El costo de la terquedad

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La mayor carencia de Bogotá, y de muchas otras ciudades colombianas, es que nos acostumbramos a vivir con los problemas en lugar de solucionarlos.


Por: Miguel Gómez Martínez

Me da pena con los bogotanos pero no comparto la euforia por la adjudicación del metro para la ciudad.

Advierto que siempre fui y sigo siendo amigo de este tipo de medio de movilidad que existe en Londres desde 1863, en Buenos Aires desde 1913, en México desde 1969, Santiago de Chile desde 1975, en Caracas desde 1983, en Nueva Delhi desde 2002 o Bangkok desde 2004. Hasta Ciudad de Panamá, que tan solo tiene 477.000 habitantes, nos ganó pues inauguró su primera línea en 2014.

Saldrán, como es natural, los que afirmen, con resignación, que “más vale tarde que nunca” y que luego de 77 años de espera hay que estar exultante.

La realidad es que el metro es el reflejo de todo lo que no funciona en la Administración Distrital desde hace muchos años.

Para comenzar, resulta irónico que sea el alcalde que más trabas le puso al metro, quien haya sido el encargado de adjudicar la obra. Desde su primer mandato en 1998, Peñalosa fue un feroz opositor del metro, que consideraba como un modelo obsoleto de transporte.

Es el actual alcalde el que afirmó muchas veces que TransMilenio era la solución al problema de movilidad de Bogotá. Descartamos hace veinte años el metro. Nos metimos en otra opción que ha demostrado que no puede ser la única solución al transporte público, como Peñalosa siempre lo argumentó.

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La capital es una ciudad de un tamaño y extensión que requiere múltiples esquemas de transporte. Peñalosa decidió, desde su terquedad, que la combinación de TransMilenio y bicicleta solucionaba el problema.

El caos actual de la movilidad, con casi medio millón de motocicletas, la proliferación de sistemas piratas e ilegales de transporte, las consecuencias negativas sobre la productividad de la ciudad y la calidad de vida confirman que estaba muy equivocado.

Es por el corredor vial de la avenida Caracas, donde hoy opera la primera línea de TransMilenio, que se construirá una fracción importante de la línea inicial del metro, lo que es a todas luces redundante. “Mejor malo que nada” contestarán los conformistas.

La línea inicial vendrá de Ciudad Kennedy hasta la calle 72, dejando el norte y la localidad de Suba, la más poblada de la ciudad, sin acceso. “Algo es algo”, dirán los mediocres. ¿Cómo puede ser que Bogotá, la ciudad que más impuestos paga, que representa el 26% del Producto Interno Bruto nacional, no pueda construir una sola línea que realmente ayude a resolver los problemas de movilidad? ¡Las ciudades antes mencionadas lo lograron y nosotros no fuimos capaces!

El tema de movilidad de Bogotá es crítico desde hace más de dos décadas. Las administraciones que hemos tenido hicieron lo fácil, como restringir el uso de vehículos particulares para no hacer lo difícil como hacer las vías rápidas, tapar los huecos, ampliar los puentes o mejorar las vías de entrada y salida a la ciudad.

La mayor carencia de Bogotá, y de muchas otras ciudades colombianas, es que nos acostumbramos a vivir con los problemas en lugar de solucionarlos.

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