Por: Antonio Sanguino
Treinta años. Es lo que acaba de cumplir el denominado holocausto del Palacio de Justicia. Han dicho, quizás con razón, que constituye el hecho más atroz en la dolorosa historia de nuestro conflicto armado. Aunque también con razón dirán que el genocidio contra la Unión Patriótica o los magnicidios de Pizarro, Galán, Jaramillo y Pardo Leal o las numerosas masacres protagonizadas por las bandas paramilitares o los cientos de falsos positivos y un largo etcétera compiten en atrocidad y dolor con este hecho.
Pero sucede que la toma y retoma del Palacio de Justicia, emblemáticamente reúne como pocos hechos todas las características de la confrontación política armada colombiana. Y al mismo tiempo, ese solo acontecimiento, revela todos los desafíos que tenemos en la construcción de la paz y la reconciliación nacional, en especial el de la verdad. Porque aunque el M-19, la organización que protagonizó la toma del Palacio y el Estado Colombiano responsable de la retoma hayan, cinco años después, celebrado un acuerdo de paz y pedido perdón públicamente, las heridas siguen abiertas y son materia de un debate público como el que hemos presenciado en los últimos días.
Treinta años no han alcanzado para construir una verdad única sobre lo que ocurrió en aquellos 5 y 6 de noviembre. Quizás no exista y estemos condenados a tener distintas versiones e interpretaciones. Quizás tengamos que acordar como sociedad que grado de verdad necesitamos para pasar la página. Se me ocurre que permitirles a los familiares tener la certeza del destino final de sus seres queridos que fueron víctimas de esos hechos, junto con el perdón que han solicitado las partes involucradas puede acercarnos a un cierre histórico del episodio.
El proceso de paz que está en marcha debe sacar lecciones del Palacio de Justicia. Imaginemos por un solo instante el tamaño del reto que significa construir una verdad histórica de todo nuestro conflicto, si un solo hecho se nos ha vuelto un imposible. Debemos pedirle a las partes, gobierno y guerrillas, modestia y mesura en los términos de verdad histórica y justicia transicional en el acuerdo que está por firmarse y en la implementación del mismo. El éxito del proceso de paz consiste en que podamos, sin olvido, pasar la página. Y en que sea realidad el llamado del Presidente Santos recordando la inolvidable imploración de Alfonso Reyes Echandía a un Cese al Fuego. Pero definitivo.