todo calibre, actuar que señala la crisis de los medios de comunicación (tradicionales, hegemónicos) por su marcado y descarado proselitismo político.
Además hace falta humildad: si tras el radio o en la web tengo millones de personas escuchándome y creyéndome, la responsabilidad debe ser el norte que señala la brújula profesional. No el signo $, como a veces parece.
Así como el cigarrillo o el licor tienen sendas advertencias de que su exceso es dañino para la salud, los medios de siempre (no se escapa casi ninguno), así como los grandes comunicadores (radiales, televisivos y de prensa) deberían advertir a su consumidores cuáles son los intereses, limitantes y simpatías que tienen y los hace dañinos. Sería sano, pues así el oyente, televidente o lector promedio sabría que lo que llega a su mente es un producto más sesgado de lo común (el periodismo no es objetivo, debe ser veraz) y que eso que llega es una versión de la realidad, elaborada, travestida y condimentada con subjetividad y prejuicios personales y empresariales.
Tras la lectura del informe de la Comisión de la Verdad, surgieron muchos protagonistas y víctimas de la violencia que desangró, desangra y ha desangrado a Colombia. Entre ellos debe aparecer el papel de la prensa en esa barbarie, porque por omisión, simpatía o interés ayudaron a que la sociedad civil le diera la espalda y se preocupara más por un partido de fútbol que por las masacres y los despojos a millones de colombianos humildes.
André Fontaine, periodista e historiador francés, alguna vez dijo: “la primera tentación del periodista es la militante, que consiste en tener una tesis e interpretar la realidad a través de esa tesis”.
Es hora de entender que no existe la verdad y no somos dueña de algo que no existe. Necesitamos aceptar nuestros errores e intentar enmendarlos, aceptarlos y no repetirlos. De no hacerlo, los medios y sus periodistas estrellas se estrellarán con una realidad dura como el concreto: la gente ya no es boba, ya no traga entero.
Y si perdemos la credibilidad, si nos equiparan con los mentirosos, “apague y vámonos” porque habremos perdido el norte y seremos simples vendedores de humo, navajas -y no agujas- que rasgan hasta volver girones el frágil tejido social colombiano.