Las acciones japonesas se han beneficiado del progreso positivo en las negociaciones comerciales entre Estados Unidos y China. Además, la expectativa de un recorte de los tipos de interés en EE. UU. alimenta el optimismo de los inversores.
La preocupación por una posible guerra arancelaria entre Japón y Estados Unidos, ambos aliados desde hace décadas, es moderada. El índice Nikkei 225 alcanzó recientemente un máximo histórico.
Japón ha sido durante mucho tiempo un laboratorio de políticas monetarias no convencionales. Sus tipos de interés, mantenidos en niveles históricamente bajos, incluso negativos, se han convertido en una herramienta crucial para combatir la deflación y estimular la economía. Sin embargo, el impacto de esta política es paradójico. Si bien impulsa el mercado bursátil, no logra promover un crecimiento económico sólido.
Las comisiones de afiliados permiten a los inversores ampliar sus ganancias. Los bajos tipos de interés de Japón, orquestados por el banco central local, brindan un fuerte apoyo al mercado bursátil, beneficiando especialmente al índice Nikkei 225.
Con tasas de interés de los bonos del Estado y las cuentas de ahorro prácticamente nulas, los inversores buscan rentabilidad en activos de mayor riesgo, como las acciones. El banco central, mediante su política de compra de activos, inyecta liquidez directamente en el mercado, creando una demanda artificial que impulsa el alza de los precios de las acciones.
Las grandes corporaciones japonesas, con acceso a crédito barato, pueden financiar sus operaciones e inversiones a un coste mínimo. Esto aumenta la rentabilidad y el valor de sus acciones.
Además, la devaluación del yen, consecuencia directa de las bajas tasas de interés, favorece a las empresas exportadoras, que se vuelven más competitivas en el mercado global. El resultado es un círculo virtuoso para las acciones. Los beneficios empresariales aumentan, la confianza de los inversores se fortalece y el mercado se aprecia.
A pesar de la fortaleza del mercado bursátil, la economía real japonesa se tambalea. El crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) ha sido persistentemente bajo y el país se enfrenta a retos estructurales. El primer gran problema es el llamado «efecto zombi».
Las políticas de bajas tasas de interés permiten que empresas ineficientes y poco competitivas, que de otro modo quebrarían, se mantengan a flote. Las empresas zombis no invierten en innovación ni en nuevas tecnologías porque no necesitan optimizar sus costes. Esto genera una asignación ineficiente de recursos, que podrían destinarse a sectores más productivos e innovadores.
El segundo desafío es el desincentivo a la inversión productiva. Si bien las empresas tienen acceso a crédito barato, la falta de demanda agregada y la incertidumbre sobre el futuro de la economía limitan la inversión en nuevas fábricas o la expansión empresarial.
En cambio, muchas corporaciones prefieren utilizar el capital para recomprar acciones o mantener altos niveles de efectivo, lo que beneficia a los accionistas, pero no genera empleo ni crecimiento.
La política del banco central ha generado una dependencia del mercado bursátil de los estímulos monetarios, en lugar de fomentar la innovación y el crecimiento orgánico. La inflación, uno de los principales objetivos de la política monetaria, se mantiene persistente y muy por debajo del objetivo del 2%.
Además, las bajas tasas de natalidad y el envejecimiento de la población están generando escasez de mano de obra y una disminución de la fuerza laboral, ambos desafíos demográficos que la política monetaria no puede resolver.
La estrategia de Japón demuestra que los bajos tipos de interés pueden impulsar el mercado bursátil, pero no son una solución milagrosa para problemas económicos profundos y complejos. El mercado bursátil se beneficia, pero la economía real sigue estancada, lo que demuestra que el camino hacia el crecimiento económico sostenible va más allá del costo del dinero.