El hombre ha terminado por resignar su capacidad mental, volcando su mayor activo, el conocimiento, a cajas negras, máquinas que reciben inputs y entregan outpouts, después de hacer sus propios razonamientos, tarea que otrora era de exclusividad del hombre.
Por: Felipe Jaramillo Vélez
El hombre creó máquinas cada vez más rápidas, las máquinas “crearon” hombres cada vez más lentos.
Atender a las leyes de la naturaleza había sido, hasta ahora, la forma más razonable para explicar los fenomenos que rodean a la humanidad.
Sin embargo, todo parece indicar que la velocidad impresa por las máquinas hace que estas leyes se queden cortas y que la forma de percibir el tiempo y espacio desborde hoy el entendimiento del hombre.
Ray Kuzwell ingeniero en jefe de Google, advierte que el mundo que hoy conocemos dentro de muy poco será tan solo historia y, más aún, que todo ocurrirá tan rápido que no dará tiempo al hombre de reaccionar.
Afirmación que hoy, con ejemplos sencillos, se hace tangible; hasta hace solo unos meses (no más de seis), una patineta eléctrica era un juego infantil, hoy es un medio de transporte que invadió todos los rincones de la ciudad y que cualquiera con una tarjeta de crédito puede usar a su antojo.
Sin embargo, las preguntas que se sucitan trente a este objeto, “servicio” son muchas: ¿se tiene reglas para su uso?, ¿se tiene clara la forma de tributación de la empresa que ofrece el servicio?, ¿es transparente su competencia frente a otros medios de transporte?, ¿está establecido cuál es el espacio que puede utilizar para su movimiento?
Muy posiblemente, la respuesta a todo lo anterior es un rotundo NO o un SÍ condicionado, es decir que, con respecto al tema, estamos en un limbo.
Las empresas en red van mucho más rápido que los entes reguladores, causando un caos que pone en jaque al mundo.
Uber se enfrenta al transporte público tradicional, Airbnb mide sus fuerzas con el sector hotelero, utilizando premisas poco reflexivas como que “quien gana al final es el consumidor”, argumento que podría ser solo una respuesta fácil y útil a algo que resulta difícil de asir tanto a los hombres como al Estado.
Ir cada vez más lejos, más alto, ser más fuerte son los motores que llevan al hombre a innovar y evolucionar aceleradamente.
Aturdidos por la inconformidad con lo que es el hombre hoy, por su lentitud, por su limitada capacidad para almacenar, procesar y cruzar información e incluso por lo efímera y limitada que es su existencia.
El hombre ha terminado por resignar su capacidad mental, volcando su mayor activo, el conocimiento, a cajas negras, máquinas que reciben inputs y entregan outpouts, después de hacer sus propios razonamientos, tarea que otrora era de exclusividad del hombre.
Con arrogancia, el hombre se ha declarado capaz de hacerlo todo, ha tentado sus límites jugando a transformar su naturaleza, arrogancia que lo ha llevado a sobreponer la pregunta sobre lo qué es capaz de hacer, sobre lo que debería hacer este para promover un estado del hombre cada vez más justo, legal y equitativo.
En la actualidad, nos encontramos transitando por caminos peligrosos, los cambios que está tomando la humanidad dejan al hombre desprotegido y en momentos de profundad debilidad.
Aturdidos por el paso de la vida en comunidad, pasamos a una cada vez más individual en la que se postula un paulatino “triufo” de la felicidad ilimitada sobre el miedo, se están tomando decisiones que podrían no ser las mejores, si de lo que perpetuar la especie humana se trata.
Nos encontramos en medio de movimientos singulares y, aunque sean imparables, si deberíamos, al menos, apelando a la prudencia, hacer un alto en el camino y reflexionar, para así, en consenso, dictaminar el rumbo que como conjunto le queremos dar a la vida.