El derrumbe entre Medellín y Bello, ocurrido en la madrugada del martes 24 de junio de 2025, ha dejado una profunda herida en el corazón del Valle de Aburrá. Lo que empezó como un estruendo en la vereda Granizal terminó por sepultar vidas, hogares y sueños, marcando una de las tragedias más devastadoras por deslizamientos en la región en los últimos años.
Mientras muchas familias han vuelto al lugar de los hechos para ver los estragos de esta situación, las autoridades continúan con las labores de rescate.
🚨#AestaHora | La @DefensaCivilCo #Antioquia en coordinación con organismos de socorro y @SNGRDColombia atiende emergencia en #Bello, vereda #Granizal, por deslizamiento. 10 cuerpos recuperados y 10 personas atendidas . Seguimos informando… 📻 #Emergencia #Deslizamiento pic.twitter.com/S8sA7dL8MR
— DefensaCivilColombia (@DefensaCivilCo) June 25, 2025
La tragedia humana detrás del derrumbe entre Medellín y Bello
El derrumbe entre Medellín y Bello cobró la vida de al menos 10 personas y dejó a otras 15 desaparecidas, según los reportes preliminares. El alud se produjo alrededor de las 3:20 a.m., cuando una ladera se vino abajo arrastrando consigo cerca de 50 viviendas, muchas de ellas construidas de manera informal en el asentamiento de la vereda Granizal.
Entre las familias afectadas está la de María Georgina, una mujer que, junto con su esposo Agustín Ortiz Rangel y su amigo Gilmer Rodríguez, figura entre los desaparecidos.
Solo se ha logrado recuperar el cuerpo de Juan David Lozano, su nieto de 15 años. María Georgina llevaba cinco años viviendo en la zona y, pese a los riesgos conocidos, expresaba estar feliz entre sus animales y su hogar.
Otra familia golpeada por la tragedia fue la de Carolina Ciro Castro, oriunda de La Unión, Antioquia. Vivía en el asentamiento junto a sus hijos Emanuel Osorio Ciro, de 4 años, y Maximiliano Martínez Ciro, de tan solo un año. El más pequeño fue hallado con vida por los equipos de rescate, lo que lo convierte en uno de los ocho sobrevivientes del deslizamiento.
Granizal es uno de los sectores más vulnerables del área metropolitana, donde el crecimiento desordenado ha derivado en la proliferación de construcciones informales en zonas de alto riesgo. Según datos del Instituto de Estudios Territoriales (IGAC), más del 60 % de los asentamientos en laderas del Valle de Aburrá carecen de condiciones mínimas de seguridad estructural.
En 2019 ya se había advertido sobre la inestabilidad del terreno en Altos de Oriente, Manantiales y sectores aledaños. Sin embargo, la presión por vivienda y la falta de soluciones habitacionales efectivas llevaron a que más familias se establecieran en estas áreas, agravando el riesgo colectivo.
Así avanza el rescate de los desaparecidos
Desde la madrugada del martes, más de 120 personas han estado al frente de la emergencia, entre personal del Dagran, Defensa Civil, Bomberos, Cruz Roja, Ejército Nacional y entidades municipales de Medellín y Bello. Las labores de búsqueda y rescate se mantienen activas, pese a las condiciones de riesgo por las lluvias constantes.
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La alcaldesa de Bello, Lorena González Ospina, expresó su solidaridad con las familias afectadas: “Nuestra ciudad está de luto. Acompañamos a los damnificados con toda nuestra capacidad institucional”. Se han habilitado albergues temporales en sedes como la JAC Regalo de Dios, el colegio Fe y Alegría Grijelmo, y otros espacios comunitarios.
Asimismo, el Sistema de Alerta Temprana (SIATA) anunció la instalación de sirenas y reflectores para alertar posibles nuevos deslizamientos. El gobernador de Antioquia, Andrés Rendón, enfatizó que el riesgo sigue latente y solicitó la evacuación inmediata de los sectores Altos de Oriente 1 y 2 y Manantiales.
Hasta el momento, la mayoría de las víctimas aún no ha sido identificada formalmente. Los cuerpos recuperados fueron trasladados a Medicina Legal, donde equipos forenses avanzan en su identificación. Las autoridades han solicitado a las familias acercarse a las instalaciones pertinentes para proporcionar datos y facilitar los procesos de reconocimiento.
Las historias de quienes se resisten a abandonar el lugar por miedo a perder lo poco que les queda son un recordatorio del círculo de vulnerabilidad que envuelve a muchas comunidades informales en Colombia.
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