Nicolás Maduro ha intentado camuflarse con éxito en los últimos años como un presidente legítimo con altos rasgos tiránicos y autócratas. En la elección del pasado 28 de julio, su gobierno estaba en juego, ya que podría haber sido derrotado en las urnas. Sin embargo, nadie se atrevió a llamarlo dictador ni a cuestionar su presidencia en los últimos años, más allá del fallido y dantesco intento de establecer un presidente paralelo, como lo fue Juan Guaidó. Se necesitaba ser altamente ignorante o cándido para no haber visto que Maduro y todo su régimen chavista han intervenido directamente, de forma descarada y grotesca, en las últimas elecciones en Venezuela: tanto en las de la Asamblea Nacional, lo que es el Congreso, como en alcaldes y gobernadores y en su momento en el proceso Constituyente.
La trampa electoral del régimen venezolano no se inauguró en las últimas elecciones, cuando robaron descaradamente la voluntad popular de los venezolanos que eligieron en masa a Edmundo González. Sin embargo, por alguna razón, los países de Occidente y las democracias del mundo esperaban que esta elección fuera transparente, que el proceso fuera respetado y que los validadores y observadores así lo certificaran. Pero claramente no fue así. Ayer, una chavista consumada, como lo es la presidenta del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, confirmó lo que muchos esperábamos y era que era la victoria de Nicolás Maduro había sido «legítima», que era inescrutable y que era una decisión final y un caso cerrado.
Cuando el mundo libre y la región entiendan que Nicolás Maduro controla las instancias judiciales, electorales y toda clase de entes de control, y que ha colocado en esos puestos a fervientes servidores del chavismo, comprenderán que las posibilidades de que esa dictadura caiga por la vía electoral son absolutamente nulas. Maduro no se irá del poder por la vía democrática. Y si llegara a faltar por problemas de salud, lo reemplazará Jorge Rodríguez; si no es él, será Vladimir Padrino; y si no, será Delcy Rodríguez o el fiscal William Saab. Todos están dispuestos a suceder a Nicolás Maduro en cualquier escenario, pero siempre bajo el liderazgo y la supervisión de la dictadura cubana de los Castro y de Miguel Díaz-Canel, quienes necesitan que Venezuela siga siendo una dictadura, ya que Cuba depende de esos recursos para sostenerse en aspectos esenciales como la salud y la educación.
En conclusión, el circo diplomático, La política moderna tiene un defecto gigante: la hipocresía, la falsedad y la mentira que ellos mismos intentan creer, aunque muchos se den cuenta de que es una mentira del tamaño de una catedral. Los esfuerzos diplomáticos, las cartas, las marchas, las reuniones y las tendencias en redes sociales no servirán para la causa de la libertad en Venezuela.
Maduro ha observado estos esfuerzos y se ríe porque está feliz de que se sigue haciendo lo mismo que en los últimos 10 años, lo que le permite mantenerse en el poder. La indignación, como ocurre en toda política, durará un par de semanas más y no pasará nada. Seguramente irán tras María Corina Machado o Edmundo González, tratarán de silenciarlos y meterlos presos, y se volverá a iniciar un ciclo como el que ya hemos visto con figuras como Leopoldo López y Antonio Ledezma. Mientras tanto, los venezolanos seguirán bajo el yugo dictatorial que llevan soportando por más de 8 años. Hoy en día, ni siquiera Estados Unidos, bajo el pobre liderazgo de Joe Biden y Kamala Harris, tienen la menor idea de qué opinar o hacer respecto a Venezuela.