Falta masa crítica en las marchas contra Petro

Las marchas de la llamada ‘derecha’ son apenas la tímida y espontánea respuesta de unas personas que sin mayor organización tratan de hacer visible su descontento.

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Muchas personas se preguntan para qué sirven las marchas contra Petro si nada parece cambiar. Tras las protestas, Petro dice que esos colombianos quieren mantener sus privilegios, por lo cual son enemigos de las transformaciones. Pero no es cierto, la gente está consciente de la necesidad de muchos cambios, solo que no está de acuerdo con los que propone Petro, que parecen destrucción, involución, retroceso.

Como si fuera poco, de la otra orilla saltan activistas a decir que las marchas de la derecha no sirven porque no se notan. Y que, en cambio, las de las izquierda dizque son un éxito porque la violencia y los desórdenes obligan a unos gobernantes cobardes y temerosos a ceder ante unas pretensiones que se exigen con carácter extorsivo.

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Es decir, mientras las marchas de la derecha son inocuas porque no afectan la vida, los bienes y la movilidad de nadie, y terminan en perfecto orden, hasta con recogida de basura incluida, las manifestaciones de la izquierda ponen en peligro la vida de todos los ciudadanos y de los miembros de la Fuerza Pública, afectan gravemente la movilidad y atentan contra bienes públicos y privados, vandalizando todo lo que esté en el camino. Por ejemplo, el viernes pasado, en el Día Internacional de la Mujer, las marchas feministas destruyeron numerosas estaciones de TransMilenio en Bogotá y del Metroplús en Medellín solo para apuntalar una posición intimidante. Cuando pidan algo, habrá que concederles sus exigencias si no queremos que nos quemen media ciudad con la justificación irrazonable de que se trató de un ‘estallido social’.

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Sin embargo, el fenómeno podría ir por otro lado. Es evidente que las marchas de la izquierda están mejor financiadas y organizadas que las de la derecha. Para las grandes manifestaciones se suele contar con la presencia de nutridas mingas indígenas que son transportadas en decenas de buses. Esas personas requieren, además, alimentación y albergue. La izquierda cuenta también con la fidelidad de los profesores de Fecode, los estudiantes de las universidades públicas, los sindicalistas y los funcionarios oficiales, a los que se les da libre el horario que requieran para marchar cuando no es que directamente los obligan a participar.

Las marchas contra Petro por parte de la oposición

Por su parte, las marchas de la llamada ‘derecha’ son apenas la tímida y espontánea respuesta de unas personas que sin mayor organización tratan de hacer visible su descontento supeditándose a sus limitaciones personales impuestas por factores como la fecha, la hora, la duración y el lugar de la manifestación, teniendo que cubrir por su propia cuenta los costos de desplazamiento, alimentación y hasta material propagandístico (camisetas, pendones, cachuchas, banderas…). A la postre, aunque una gran mayoría de la población esté de acuerdo con la protesta, estas terminan siendo marchas de jubilados, con modesta participación, que no suma una masa crítica suficiente para alentar reacciones favorables en un gobierno oprobioso.

Muchos aún recuerdan cómo dejó el poder el dictador Gustavo Rojas Pinilla. Nuestros padres narran que sus jefes entraron a los salones de las grandes empresas de la época y ordenaron apagar la maquinaria. Se constituyó un paro nacional y a los trabajadores los mandaron para sus casas reconociendo su salario. Gracias a ello, Rojas cayó en tres días.

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En menos de dos años, Petro ha dado suficientes muestras de la inconveniencia de sus políticas. Y no es nada cierto que el ganador de las elecciones pueda hacer lo que quiera, borrón y cuenta nueva, y mucho menos destruir las cosas. Va siendo hora de que los más perjudicados, los gremios, los empresarios, los dueños del billete, se hagan sentir en las protestas, porque hasta protestar cuesta, y mucho. La libertad es lo más costoso que tenemos, ¡lo vale todo!

En concreto, hay que poner dinero para la organización, el transporte, la alimentación, la propaganda y los marchantes, sus trabajadores, a los que hay que pagarles la jornada como si fuera un día de trabajo más. La otra alternativa es vender la soga, lo cual, por cierto, están haciendo muy bien. ¡Felicitaciones!

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Por: Saúl Hernández – @SaulHernandezB

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