La figura legendaria de Francisco el Hombre descolló como el ícono de esta música, que encontró en él su origen primigenio. Aunque analfabeto, en momentos en los que quienes tenían acceso a las primeras letras en nuestra región eran una minoría, supo pergeñar y se las ingenió para componer canciones que ya son parte del Patrimonio cultural e inmaterial de la Nación, tal como lo reconoció la Unesco en 2015.
Por: Amylkar Acosta
“Cien años de soledad es un Vallenato de 350 páginas”. G.G.M.
Para armar un rompecabezas se requiere tener todas las piezas que hacen parte del mismo a la vista y al alcance de la mano. Lo mismo ocurre con los acontecimientos históricos, los cuales involucran, como elementos esenciales para su correcta interpretación, la cultura y el folclor de los pueblos, determinantes del ethos de los mismos. Es el caso de la Leyenda del Vallenato, nuestra música vernácula, que nació en el Magdalena grande, pero que tuvo su epicentro en sus inicios en la otrora Provincia de Padilla, antes de que el Festival de la Leyenda Vallenata, que ya llega a su edición 54º, lo catapultara hasta encumbrarlo en el lugar de privilegio que hoy ocupa.
La pieza que faltaba para armar este rompecabezas era un personaje singular, ignoto e ignorado por décadas, invisibilizado por la bruma de los tiempos y por su injusta irrelevancia, hasta convertirse en una especie de eslabón perdido del vallenato. Se trata nada menos que de Francisco Antonio Moscote Guerra, más conocido como “Francisco el Hombre”. Este se constituyó sin saberlo, sin percatarse de ello, en el primer juglar de esta música, en su primer intérprete reconocido y en el primer acordeonero, empírico además, en sacarle las mejores notas y con ellas las mejores melodías en este nuevo “aire” al acordeón diatónico más conocido como “tornillo de máquina”.
DEL MISMO AUTOR: Por una transición energética justa
Según los entendidos, ese primer acordeón entró por el puerto de Riohacha, a mediados del siglo XIX, hacia 1869, sin que en ella se hiciera aprecio del mismo, ni entonces ni después. Pues para las élites prevalecientes para la época la música que se interpretaba con él no era grata para sus oídos, como tampoco lo fue por muchos años en la que a la postre se convirtió, al acogerla, en su gran plataforma, Valledupar. El acordeón, acompañado de la caja y la guacharaca, llegó a tener tal relevancia que el gran protagonista de los conjuntos era el ejecutor del mismo, diferente a lo que acontece en los tiempos que corren, que privilegian a los cantantes o vocalistas.
La figura legendaria de Francisco el Hombre descolló como el ícono de esta música, que encontró en él su origen primigenio. Aunque analfabeto, en momentos en los que quienes tenían acceso a las primeras letras en nuestra región eran una minoría, supo pergeñar y se las ingenió para componer canciones que ya son parte del Patrimonio cultural e inmaterial de la Nación, tal como lo reconoció la Unesco en 2015.
Contrariamente a lo que se suele creer, él no fue un mito, fue un hombre de carne y hueso, hecho y derecho, andariego, como todo juglar que se respete. Sólo que se inmortalizó como cultor del vallenato hasta su mitificación en la obra cumbre de nuestro laureado con el premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez.