La sociedad se cansó de un Estado que no soluciona los problemas ni parece estar en capacidad de hacerlo. Por ello es que esta crisis es tan grave.
Por: Miguel Gómez Martínez
Los sindicatos creen ingenuamente que son sus bases tradicionales de empleados públicos que están en la lucha por sus reivindicaciones. Los estudiantes revoltosos de siempre piensan que esta vez interpretan a la nación. Hay infiltrados de la guerrilla y Maduro, ambientalistas, anti-uribistas, indigenistas, politiqueros santistas oportunistas y muchísimos inconformes que tienen motivos muy diversos para golpear cacerolas.
El gobierno busca interlocutores tradicionales y explora fórmulas alrededor de los círculos del poder. No tiene éxito porque la diversidad del movimiento tiene expectativas no tradicionales. Los apoyos que recibe de los gremios no cuentan porque hace años dejaron de ser claves para el país.
La Iglesia, la prensa, los políticos del gobierno, los militares y los académicos hacen llamados al diálogo y a la protesta pacífica pero ninguno de ellos interpreta al nuevo poder de la calle. Sus apoyos son simbólicos.
Más grave para el gobierno son los enemigos agazapados. Los que ganaron las recientes elecciones territoriales se relamen al ver al gobierno debilitado y esperan que ceda a todas sus pretensiones. Los parlamentarios se frotan las manos pensando en la mermelada que los regresaría a las épocas doradas de la corrupción del santismo.
Al gobierno lo han convencido que es un problema de comunicación y que el país no percibe los indudables avances que se han obtenido en el primer año. Nadie puede desconocer que estamos mejor antes. Pero el problema no es de resultados tecnocráticos.
La crisis tiene, sin duda, razones en la falta de gobernabilidad política que alejó a quienes votaron por Duque sin ganar espacios con quienes se opusieron a su candidatura.
El gobierno se quedó con unas huestes desanimadas y una oposición envalentonada que entiende que, mientras más débil el gobierno, mejores réditos políticos obtendrá en el futuro.
Pero la falta de gobernabilidad no es sino una faceta menor de la situación actual. Esta es una crisis de sociedad donde la sumatoria de problemas no resueltos durante décadas ha colmado la paciencia de millones de colombianos. Cada ciudadano tiene motivos de profunda insatisfacción.
La inseguridad, la ausencia de justicia, la corrupción y la impunidad, los bajos salarios, el costo de vida, la mala atención en salud, las tarifas de los servicios públicos, los impuestos, la burocracia y los trámites absurdos, las pensiones, el transporte inhumano, la mala calidad de la educación, el deterioro del medio ambiente, los periodistas vendidos, las obras públicas que se caen, la dureza de la vida cotidiana, los costos financieros, el abandono del campo, la decadencia de la industria, la especulación inmobiliaria y la lista es interminable. La sociedad se cansó de un Estado que no soluciona los problemas ni parece estar en capacidad de hacerlo. Por ello es que esta crisis es tan grave.