Esta publicación hace parte de la tercera edición de la Revista 360, la cual puede encontrar en el siguiente enlace: https://issuu.com/revista_360/docs/revista_360_edicion_3-2
Por: Gustavo Duncan – Docente de la Universidad Eafit
Es inaudito que todavía hoy, desde diversos sectores políticos en Colombia, se defienda la validez y la legitimidad de sistemas de gobierno como el de Cuba y Venezuela. Sobre todo porque la defensa de estos proyectos políticos es una señal de que hay partidos y movimientos dispuestos, e incluso interesados, en replicarlos en caso de llegar al poder.
Más olímpicos son quienes eluden condenar lo que sucede en Cuba y Venezuela argumentando que Colombia está peor o que es una situación parecida. Se trata de una falacia argumentativa en que al equiparar Colombia con países comunistas, se evita tener que asumir una postura que puede ser políticamente inconveniente y que es mejor mantener en silencio. Si se condena la situación se pierde el respaldo de los seguidores más dogmáticos, y si se legitima se queda en evidencia ante sectores de centro que bajo ninguna circunstancia tolerarían la falta de libertades y el empobrecimiento generalizado de tales regímenes.
La comparación con Colombia contiene una trampa malintencionada porque supone que sus vicios y defectos, como sistema político, son comunes a todas las democracias capitalistas y, en consecuencia, lo malo de los proyectos comunistas puede ser excusado porque igual sucede en otro tipo de regímenes. La realidad es que problemas como el conflicto, la desigualdad, la corrupción, etc., no son homogéneos a lo largo de las democracias capitalistas. Algunas lo hacen bien y otras lo hacen francamente mal.
En cambio, los países comunistas siempre lo hacen mal en una serie de temas trascendentales para el bienestar y la calidad de vida de la gente. La rotación de la dirigencia es demasiado restringida y como resultado las libertades son severamente reprimidas.
La prensa, los otros partidos políticos, los movimientos contestatarios y el libre pensamiento siempre sufren. Y, en términos económicos, los resultados suelen ser mediocres a menos que el régimen político comunista se combine con formas de producción capitalistas como en China y Vietnam.
Pero, además, la comparación es improcedente por dos trayectorias muy distintas. En Colombia, pese al conflicto y a la dependencia del petróleo, existe un crecimiento económico que mal que bien ha permitido sacar de la pobreza a grandes capas de la población. En Cuba y Venezuela ha ocurrido, por el contrario, un impresionante proceso de empobrecimiento. Más aún, el chavismo logró destruir la riqueza de un país en medio de una bonanza petrolera.
Por otro lado, Colombia con todas sus limitaciones ha logrado imponer controles a sus élites políticas. Así mismo los ha obligado a mantener procesos de rotación en el poder. ‘El Proceso 8000’ y la ‘Parapolítica’ fueron escándalos en que hasta el propio presidente se vio envuelto sin que la libertad de prensa fuera cortada. Y ni siquiera Uribe pudo permanecer más allá de 8 años en la presidencia. Ni punto de comparación con la forma como los Castro, Chávez y Maduro se han atornillado al poder criminalizando a sus contendores políticos.
De fondo, la incapacidad de condenar el viejo comunismo es la incapacidad de superar un sistema de creencias dogmático que opera más como una religión que como un proyecto político que se ajusta a las necesidades de la sociedad. Lo que se refleja en la pobre producción de nuevas propuestas de Estado y de sociedad que superen el invento de Lenin plenamente agotado antes de acabar el siglo XX.