Por décadas, Colombia ha transitado entre promesas de transformación y reformas inconclusas. Pero hoy, más que nunca, el país enfrenta una encrucijada decisiva: o logra sostener un crecimiento económico superior al 5% durante las próximas dos décadas, o quedará atrapado, como tantas otras naciones latinoamericanas, en la trampa del ingreso medio, observando desde la orilla cómo otros avanzan hacia el desarrollo.
Mientras el mundo industrializado debate sobre los dilemas éticos de la inteligencia artificial o la frontera de la biotecnología, Colombia continúa inmersa en disputas políticas menores y discusiones económicas del siglo pasado. Es una distancia que no solo se mide en cifras, sino en mentalidad.
Las proyecciones de BBVA Research para 2025 anticipan un crecimiento del 2,5% del PIB. Aunque es una ligera mejora frente al año anterior, sigue siendo un ritmo desesperadamente bajo para un país que busca cerrar brechas. Chile, con un PIB per cápita de 17.300 dólares, triplica el colombiano, que apenas llega a 5.880. Perú, que hace poco nos seguía de lejos, ya nos supera con 7.100. Detrás de esos números se esconden realidades tangibles: diferencias en salarios, acceso a servicios y calidad de vida.
El corazón del problema está en la productividad. Un trabajador colombiano genera 20 dólares por hora, frente a los 67,5 del promedio de la OCDE o los 162,5 de un británico. Y no es por falta de trabajo: los colombianos laboran más de 2.000 horas al año, mucho más que en los países más ricos. La explicación está en las estructuras: baja adopción tecnológica, débil inversión en innovación y un sistema educativo que aún no se sincroniza con las exigencias del siglo XXI.
La inversión en investigación y desarrollo es apenas del 0,28% del PIB. Brasil destina más del cuádruple y Corea del Sur, casi veinte veces más. Esa carencia nos condena a depender de sectores de baja productividad y a quedar fuera de las cadenas globales de valor.
Vietnam, India y Bangladesh, economías que hace poco parecían condenadas a la pobreza, hoy crecen por encima del 5% anual gracias a estrategias coherentes y sostenidas.
Vietnam, por ejemplo, ha mantenido tasas de entre 6% y 7% durante casi cuatro décadas. En 2024 creció un impresionante 7,09%. Su secreto no fue mágico: apertura económica, política industrial inteligente, inversión en educación y una apuesta decidida por la tecnología.
India, por su parte, se convirtió en una potencia de servicios digitales, con exportaciones que superan los 400.000 millones de dólares y un crecimiento sostenido de 7% a 8% anual. Corea del Sur, que en los años cincuenta era más pobre que varios países africanos, alcanzó un PIB per cápita de 42.700 dólares gracias a una combinación de disciplina fiscal, educación de excelencia, innovación y una política industrial planificada.
Y Singapur, una isla sin recursos naturales, se consolidó como uno de los centros financieros y tecnológicos más competitivos del planeta. La diferencia con Colombia no está en el talento humano, sino en la coherencia y la visión de largo plazo.
Mientras el mundo discute sobre ética de datos, transición energética y nanotecnología aplicada a la medicina, Colombia sigue atrapada en debates sobre reformas tributarias, disputas electorales o confrontaciones institucionales. El contraste es desolador.
Mientras en Seúl se trazan estrategias para liderar la revolución de los semiconductores, aquí seguimos discutiendo si flexibilizar o no el mercado laboral. Y mientras países emergentes como Indonesia o Vietnam diseñan planes para evitar la trampa del ingreso medio, nosotros seguimos debatiendo los mismos modelos de hace medio siglo.
El país necesita elevar el nivel de su conversación pública. Un país que no discute sobre el futuro, inevitablemente queda atrapado en el pasado.
Crecer más de un 5% anual no es un sueño ingenuo: es una urgencia nacional. Lograrlo exige transformaciones profundas:
Invertir en conocimiento: Multiplicar por siete la inversión en investigación y desarrollo hasta alcanzar al menos el 2% del PIB, con incentivos fiscales reales, apoyo a startups tecnológicas y polos regionales de innovación.
Reformar con coherencia: Simplificar el sistema tributario, flexibilizar el mercado laboral, fortalecer el Estado de derecho y modernizar la educación con enfoque en competencias digitales.
Construir infraestructura moderna: Doblar la inversión en transporte, energía limpia y conectividad digital de última generación.
Formar capital humano de clase mundial: Desde la primera infancia hasta la educación superior, con énfasis en investigación, tecnología y aprendizaje continuo.
Diversificar la producción: Dejar atrás la dependencia de materias primas y fortalecer sectores como la biotecnología, el software, las industrias creativas y la manufactura avanzada.
Mantener disciplina fiscal: Reducir el déficit y reorientar el gasto hacia inversión productiva y transparencia.
Digitalizar el Estado: Modernizar trámites, servicios y decisiones públicas mediante datos abiertos e inteligencia artificial.
Seguir creciendo al 2,5% implica que Colombia tardará casi tres décadas en duplicar su PIB per cápita. Si lo hiciera al 5%, bastarían 14 años. La diferencia no es estadística: es una generación completa condenada a salarios bajos y oportunidades limitadas.
Cada año de indecisión nos aleja más de las economías que sí avanzan. La brecha que hoy parece manejable será, en dos décadas, un abismo. Quedarse quietos es retroceder.
El reto no es solo económico, sino cultural y político. Debemos dejar atrás los debates estériles y empezar a discutir en serio cómo queremos insertarnos en la economía del conocimiento.
Colombia no puede seguir siendo espectadora del siglo XXI. El desarrollo no se improvisa: se construye con decisiones valientes y consistentes. Crecer más del 5% anual no es un anhelo tecnocrático, es una condición de supervivencia.
El futuro no se espera: se decide. Y Colombia, si quiere tener uno, debe decidirlo ya.
Lea también: Analistas proyectan un nuevo repunte de la inflación en octubre: llegaría al 5,45%
