Hace años, el precio del combustible viene siendo un problema en Colombia, trátese de la gasolina corriente o del combustible diésel, conocido entre nosotros como ACPM, sigla que significa ‘aceite combustible para motores’. Claro que, como cualquier producto, una cosa es su costo interno cuando se es autosuficiente y otra cuando se tiene que importar. Por eso, nunca hemos estado de acuerdo con el cuento de que nuestro combustible se ha venido subsidiando por parte del Estado y que ahora se quiere desmontar esa asistencia para tapar un supuesto hueco fiscal que habría terminado favoreciendo más a los ricos que a los pobres.
Vamos por partes. Ningún producto tiene que tener el mismo costo en todo el mundo. De hecho, la revista The Economist creó el índice ‘Big Mac’ para calcular la inflación en cada país de acuerdo con el costo local de la afamada hamburguesa. En México, la carne tiene un valor; en Bulgaria, otro, y ni qué decir en Colombia. Así pasa con cada ingrediente. Nuestro café, por ejemplo, es carísimo en Estados Unidos y en casi todo el mundo, pero aquí nos tomamos un ‘americano’ (un tinto, como lo llamamos acá) por unos pocos centavos de dólar. Si hubiera que tomarlo al precio internacional, prácticamente nadie tomaría café en nuestro país.
Con eso se define buena parte de la competitividad de una economía. Nuestra mano de obra, calculada por el valor de la hora de trabajo, es barata y, por tanto, muy competitiva. En materia de recursos ambientales, tenemos agua barata y en abundancia, útil para procesos agrícolas e industriales, y para generar energía. Y así podríamos seguir mencionando todo tipo de bienes hasta llegar a los hidrocarburos. ¿Cómo no va a ser importante para nuestra competitividad tener un diésel barato sobre todo para una economía que se mueve en camión y cuyos centros de producción están lejos de las costas?
A alguien (dicen que al Chiqui Valenzuela, ministro de Minas a finales de los 90) se le ocurrió que Ecopetrol tenía que vender combustibles en lo local a precios internacionales para no desaprovechar el llamado ‘costo de oportunidad’. Ese es el término que se inventaron para argumentar que si la petrolera puede vender crudo en el exterior a precio internacional, entonces en Colombia se lo tenemos que pagar a ese precio, quedando el Estado obligado a pagarle a nuestra más importante empresa los billones que hagan falta para que Ecopetrol obtenga los mismos ingresos que si hubiera vendido su producto en el extranjero y no en Colombia.
Y eso se determinó sin considerar que para un norteamericano, valga la comparación, un galón de gasolina en EE. UU. (a poco más de 16.000 pesos) representa casi la mitad de una hora de salario mínimo, que allá está en más de 28.000 pesos colombianos (7,25 dólares), mientras que aquí tocaría trabajar tres horas para pagar un galón, a razón de los 5.652 pesos que cuesta una hora de salario mínimo en Colombia. Eso, sin considerar que a Ecopetrol le vale menos de tres mil pesos producir un galón de combustible; el resto de lo que nos cobran son sus lucrativas ganancias —como si el petróleo de nuestro subsuelo no fuera de todos los colombianos— y un sinnúmero de impuestos con los que nos vacunan.
Sería una calamidad que no fuéramos autosuficientes en materia petrolera porque el precio del combustible sería impagable. Pero, ¿de qué ha servido que tengamos petróleo si es una fuente de impuestos mal gastados? Veamos que Ecopetrol es un pozo sin fondo con gastos exorbitantes, como sus sueldos millonarios; que las regalías petroleras se han perdido por todo el país en elefantes blancos; que el transporte de carga es muy costoso, golpeando la baja competitividad de nuestra economía; que la mayoría de nuestros vehículos son moticos de clase pobre que hoy pagan gasolina con la tarifa internacional, siendo muchas el eje de emprendimientos informales de los que dependen un sinnúmero familias: son instrumento de trabajo de plomeros, mensajeros, electricistas…
Este no es un problema que se inventó Petro, aunque él quiere agravarlo con una transición energética alocada que deseche los hidrocarburos y un decrecimiento económico que nos lleve a montar en mula otra vez. Pero la verdad es que debimos desligar a nuestros combustibles del precio internacional hace mucho rato y aprovechar que los tenemos para estimular la economía, no para que nuestros políticos se valieran de esta riqueza para ahondar la corrupción y el populismo, y mantenernos sumidos en la pobreza.
Por: Saúl Hernández Bolívar – @SaulHernandezB
Del mismo autor: El sátrapa pierde apoyo