Es momento de cuestionar la educación tradicional

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La curiosidad no debe verse restringida por ningún límite. -educación-


Por: Orlando Buelvas Dajud

El reiterativo ciclo ceñido a la repetición estructurada de un orden jerárquico del conocimiento se ha mantenido como el método educativo por defecto desde la alta edad media. Aunque bien, en sus inicios la transmisión del conocimiento se realizaba de una manera dialéctica y crítica, en la actualidad la educación dista de dichas prácticas.

Lamentablemente, aun dentro de la época de la conectividad y de la hiperinformación, la retención de la memoria guarda gran protagonismo dentro del esquema educativo. Desde muy jóvenes los estudiantes se ven en la obligación de memorizar un alto contenido de información, para luego ser evaluados sobre su capacidad de retener dichos datos. Lo anterior, como si ello funcionara como una garantía para no perder el alcance de aquel conocimiento, cuál se termina por difuminar en la mente conforme avanza el tiempo.

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Es Momento de Cuestionar la Educación Tradicional

Todo debe ser cuestionado. Ese debe ser el principio que rija la educación. Si a un niño se le enseña que el cielo es azul entonces asumirá aquello como una verdad absoluta, pero, si se le enseña a preguntar “¿por qué es el cielo azul?” emprenderá un debate que lo llevará a explorar más allá de los límites del conocimiento establecidos bajo la pobre premisa que enseñan las escuelas más ortodoxas, donde el cielo es azul sin cuestionar el porqué.

El “¿por qué?” de las cosas debe ser un pregunta sagrada e incensurable. La curiosidad no debe verse restringida por ningún límite. Realmente, contrario a lo que se cree, el triunfo de un docente está en llevar al estudiante a realizar preguntas incontestables, no en hacer repetir dentro del aula apuntes como borregos que alimentan el ego de un profesor que actúa como dictador del saber.

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Otro de los efectos de este modelo educativo, que cada vez se aleja más de su esencia para convertirse en un mecanismo que busca alimentar un mercado gris y latente, es la imposición del entendimiento de la vida como una causa y efecto escalonada donde el tiempo por su propio mérito delega un lugar para cada persona. ¿Qué quiere decir esto?

La vida escolar ordena a los niños en primaria, luego a los jóvenes en secundaria y, a los que tengan la oportunidad, en universitarios para ser finalmente profesionales. Así, conforme avanza la vida, el fin de la educación se centra en avanzar de un grado a otro: primero, segundo, tercero, etc. Para luego, en bachillerato: octavo, noveno, décimo, etc. Posteriormente, en la universidad: primer semestre, segundo semestre, tercer semestre, etc. Y, finalmente, en la vida profesional: Junior, Asociado, Senior, etc. Parece que se nos acostumbra a seguir patrones desde muy pequeños, sin que se nos ofrezca la oportunidad de obrar por fuera de esa lógica ajena e impuesta.

Se educa para seguir la cadena de producción, pero en ningún momento para llevar una vida bajo estándares propios. Se nos enseña a vivir para otros.

No puede ser que esto se siga entendiendo como una práctica normal. La educación debe cambiar. Es increíble pensar que en un aula de clase se condecore a quienes estén mejor dotados para la comprensión numérica, mientras que quienes tienen dotes artísticos son relegados al olvido. No es correcto que los deportistas se les considere de menor relevancia que a quienes manejan las ciencias naturales, la educación debe ser para todos, no para ampliar el ego de unos pocos.

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Es momento de cuestionarlo todo, de revaluar la educación conforme fines equitativos donde la mirada crítica sea el verdadero fin. Una educación alejada del dogma solo promete una sociedad abierta al desarrollo, ese debe ser el fin al que debemos apuntar.

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