El clientelismo unido…

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Por: Rudolf Hommes


La vertiginosa carrera de los partidos tradicionales para llegar de primeros a la campaña de Iván Duque ha sido un espectáculo reminiscente de los que muestran películas históricas sobre la rapiña por la tierra en el Viejo Oeste de los Estados Unidos, cuando abrían nuevos territorios. Los colonos aspirantes a poseedores de la tierra disponible participaban en una carrera en la que los primeros que llegaban obtenían la parte del león, y los que quedaban rezagados recibían la parte del ratón, si no perecían arrollados por competidores en la estampida.

Los más rápidos fueron Cambio Radical, que optó por dar la impresión de querer negociar las bases programáticas con Duque, y el Partido Liberal, que se sentó a negociarlas, con conclusiones inciertas sobre el futuro de la paz y la reforma judicial, que quedaron pendientes de debatir en el Congreso, donde el Centro Democrático y sus aliados serán una mayoría.

Estos acontecimientos no solamente son alarmantes desde el punto de vista de la paz, que queda seriamente amenazada, sino que deben haber preocupado a los que militaban con los excandidatos de centro, Fajardo y De la Calle, quienes ofrecían dar una batalla frontal contra la corrupción y el clientelismo. El mismo Duque se pronunció en igual sentido, y Álvaro Uribe también lo hizo contra “la corrupción y la politiquería”.

Pero unas imágenes valen más que mil palabras, o promesas, y no presagian algo bueno las fotografías de los partidos tradicionales y Cambio Radical adhiriendo a la campaña de Duque. Esas adhesiones están motivadas por la expectativa de participar en la repartición de beneficios, cargos y prebendas. El clientelismo, ahora unido, difícilmente será vencido. El precio de esta concentración de poder es que los propósitos de frenar la corrupción seguramente van a mantenerse, pero “en bajito”.

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El día después de las elecciones, los seguidores de Fajardo y De la Calle estuvieron discutiendo cuál sería la mejor manera de hacerse sentir y de expresar una objeción moral contra la situación en la que habían quedado, que los obliga a votar por uno de dos candidatos que no les gustan, a abstenerse o a votar en blanco. Unos estaban a favor de hacerles saber a Duque y a Petro que podrían considerar votar por uno de ellos dos si moderaban sus posiciones extremas. Se tenía la idea de que Fajardo y De la Calle harían lo mismo, no para negociar sino como una posición de firmeza para conminarlos a ceder. Otros estaban abogando expresar su desagrado votando en blanco con la esperanza de que millones de votantes los acompañarían. Algunos de ellos y ellas pensaban que esto crearía un hecho político; otros, que sería un voto inútil o que beneficia al que más votos obtuvo el domingo pasado.

En efecto, con el voto en blanco se corre el riesgo de fortalecer y favorecer involuntariamente a Duque; y los votantes, el de convertirse inadvertidamente en uribistas blanqueados. Duque ya cuenta con el respaldo de siete millones de votantes de la primera vuelta y con la maquinaria, que se ha afiliado masivamente a su campaña. Petro solamente tiene 4,8 millones de votos y los que podrían sumársele de los que votaron por Fajardo y De la Calle. Si siguen a sus líderes, van a darle mayor confianza a Duque para que persista en su aspiración de debilitar la paz, que es algo que con seguridad no desea De la Calle y, posiblemente, Fajardo y Robledo tampoco quieren. También van a debilitar la voluntad de Duque y de Uribe de combatir la corrupción, porque ya están con la maquinaria. Lo que se debe hacer es no decidir todavía, y votar por el que modere sus posiciones extremas. Si ninguno de los dos cede, se vota en blanco.

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